Un antiguo proverbio chino decía que el leve aleteo de las alas de una mariposa se puede sentir al otro lado del mundo. Esta idea también fue captada y sintetizada por el matemático y meteorólogo estadounidense Edward Norton Lorenz quien la bautizó como ‘Efecto Mariposa’. Según esta teoría, algo tan sutil como el aleteo de una mariposa puede repercutir en la climatología mundial, alterando las mareas y provocando tornados. Por tanto, no es casualidad que esta formulación holística y profundamente filosófica se relacione estrechamente con laEdward Norton Lorenz.

Volviendo a las mariposas, lo cierto es que estos pequeños insectos alados nos gustan y nos hacen sufrir a partes iguales. Se suele decir que, cuando te enamoras, los principales síntomas son sudoración excesiva, palpitaciones y la joya de la corona; las mariposas en el estómago. Estas sensaciones aparecen en la fase más primaria de una relación y, a medida que ésta se va aposentando, van desapareciendo. O, al menos, es así la mayoría de veces. Pero hay gente absolutamente adicta a la sustancia que se libera en el cerebro durante esta fase: la dopamina. Cuando comemos o tenemos sexo este compuesto se apodera de nosotros y nos hace sentir tremendamente bien. Por eso se asocia directamente con el sistema de placer del cerebro.
Sin embargo, esta sustancia no es la única; junto a la dopamina, la serotonina y la oxitocina son las responsables de lo que algunos llaman ‘el amor engañoso’. La primera se encarga de controlar los impulsos y la segunda es conocida como ‘la sustancia química del abrazo’, porque es precisamente la que liberamos cuando estamos en contacto cuerpo a cuerpo con otra persona. Por todo esto, los compuestos químicos que segregamos cuando estamos enamorados pueden ser más adictivos que una droga; podemos estar en las nubes, de bajón o sentir el más absoluto de los monos cuando perdemos a alguien.

No obstante, y a diferencia de las drogas, ésta no es una adicción a una sustancia concreta, sino una dependencia emocional. Estas hormonas nos hacen sentir excitados, enérgicos y vitales. Y claro, eso nos gusta a todos. Pero cuando este cóctel de químicos empieza a perder su efecto, hay gente que lo interpreta como una pérdida de amor y automáticamente buscan un sustituto para volver a tener su dosis de ‘hormona de la felicidad’.
Sin ir más lejos, el cantante Dani Martín en su nuevo disco ‘La Montaña Rusa’ habla o mejor dicho canta sobre la dificultad de encontrar el equilibrio en las emociones. Él mismo ha comentado en varias ocasiones que es un ‘adicto a las mariposas’ y en este álbum se centra en hablar de “cuando las mariposas se piran" y que "cuando dejas de sentir eso que habías idealizado”. Porque, a estas alturas deberías tener claro que enamoramiento e idealización son sinónimos. Al final, la idealización es una distorsión de la realidad en algo exageradamente positivo.
Y el amor es distinto; es aceptación, respeto, admiración, cariño. Querer en el sentido más amplio de la palabra. Amar del todo. Conocer los defectos y cicatrices. Apreciar la imperfección. Besar los defectos. Cuando estás enamorado esto no tiene cabida, sencillamente porque no existen esos defectos. Corrijo: sí existen, pero no los ves. Y cuando esta fase pasa, se cae la venda de los ojos y tenemos delante a la persona tal cual es, es el momento de decidir si lo que veo me vale o no.

Pero, ¿por qué hay gente más enamoradiza que otra? Montse Iserte, psicologa especializada en terapia sexual y de pareja, opina que esto podría deberse a múltiples factores: “el miedo a estar solo, a ser heridos o rechazados dejo antes de que me dejen, una autoestima baja personas que se sienten valoradas por su capacidad de conquistar, la necesidad de sentirse especiales y cuidados cuando ha habido un vínculo difícil con los padres, como abandono o falta de afecto, etcétera”.
Pero esto no es todo, Iserte añade que “cuando alguien va de flor en flor, no se permite conocerse realmente, porque la pareja estable hace de espejo de aspectos de nosotros mismos que no reconocemos como propios”. En definitiva, enamorarse está muy bien. Está genial. Pero en su justa medida. Hay que tener en cuenta que si vas mucho de flor en flor, tarde o temprano, te toparás con el capullo de turno. Aunque Iserte. Porque como diría la micropoetisa Ajo: Iserte.