Por alguna razón, las personas estamos tentadas a querer meterlo todo en una caja, esa a la que solemos llamar “zona de confort”. Queremos encerrar todo lo que está relacionado con nuestra vida en una especie de hacienda con alambre de púas, para que nada salga y nada entre. Vivir con seguridad, sin correr riesgos.
Se siente bien, ¿no? Tener todo seguro sin hacer mucho esfuerzo para tenerlo, pero lo más grave de todo esto es que si no hacemos esfuerzos para tenerlo, tampoco los haremos para conservarlo. Es por eso por lo que muchas relaciones fracasan, es por eso que se vuelven un infierno, porque las hayamos escrito o no, discutido o no, hemos aprendido que las relaciones tienen reglas: una serie de mandamientos de qué puedes hacer, qué no, qué debes y qué no deberías. Nos hemos estado engañando con respecto a cómo llevar las relaciones, como si el amor se tratara de un control remoto del cual solo debes leer el manual para saber cómo usarlo.
“Pulse aquí para encender”, “presione el botón A y B al mismo tiempo para activar la función X”, así queremos que sean las relaciones. ¿Absurdo? Tratamos de moldear la relación para que quede tan cuadrada, tan compacta, que resulte más fácil que estalle por la presión, a que se mantenga funcional por el exceso de reglas rígidas.
¿Qué tal una relación sin reglas? Suena loco, pero partamos de la idea de que las reglas se hicieron para romperse. ¿Estás de acuerdo? Entonces, si se hicieron para romperse y ya sabemos que las vamos a romper, ¿para qué rayos ponerlas? Comenzar lo que puede ser bonito, entretenido y aventurero, con una lista de mandatos que ordenan: “puedes hacer esto, pero esto no”, “tienes permitido ir a tal lugar, pero a este no”, “puedes hablarle a tal persona, pero a aquella no”. ¿Acaso el amor es una dictadura? ¿Acaso es un contrato de trabajo? ¿Quién demonios es el patrón y quién el esclavo?
Cuando dije que deberíamos liberalizar las relaciones, mencionaba la importancia de que no se prohíba todo lo que estamos acostumbrados a prohibir, porque por naturaleza nos sentimos tentados a hacer todo lo que está prohibido. Si me dices que no puedo hablarle a mis amigas o a alguna en concreto, lo voy a hacer. Si te dicen que no te mensajees con tu amigo “de confianza”, lo vas a hacer desde el baño o cuando estemos dormidos. Eso es un hecho, funcionamos así.
Pero sin reglas, ¿cómo mantener una relación estable? Primero, debemos entender que “estable” no significa “inflexible”, que “seria” no significa “cárcel”. Con esto claro, debemos llevar a cabo un compromiso con nosotros mismos: nunca, pero nunca, voy a permitir que mi felicidad ni que mi vida dependa de esa persona con la que decido compartir ciertas cosas. Tras esto, tenemos que aceptar que, así como hay libertad, hay responsabilidades. Y es que en el amor, el compromiso no se escribe en un pedazo de papel ni se redacta en una especie de código orgánico sobre cómo ser buenos novios; se trata de un total y rotundo “quiero estar contigo” que se percibe, que se cree y que se acepta.
Todo esto solo puede romperse cuando alguna de las partes ya no quiera ni sienta que desea estar con el otro; y eso no lo detendrá un papel, un abogado ni ningún juez. Es simple: decidimos compartir con alguien nuestras experiencias, nuestra vida, pero no por eso le daremos poder para que nos controle. ¿Que aún quieres reglas? Mejor y más confiable es que asumas responsabilidades; de mantener lo que prometes, de comprometerte y de que tus acciones hablen más fuerte que tus palabras. Eso sí sería sólido.
Crédito de la imagen: Maggie Winters Música: Maggie Winters
Locutor: Israel Navarrete Créditos: Israel Navarrete
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