Siempre me ha fascinado el inconformismo crónico de la sociedad.
Algunos solteros parecen pasar las horas en la continua búsqueda de su medio limón. Es casi una carrera a contrarreloj, no se nos vaya a pasar el arroz, y a veces es un modo de demostrarle al mundo que también a nosotros nos pueden querer.
Así, todos quieren acelerar ese instante en el que conocerán a su Alguien, y sin quererlo a veces se pierden algo mágico y elemental:
El Big Bang
El inicio de todo, la explosión y la creación de un mundo que parte en ese preciso instante, y que las personas emparejadas siempre echan de menos en algún momento.
Las primeras citas, y esas mariposas revueltas que todo cuerpo humano tiene escondidas en algún sitio. Aletean tan deprisa que uno se pregunta si no lo elevarán del suelo como a un globo aerostático, y entonces todos descubrirán que nos hemos enamorado. Tenemos que hacer esfuerzos por dejar de sonreír, el corazón bate como un loco desatado en ese instante preciso en el que nos miramos a los ojos, en los que la comisura de sus labios se difumina con su cercanía, su olor nos invade, y muy dentro, en algún lugar mal definido, entre el corazón, la boca del estómago y los pulmones, nos parece que el aire se escapa, que no tenemos bastante oxígeno para seguir respirando, para seguir viviendo. Pensamos durante una décima de segundo, "Me va a besar..." y de pronto todo se pone borroso y húmedo, y la sangre corre por nuestro sistema, dejándonos secos por un momento.
Es curioso que un instante así sea tan bello y breve al mismo tiempo. Como una droga socialmente aceptada que en realidad nos deja igual de colocados. Luego nuestro metabolismo acepta esa nueva sustancia, y emprendemos un viaje muy distinto, jamás tan intenso.
Así, todos recuerdan esos comienzos con devastadora nostalgia, y sin quererlo a veces se pierden algo mágico y elemental:
El éxodo
Encontramos nuestro rincón de la felicidad, aquel lugar donde queremos quedarnos, y que los solteros siempre echan de menos en algún momento.
Puede estar entre su hombro o su cuello, tal vez es su regazo, el pecho o la panza. Es ese lugar en el que metemos la cabecita, nos revolvemos de gusto, nos amarramos y abrazamos en las posturas más singulares, y nos encontramos a salvo. Esa persona es nuestra casa. Su olor es ya parte de nosotros, podríamos reconocerlo con los ojos cerrados. Conocemos la suavidad de esa piel, cada lunar en ella, cada pequeño renglón de su cuerpo. Respiramos olvidándonos de hacerlo, charlamos, o caemos en silencio sin notarlo. Nunca importa, y esa es sin duda la cosa más ridículamente maravillosa de todas.
Crédito de la imagen: Levi Walton Música: Levi Walton
Locución: Jesús Ranchal y Clara Vera
La música empleada en esta locución es de Dominio Público.