Nuestros cuerpos lo supieron antes que nosotros, porque la carne sabe de estas cosas. Había un tipo de electricidad diferente. Era, casi, como si mis células reconociesen a las tuyas como antiguas colegas y necesitaran ir a saludarlas. Ya desde el primer día, nuestros codos estaban todo el rato en contacto, nuestras rodillas no dejaban de chocar al sentarnos y nuestros ojos podían suspenderse en duelo aéreo durante mucho más tiempo del habitual. Nuestros cuerpos se regían por una ley de la gravedad propia.
El día en que te conocí, me di cuenta de que la tensión sexual tiene mucho más de relax que de tensión. Quería arrancarte la ropa a mordiscos, sí, pero eso no producía tirantez sino comodidad porque surgía de la sensación de que nuestros cuerpos eran viejos conocidos. No mucho tiempo después, nos dimos cuenta de que estar desnudos y enzarzados era de lo más lógico y natural. La tensión más relajada del universo.

Pero no sólo nuestros cuerpos se dieron cuenta. Nuestros amigos lo tenían claro y, en el fondo, nosotros también. Al principio nos hicimos los remolones. Los dos teníamos heridas recientes que no nos apetecía reabrir. Pero nos lo pasábamos demasiado bien juntos. Las conversaciones hasta horas intempestivas se hicieron casi costumbre y manejábamos con igual soltura la carcajada que la confesión íntima. Estábamos muertos de miedo pero no éramos tan tontos. No podíamos dejar escapar aquello, fuera lo que fuera.
Lo mejor de todo es que, aunque todas nuestras fibras nos estaban pidiendo que nos arriesgáramos, podríamos no haberlo hecho. Pero lo hicimos. Nos tomamos de las manos y saltamos a la vez. Los dos llegamos a la conclusión de que estar juntos era más importante que el miedo. Así que elegimos querernos. Fuiste el impulso que convertí en decisión.

Y creo que acerté. Desde que estoy contigo, no he dejado de descubrir cosas. No he parado de aprendernos. Me he dado cuenta de que tu mano es suave al rozar mis labios pero firme a la hora de empujarme a afrontar nuevos proyectos. Hemos aprendido a hacer paraguas a base de besos para frenar algunas tormentas. Hemos inventado chistes, probado platos, descubierto películas y anhelado futuros que ni se nos habría ocurrido querer vivir. Hemos creado un universo en la intersección entre tu mundo y el mío, y sus raíces parecen no tener fin. Y ha sido fácil. Ha sido natural. Simplemente, abrimos una puerta y decidimos atravesarla juntos para averiguar qué había detrás.
De eso va todo esto. De abrir puertas y atravesarlas juntos. La primera fue querernos. Después de esa, han venido muchas, grandes y pequeñas. Y cada una de ellas requiere su porción de valor. Cada una es una apuesta. Un riesgo. Y que hasta el momento nos haya ido bien no significa que no pueda acabar saliéndonos fatal. Pero necesitaba decirte que nunca imaginé que una aventura tan loca pudiera darme tanta paz. Que no me canso de explorar el mundo que estamos construyendo. Que no sé si estaremos juntos siempre pero sí sé que te elijo y que me eliges a diario.
Y, entre tú y yo, que pase lo que tenga que pasar porque, sea lo que sea, mientras lo vivamos juntos, sé que merecerá la pena.