Si hay algo que se está perdiendo cada vez con más asiduidad, es la caballerosidad. Y no me refiero a que te abran la puerta, o te retiren la silla en un restaurante, sino a la consideración ético-moral para con la otra persona. Se ha convertido en una auténtica especie en extinción, aquel chico u hombre que si ligaba contigo y era persistente, lo hacía porque su verdadero propósito era llegar a tener algo más, o al menos intentarlo y ver que sucedía. Se acabó, eso apenas existe ya, ahora el rey de las intenciones es el método “kleenex” o el truco del pañuelo de papel, hoy te uso y mañana te deposito en la papelera más cercana.
Pero analicemos bien la situación, lo más complejo de todo es el modus operandi con el que actúan. Y aquí debemos hacer una distinción clara, por un lado, están los que sabes que te doran la píldora de manera que rozan la sobreactuación, y por otro, los que van de chicos tiernos, con su punto canalla, pero con una dulzura y nobleza que robarían el corazón de cualquiera que se cruzase en su camino. Estos son los peores, asi como lo lees. Lo dicen millones de víctimas femeninas que han enviado cientos de capturas de pantallas a sus amigas, donde se veía claramente reflejado que era un chico súper bueno, el elegido, y resultó ser un fraude emocional.
A veces el problema lo encontramos en la falta de delicadeza o en la subestimación de la fortaleza mental femenina. Que nosotras entendemos que solo quieran quedar a ratos, un rollito informal y listo, pero que no nos mientan. Porque es justo en la perpetración del teatro que hacen para engatusar, donde se genera el disgusto, la traición, y aparece el titular del drama sentimental con el que comunicar la noticia a tu mejor amiga, “¡tía, cómo he podido ser tan tonta!”.
Porque es así, es utilizar en el sentido más deplorable de la palabra. Te han usado para un beneficio propio, sin reparar ni lo más mínimo, en que estaba haciendo un daño que te tocaría a ti y solo a ti remendar luego. Es cierto que cada una se toma las relaciones de forma distinta, unas en la primera cita ya piensan en su vestido de boda y otras acuden vestidas con una armadura a prueba de bombas nucleares. Pero lo que no se puede consentir es la incongruencia.

Como ya dijo Abraham Lincoln, “Muy a menudo amamos las cosas y usamos a las personas, cuando deberíamos estar usando las cosas y amando a las personas”. Por ello, hay que medir siempre el alcance y repercusión de nuestros actos. Aprender a identificar la línea divisoria que separa el juego y flirteo sin ánimo de formalizar nada, de iniciar una relación sentimental en la que no pretendes quedarte. Pues no hay que olvidar que no tratamos con cosas, y que hay personas que son de herida fácil y de sanar lentamente.