El otro día me quedé mirándote, y me parecías una estatua de piel. Estabas allí, y no estabas. Pensé en decir algo, charlar de alguna banalidad, y quizá así rellenar el espacio en blanco que se abre entre nosotros. Rellenar los huecos que hemos ido dejando con palabras insípidas, con ruido, con nieve. Solo para dejar de sentir la aplastante realidad de que, aunque estés aquí, ya no estás conmigo.
Hubo un tiempo en que no era así, en el que la sola idea de encontrarnos me llenaba de alguna magia ancestral, de algún Abracadabra que me inspiraba a dar lo mejor de mí misma. Y tú vivías en esa misma honda inexplicable, tú estabas allí conmigo, charlando, contando historias. Me hablabas de tu infancia, de tus gustos y de tus ideas. Me hablabas de sueños y pasiones, los mezclabas con los míos, y nos enredábamos en ellos. Nos besábamos, nos tocábamos, nos comíamos. Nos emborrachábamos el uno del otro, y la resaca era la mejor parte. Despertar agotados, sudados, empapados en la piel del otro.
Me sentía viva
Y no solo eso, me sentía como si nunca antes hubiera vivido, como si todo lo anterior pudiese ser consumido por una cerilla, arrugarse como papel de periódico y desaparecer, porque jamás podría compararse con aquel presente. Lo recuerdo bien. Es algo que por mucho que nos esforcemos no logramos olvidar, porque es más real que la mayoría de las cosas que vivimos.
Y ahora, en cambio, me pregunto cómo pude entrar en aquel Olimpo de sensaciones, de motivación, de ganas de comerme el mundo contigo, y que pese a todo ello ahora todo parezca haberse apagado. Como una hoguera que encendimos un día, pero lentamente nos olvidamos de seguir alimentando. Y ahora estamos fríos, helados. Ahora seguimos allí encogidos por el recuerdo de la luz que emanamos un día. No te odio, no te desprecio, ni siquiera me haces infeliz, pero tengo frío.
No me valen tus cenizas
He estado allí, sé que existe. No sueño con campos verdes que jamás llegaré a ver, no pido quimeras ni Príncipes Azules. Quiero esa hoguera que una vez encendí, quiero el calor de un fuego que sé que tú y yo nunca más compartiremos. Y lo sé, tal vez nunca más viviré con nadie lo que compartí contigo, tal vez nunca más me vuelva a tocar el Abracadabra. Nunca se sabe, quizá fui afortunada de vivirlo aunque fuese solo una vez.
Pero si es así, creo que lo único que me queda es dedicarme a una relación mucho más importante: la mía, conmigo misma. Me queda una soledad en la que quererme, mimarme y hacer todas esas cosas que jamás podré realizar junto a ti. Me queda aprender, me quedan desafíos, montañas que escalar, viajes por hacer, sabores que probar y libros que leer. Me quedan los recuerdos vividos, las historias compartidas, las fotos y los sueños. Me queda un pasado que recordar, y un futuro por explorar.
Me quedo yo, que no es poco. Me quedo yo, que es todo.
"No hay peor soledad que la de estar con alguien y sentirse solo".
Crédito Imagen: Victor Kipling