No es preciso tener estudios de griego clásico para saberlo. 'Pasión' proviene de pathos; 'patología' también tiene el mismo origen. De modo que utilizamos la misma palabra para designar ese estado sentimental y para referirnos a las enfermedades.
Porque las enfermedades se padecen. Pero las pasiones también. Una persona es apasionada. Un libro es apasionante. Hay quien vive la vida con pasión. Los cristianos celebran la pasión de Cristo. Hay muchos elementos comunes aquí. El que se apasiona amorosamente no sólo goza por la presencia del ser amado, sino que padece por la posibilidad de su ausencia y por la probabilidad de que no sea para siempre. Porque toda relación se concibe para siempre, aunque ese siempre tenga fecha de caducidad.
Pero la pasión, por definición, es tan intensa como fugaz. Otra cosa es el sentimiento, más prolongado y sostenido aunque puede que no tan chispeante. Resulta francamente complicado mantener un fuego vivísimo durante años, pese a que es la idea encarnada en el corazón de cualquier occidental. ¡Malditos poetas!; la culpa la tienen esos trovadores del amor cortés, con su idea del amor-pasión, que turba y confunde a la vez que ilumina, aúpa y explota. Esta contradicción es severa, pero real. La captó como nadie Lope de Vega en su célebre soneto:
Gran parte de la literatura y del cine se nutren de este conflicto tan humano, desde Madame Bovary hasta Las amistades peligrosas, desde los Veinte poemas de amor y una canción desesperada hasta Casablanca.
Yo no puedo olvidar Bella del Señor, la sensacional novela de Albert Cohen. La protagonista, más que creer en el amor, cree en la idea de amor. El que le proporciona su marido ya no se merece ser llamado así: está repleto de cotidianidad, coladas, convención y costumbre; es un amor previsible y rutinario, más cariño que pasión. Por eso ella da el triple salto mortal y huye con su amante para eternizar la pasión y mantenerla en sus más altas cotas, para no descender a las miserias de la halitosis, las legañas y los bostezos. Huye aunque cree que asciende y conquista. Sabemos que su horizonte es la entelequia de la pasión sin padecimiento y del éxtasis sin pausa. La acompañamos en su empeño: sabemos que nos pasará lo mismo, que seguiremos esa senda de la pasión, de la enfermedad. Que padeceremos y seremos padecidos.
Crédito imagen: Théo Gosselin