No es nada nuevo el daño que Hollywood ha causado al autoestima de medio mundo.
Desde tiempos inmemoriales, nos vienen emborrachando de romances entre chico y chica como supuesto —¡y único!—reflejo de las historias románticas posibles. Noviazgo, matrimonio, hijos, jubilación en Benidorm. ¿La única alternativa? La loca de los gatos.
Además de ridículo, se ha considerado también maligno cualquier esquema que se alejara de ese ideal —la eterna figura del mujeriego cabrón— tratándolo como algo de lo que hay que huir si una quiere preservar su dignidad en el amor. “El que de verdad te quiere te querrá toda la vida” y demás estupideces que nos impiden disfrutar de un amor más frecuente, libre y sano para nuestras cabezas. You’re the only one que dicen los americanos, equivalente a nuestro ”solo tengo ojos para ti”. Bullshit. El amor efímero es también una gracia divina.
Sin mentiras, sí podríamos llamar a esos eslóganes del amor falsas verdades con el amable propósito de decir a ese alguien que ha crecido con los valores hollywoodienses —es decir, todo hijo de vecino— lo que quiere oír. A todos nos gusta que nos besen los pies y sabemos lo que los demás quieren oír. Decirlo es fácil.
Y de esta forma nos engañamos a nosotros mismos, a la vez que engañamos a potenciales clones de Bridget Jones. Y ser el culpable de que alguien pase un fin de semana comiendo helado mirando películas de amor no es amor. Prometer la luna sin sentirlo es una mera alimentación del ego ajeno. Vender la moto en vano, eso sí que es maligno. Y todo gracias a la fórmula que las colinas más famosas de California se han empeñado en definir como universales.

Por inercia, entonces, la mayoría de mujeres hemos desarrollado un radar de príncipes azules y de macarras, que nos ayuda a decidir si poner nuestro semáforo en verde o soltar una bofetada y ponerlo en rojo. La pena está en que buscando ese ideal no hacemos sino dejar escapar tantísimas historias, romances, idilios, amoríos y galanteos que de no tener un amor propio tan frágil podríamos disfrutar.
Pinchitos, casquetes, polvetes y demás intercambios de fluidos espontáneos aparte, nos estamos negando las virtudes de otras formas menos convencionales pero igualmente espectaculares de cariño romántico: las relaciones efímeras y los idilios abiertos.

Reivindiquemos así la frescura de esas relaciones y encuentros que de forma sana para el cuerpo y la mente nos dan aquello que deberíamos estar buscando en lugar de un anillo en el dedo anular. Cambiemos la manera de relacionarnos y de dividir entre príncipes azules y macarras egoístas. Dejemos de pensar que si no nos prometen la luna es que no somos suficientemente buenos.
Dejemos de buscar a ese only one y aprendamos a no basar nuestro propio en las promesas.