"Todo empezó hace un mes. Me molestó un comentario que me dijo y no quise decir nada. Era solo una tontería. Pero ayer, hablando de otro tema, me acordé y lo comenté. Le expliqué que no me había gustado eso que me dijo cuando fuimos de vacaciones con aquellos amigos... Luego él empezó a echarme en cara que yo siempre me salgo con la mía, y yo le contesté que él siempre estaba quejándose. Conforme la discusión se calentaba, los cuchillos los lanzábamos cada vez más fuerte y con más puntería. Lo que había empezado como un pequeño detalle que me molestó, se convirtió en una verdadera crisis para nuestra relación".
Esto es solo ficción, pero podría ser algo que escribiésemos muchos de nosotros, cuando nos callamos algo que nos ha sentado mal. Acumulamos pequeñas cosas que nos duelen, y después explotamos y ni siquiera sabemos por qué. La asertividad es una asignatura pendiente para muchos, porque a veces nos cuesta distinguir entre la queja y la honestidad.
Si lo que te pasa crees que es una tontería, no dejes de decirlo, ¡deja de pensarlo! De nada sirve que no lo digas, si tu mente no deja de darle vueltas. Normalmente queremos evitar las discusiones con la pareja, especialmente si pensamos que lo que tenemos en la cabeza es una tontería. A nadie nos gusta discutir. Es mucho mejor ver una serie juntos, salir a cenar o hacer el amor. Realmente discutir por tonterías no merece la pena, y hacemos bien en intentar estar a gusto el máximo tiempo posible, disfrutando de la relación.

¿Cuándo vale la pena discutir?
El problema empieza cuando hay algo que hemos considerado que no valía la pena comentarlo porque era una tontería, pero pasan las horas y los días y sigue ahí, invisible, carcomiéndonos por dentro. Puede ser un comentario desafortunado que nos hizo la pareja, o algo que nos ha pasado que nos hizo sentir mal.
Entonces, y solo entonces, por mucho que parezca algo poco importante, es hora de abrir la caja de Pandora. No es agradable, pero es necesario. Porque cuando una emoción no se vuelve más pequeña si pasan los días, solo le queda otra opción: que se vuelva más grande y complicada, porque nuestra mente la irá elaborando y cada vez será más difícil explicarle al otro ese lío de cables enredados que nos hemos montado en la cabeza.
Ya lo dice el refrán: "traga sapos y vomitarás dragones". Los problemas nunca desaparecen solos, corriendo un tupido velo para no mirarlos. Tampoco se vuelven invisibles por mucho que nos vayamos a tomar una copa, hagamos planes increíbles o tengamos los mejores momentos en la cama. Hace falta depositar nuestra confianza en el otro para hablar y escuchar abiertamente, aunque podamos creer que lo que hablemos no sea demasiado importante.

De un pequeño problema a una gran crisis
A veces un pequeño comentario de este tipo, sobre todo si han pasado días o incluso meses, puede convertirse en el inicio de una gran discusión que acaba en palabras mayores. Quizá solo le digamos que nos sentó mal una cosa que el otro hizo hace semanas, pero la distancia temporal del acontecimiento hace que el otro se ponga mucho más a la defensiva, y se le activen los mayores miedos sobre ti, sobre la relación... ¿Por qué no me lo contó antes? ¿Qué más me estará ocultando?
Cuando la crisis ya ha estallado y la discusión no tiene marcha atrás, hace falta poner todo lo que podamos por nuestra parte para comprender al otro, reforzar la confianza y hacer que la crisis se convierta en una oportunidad para que la relación se haga más fuerte. También hace falta dar un espacio al otro para que vaya recuperándose si algo le ha dolido. Con mimo, paciencia y una verdadera intención de mejorar por las dos partes, ¡el amor todo lo vence!