Cómo matar a mi cabronazo interior fue el primer paso para descubrir el amor

Ligar, follar, tirar la caña, poner ojitos y, por supuesto, dármelas de malote. Ese era el repertorio habitual de mi vida durante muchos años.

Ligar, follar, tirar la caña, poner ojitos y, por supuesto, dármelas de malote. Ese era el repertorio habitual de mi vida durante muchos años. Para ser exactos los seis años que pasé entre mi primera relación seria y la relación en la que me encuentro en la actualidad. En ese limbo sentimental, mi vida solo podía resumirse en la frase search and destroy.

Aunque a muchos de vosotros os dolerá leer esto, mi único objetivo en la vida era buscar víctimas a las que seducir y llevarme a la cama. Sin sentimientos ni remordimientos. Horas y horas pasadas ante la pantalla del móvil y desgastando la huella dactilar en Tinder. Una cuenta de Instagram con fotos estudiadas al detalle mostrando únicamente mi cara más amable: deportista, viajero, sonriente y lo más empotrador posible.

En los buenos tiempos, cada semana podía acabar con 3-4 chicas en mi cama. Y con todas ellas se repetía un modelo. El mismo plan de cena+copa+polvo, las mismas conversaciones, los mismos itinerarios, las mismas promesas. La clave siempre era venderse como alguien con una vida excitante que, si te lo merecías, te permitiría compartir un poco de toda esa emoción contigo.

Pero a la hora de la verdad no había ni rastro de eso. Solo un tipo egoísta que realmente no estaba dispuesto a compartir ni su tiempo, ni sus proyecto y mucho menos sus sentimientos. Un usar y tirar vacío del que cualquier chica podría ser su próxima víctima. Sin embargo, con el tiempo aprendí que la única víctima estaba siendo yo mismo. Que mi ego me había devorado hasta falsificarme.

Llegó un punto en el que iniciar mi ‘rutina prefabricada’ en una conversación —había llegado a desarrollar un esquema de conversaciones en la primera cita— me daba un palo tremendo. También en el sexo. Los polvos pasaron a ser más un esfuerzo que un disfrute. A la mañana siguiente la sonrisa satisfecha había dado paso a un suspiro melancólico y una intensa sensación de vacío.

Cuando follar deja de llenarte, la única manera de volver a sentirte bien es mirar en tu interior. Fue entonces, en un momento en el que había llegado a la saturación total, cuando comencé a pasar del sexo. Sí, a lo monje zen, abstinencia total. Un mundo nuevo en el que las mujeres a mi alrededor comenzaron a ser atractivas más allá de su físico o de su soltería.

Suele decirse que, cuando dejas de ver, los demás sentidos se agudizan y, básicamente, es lo que ocurrió conmigo. Empecé a valorar otras cosas y a sentirme realizado sin pensar en cuantas tías había conseguido seducir esta semana o la siguiente. En fin, que alcancé un estado emocional en el que realmente estaba preparado para mirar a los ojos a una mujer y ver algo más allá.

Pero es que no era solamente yo. Noté inmediatamente que las mujeres comenzaron a tratarme de una manera diferente. Ya no me percibían como una amenaza o el típico ligón, me sonreían e incluso llegaron a decirme cosas que jamás había escuchado. Recuerdo perfectamente el día en el que una camarera me dijo que tenía algo especial en la sonrisa. No supo definirlo pero me dijo que le hacía sentir bien y, en mi interior, ese me comentario me llenó más que todas aquellas 'conquistas0' sin sentido.

Entonces, cuando menos lo esperaba, ocurrió. Me crucé con ella y mi corazón se detuvo por un instante. Aunque todavía no lo sabía, aquel día encontré a la persona que me enseñó a ser mejor persona. La mujer que me hizo darme cuenta de lo innecesario que era sumar muescas en el cabecero de mi cama. El rostro con nombre y apellidos del que no solamente iba a presumir delante de mis amigos, sino delante del mundo entero, si era necesario.

Ahora recuerdo mi época de cabronazo con ternura. Era un simple chaval de tránsito por la vida, experimentando y aprendiendo a madurar. Ojalá no hubiese hecho daño a nadie durante esa etapa. Ojalá todas las personas que se cruzaron conmigo supieran darse cuenta de que no era nada personal, simplemente estaba en un punto en la vida en el que no era capaz de entregarme más.

Te recomiendo que, si algún día te cruzas con alguien como yo, sepas mirarle con indulgencia y disfrutar del momento, si es lo que te apetece, o seguir tu camino, si estás en otro punto de la vida. Solo el tiempo y la experiencia cambian a las personas y en tu mano está saber diferenciar a quienes han sabido poner en orden su mundo interior. Tú decides.