Me ha costado darme cuenta o, más bien, me ha costado dar el paso. Pero un día, una luz se enciende en tu cabeza y ves con claridad todo lo que hasta entonces era oscuro. Y el agua de este vaso ya rebosa demasiado. Así que ahí tienes la puerta. Déjame. Vete. No hay vuelta atrás. Mejor me quiero yo, que tú no sabes.
Vamos a intentar que la despedida sea elegante para ambos. No prometas lo que sabes que no querrás cumplir y yo no reprocharé lo que sé que me hierve dentro. Yo he aguantado que tú no me quieras como yo merezco. Así que algo de responsabilidad tengo, por supuesto. Pero seguir creyendo que vas a cambiar sería una mentira piadosa, otra más. Porque hemos estado en este punto muchas veces. Demasiadas. Y yo ya sé cómo acaba esta película.

Sé que lloraré porque me siento sola. Porque no sabré qué hacer. Sé que, si no lo cerramos ahora, volveremos a hablar y volveré a creer que puede funcionar. Pero no va a servir de nada continuar esta tortura, porque no sé cómo lograr que te impliques más, que des lo mismo que yo, que sientas como yo. Supongo que eso es imposible. Porque a ti ya no se te abre el mundo bajo los pies cuando te abrazo. Si es que alguna vez se abrió.
Porque hasta ahora yo he elegido secar mis lágrimas con tus palabras. “Claro que te quiero, ¿por qué dices eso?”, “Por supuesto que vamos a algún lado”, “Claro que somos especiales”. Pero la verdad apabullante y escrita con luces de neón en la autopista más desierta es que no me quieres, no vamos a ningún lado y no, no somos especiales.

O no lo somos como yo creía que lo éramos e íbamos a serlo siempre. Por eso decía todas esas cosas. Ojalá ahora ya lo entiendas, pero es tarde porque a mí se me pasa la vida y se me agota el tiempo. Y aunque no lo creas, no dejo tus brazos por otros. No cambio tu mirada por una más atenta. Me voy porque merezco otra cosa. Merezco que me quieran bien y tú no sabes. Tú me arrastras por una montaña rusa llena de desilusiones que siempre acaba descarrilando.
Así que me voy conmigo. Con el yo que ha aprendido a quererse, a valorarse. Con el yo que no tiene miedo a estar solo, a no tener planes. Y me voy con el yo que está aterrado por la posibilidad de estar solo y no tenerlos. Lo asumo todo y lo prefiero. Elijo mi yo frente a nuestro nosotros. Porque, seamos sinceros, nunca fue nuestro. Fue la historia en la que yo me empeñé y a la que tú has acudido como espectador. Así que me voy para quererme bien y más. Me voy para llenarme el alma de amor y atención. Me voy para volver más plena y feliz que nunca a mi lado. Te dejo para ser solo yo, al fin.