Quien más quien menos, todo el mundo ha llevado una en algún momento: una grande, pesada y dolorosa cornamenta que llamaría la atención de cualquier experto taxidermista, dispuesto a disecar la cabeza del cornudo para colgarla en la pared como un trofeo de caza. Y los cuernos nunca son bienvenidos, pero, en ocasiones, algunos se hacen más difíciles de llevar porque despojan a su dueño de cualquier ápice de dignidad. Estas son seis historias turbias, truculentas y desoladoras sobre infidelidades que te harán pensar, con un poco de suerte, que lo tuyo tampoco es para tanto.
Miguel Ángel, 29 años
“Estábamos llegando a la Navidad y mi novia me pidió que la acompañase de tiendas para hacer unas compras. Después de recorrer un par, pasamos por una de ropa vaquera porque quería comprarle unos pantalones a su primo. ‘Tenéis más o menos la misma talla. ¿Te importa probártelos para ver cómo quedan?’, me dijo, la muy bruja. En realidad, esos vaqueros eran el regalo con el que iba a intentar reconciliarse definitivamente con su ex. Después supe que habían estado tiempo mandándose mensajes, que habían vuelto a liarse un par de veces y que su intención era darse otra oportunidad. Así que yo, con cara de idiota, caí en la cuenta de que había hecho de maniquí para la tía que me iba a dejar, y que ella imaginaba, mientras me miraba en el probador, cómo le iban a quedar esos pantalones a su ex”.
Adrián, 32 años
“Mi novia estaba de bajón después de que la despidieran del trabajo. Como no conseguía reponerse, le propuse buscar alguna actividad que la distrajera, y yo mismo le pagué la matrícula de una escuela de escultura y artes plásticas. Poco a poco, vi cómo se iba animando; volvía a ser la de antes, aunque las cosas entre nosotros empezaron a estar un poco más frías. Un día, me confesó que se había liado con su profesor y que quería dejarlo conmigo. Yo no pude dejar de imaginarme a los dos en una secuencia tipo Ghost, dándole forma al barro, después de haber pagado yo mismo la inscripción”.
Ana, 31 años
“Mi novio y yo contratamos el típico viaje turístico por Italia. 9 días para recorrer Roma, Venecia, Florencia y Milán. Como el tour estaba organizado en grupo, pronto hicimos amistad con otra pareja, más o menos de nuestra misma edad. Error. En nuestra última escala, sorprendí a mi novio liándose con la chica de la otra pareja, después de habernos dicho que se adelantaban ‘para ir cogiendo sitio en la fila’. Afortunadamente, eso ocurrió justo el día antes de tener que volver y no tuvimos que pasar demasiado tiempos juntos. Al llegar a España, decidimos ir cada uno por nuestro lado. Espero que esté bien hundido en la miseria”.
Claudia, 27 años
“Un amigo me pidió ayuda para conquistar a mi prima, tres años mayor que nosotros. Yo le dije que no me hablaba con ella, pero, el hecho de empezar a tener más trato, despertó en los dos cierto interés. Al tiempo nos liamos, y él se olvidó de mi prima. Pero, ay, la cabra tira al monte, y, meses después, le descubrí unos mensajes con ella que no reproduciré, pero que podréis deducir si os digo que fueron motivo suficiente para partirle la cara”.
Fran, 28 años
“Mi novia estaba de Erasmus en Bélgica y decidí ir a verla aprovechando un puente. Para llegar al pueblo en el que estaba tuve que coger un tren de cercanías, y allí coincidí con otro chaval español que tenía una beca en la misma universidad que ella. Cuando le dije el nombre de mi novia, noté que se ponía un poco nervioso, pero no le di importancia. La verdad es que el chaval me cayó muy bien y, al llegar al pueblo y encontrarme con mi novia, salimos los tres a tomar unas cervezas. Pero sus nervios durante el viaje tenían un motivo: llevaba liándose un mes con ella. Lo descubrí porque otro amigo común, también de Erasmus, me lo dijo durante mi visita. No me lo había querido decir por Skype, pero, teniéndome delante, me lo chivó. Y hasta ahí mi relación con ella”.
Marta, 36 años
“Mi marido y yo teníamos una tienda de mascotas. Como el negocio iba bien, decidimos alquilar otro local más céntrico, y buscamos a alguien que quisiera compartirlo. Dimos con una chica que quería abrir una tienda de comida para animales y demás juguetes, y cerramos el trato. Yo me quedé en la primera tienda y mi marido, con ella, iba a encargarse de gestionar la segunda, la que teníamos en común. Un día pasé sin avisar a recoger unas facturas y los sorprendí en la trastienda. Todavía andamos con demandas”.
Y sí, puede que poner los cuernos no te haga necesariamente peor persona, todo es cuestión del 'pacto' que tengas con tu pareja. Pero hay historias, como estas, que sí harán al infiel merecedor del título de ‘abominable cabronazo’.