Estás enfadadx. Bastante enfadadx. Quizás porque te ha soltado en la cara y sin verla venir una acusación con la que no estás para nada de acuerdo. Quizás porque esa otra persona hizo algo o dejó de hacer algo que no debería haber hecho o que debería haber hecho y has llegado a tu límite. La cuestión es que estáis unx frente a otrx dispuestos a discutir para arreglar las cosas. No obstante, en el momento de la verdad, en el instante en que deberías soltar todos esos argumentos que llevas un rato rumiando en tu cabeza, te cierras emocionalmente y no sientes la capacidad o las ganas de exponerlos. Optas por un silencio estoico. Dejas que la otra persona lleve el peso de la conversación. ¿Por qué?
La trabajadora social Jourdan Travers tiene tres teorías alternativas. La primera de ellas, cuenta en una publicación para Psychology Today, es que eres propensx a abrumarte emocionalmente. En sus propias palabras, “la intensidad emocional puede frenar funciones cognitivas avanzadas en nuestro cerebro, lo que lleva a una incapacidad para formar argumentos convincentes”. No es que tus argumentos de pronto sean débiles frente a los suyos. No es que tu perspectiva del conflicto sea errónea. No. Es que no gestionas bien sentimientos como la rabia, la frustración o la tristeza y literalmente te atascas. ¿Solución? Travers te recomienda dar un paso atrás para calmarte y volver a la discusión.
En la segunda teoría no eres víctima de tu propia sensibilidad emocional sino unx fustigadorx que utiliza el silencio y la no participación en el conflicto como “una forma pasivo-agresiva de tomar represalias o castigar a la pareja durante una discusión”. Y esto no mola nada. Tal y como demuestra este estudio publicado en la revista especializada Negotiation and Conflict Management, aunque este obstruccionismo puede satisfacer tu necesidad inmediata de dañar a la otra persona y preservar tu tranquilidad, “con el tiempo puedes darte cuenta de que también has estado ocultado tus emociones y quejas, lo que te lleva a una rumiación infructuosa”. No es ético ni productivo.
Por último, apunta Travers, cabe la posibilidad de que tu bloqueo a la hora de hablar durante las discusiones proceda del hecho de que lleváis mucho tiempo teniendo las mismas discusiones. Y obviamente eso agota y genera cierta sensación de que no tiene mucho sentido hablarlo y hablarlo de nuevo. “A veces el problema es demasiado grande y simplemente no puedes hablarlo”. Su origen es una desavenencia en un deseo vital o en una manera de hacer las cosas que no puede cambiarse. Tú quieres montaña. La otra persona ciudad. A ti te gusta estar muy juntitos siempre. A la otra persona el espacio. En situaciones así vale la pena hacer el ejercicio honesto de reflexionar acerca de si sois ideales para estar juntos. Es duro pero necesario.