Cuándo se puede decir que uno conoce completamente a una persona es difícil de precisar. Con relativa seguridad uno puede admitir casi sin miedo a equivocarse que conoce a sus hermanos y a sus amigos de la infancia y el instituto. Con estos además no importa además cuánto tiempo pase, porque aquellos que han crecido contigo perciben la parte de ti que la vida te ha enseñado a ocultar al mundo.
Hay quienes sin temor a errar pueden decir que conocen a sus padres, aunque este capítulo es mucho más discutible. Conocer a los padres implica ser consciente de todo lo que son y sobre todo, de todo lo que fueron antes de ser aquello que esencialmente son para ti. Y a quienes la mayoría metería en este saco del conocimiento personal es a sus parejas. Porque después de cómo empezó todo, de lo que poco o mucho que costó decidir poneros a salir juntos. Después de las crisis y las reconciliaciones. De las manías y las virtudes. Después de la desnudez y el sexo. De contar el pasado, planear el futuro y exprimir el presente; después de todo, ¿si no conocemos a nuestra pareja, a quién conocemos entonces?

Y sin embargo, después de meses o años una ruptura lleva tantas veces a la más estoica de las incredulidades. Tantas y tantas parejas han acabado con un “esto no me lo esperaba”, “no me puedo creer que esté actuando así”, “parece como si no lo conociera”. La hiel en los labios de la traición emocional, de aquel que cambia o actúa empeñándose en convencernos de que estábamos equivocados y fuimos crédulos, de que nos la han dado con queso. Porque realmente no es hasta que la ruptura llega cuando uno puede decir que conoce a alguien.
Puede que incluso la sorpresa sea positiva. Que tras una relación conflictiva, dolorosa, plagada de sinsabores y de tiempos para reflexionar, cuando llega el final, la que fuera tu pareja muestre una nobleza digna de admirar. Que de entre el dolor saque una gran entereza y muestre un respeto por ti y tus sentimientos que te deje un dulce sabor de boca sobre la persona con la que compartiste tu vida.
Es ahí, en medio del rechazo y la vulnerabilidad, con los recuerdos todavía frescos y el corazón herido cuando uno demuestra quién es. Porque en el comportamiento ante la derrota se muestra la dignidad y hay quienes andan por el mundo con un aura de decencia que se viene abajo en cuanto las vida les enseña que las cosas no van a ser como esperaban. Porque tanto si se deja como si se es dejado, es ahí, en la ruptura, cuando se juega la verdad. Porque se muestra la importancia que se le da el otro, la sinceridad, la capacidad de afecto y contención, el respeto a la decisión del otro y el respeto a uno mismo.

Todas las veces que criticó a tu amigo por no tener dignidad y ridículamente suplicarle a su novia que volviera. Todas las veces que censuraste que su amigo no fuera sincero, que todavía le ocultara cosas. Todas las veces que os prometisteis que seríais amigos, que os alegrarías por vuestro futuro, que no harías público aquello que fue dicho y hecho para morir siendo privado. Todo aquello de repente se destruye y su actitud no pone en entredicho el presente, sino que de repente cuestiona todo aquello que habéis y no habéis sido. Porque no es hasta que los caminos se separan cuando uno puede estar seguro de cómo alguien se comporta en las despedidas.