Tres palabras: "Me has decepcionado". O peor aún: solo una mirada derrotada seguida de un silencio que lo dice todo. Cuando la cagamos profundamente esperamos que la otra persona reaccione con la rabia del Demogorgon de Stranger Things. Que vomite sobre nuestras culpables caras toda la ira que nos hemos ganado hasta que se quede tan vacía que pueda perdonarnos y pasar página. Duele, es una mierda, pero es nuestra mejor opción tras el perdón instantáneo, tan legendario como el Yeti. Lo que de verdad puede fulminarnos es una buena dosis de decepción. Ahí sí, se nos cae el mundo encima.
¿Pero por qué? Para Katherine Hawley, experta en filosofía de la ciencia en la Universidad escocesa de Saint Andrews, tiene una explicación muy sencilla. Como explica en Psychology Today basándose en las teorías del filósofo inglés, Peter Frederick Strawson, reacciones tan aparentemente negativas como el enfado o el resentimiento guardan un componente de respeto hacia la otra persona. "Cuando alguien se enfada con nosotros, muestra que está totalmente comprometido con nosotros y que nos responsabiliza por nuestras acciones", dice Hawlie. Es un maremoto desagradable, pero en el fondo sabemos que implica que todavía les importamos.
Las reacciones basadas en la decepción, por otro lado, son una jodienda. La desgarradora frase de "no estoy enfadado contigo, solo estoy decepcionado" suele soltarse cuando todo parece perdido. Tal y como apunta Hawley, "es algo que esperamos que un padre o maestro le diga a un niño descarriado". Como si no hubiese retorno posible. Como si todo estuviese ya estropeado irremediablemente. La pista definitiva de que se ha rendido con nosotros. Y eso duele infinitamente más que una tormenta pasajera, por atronadora y salvaje que sea esa tormenta. La promesa de ser perdonado en algún momento desaparece de la ecuación.
No obstante, y según esta experta, las actitudes de decepción no son siempre terminantes. Muchas veces la gente las utiliza no como reacción honesta y proporcionada, sino como método de castigo. Sí terminarán perdonándonos, pero saben que esa actitud nos hará mucho más daño que una buena bronca. Y eso es algo que no nos merecemos, aunque la hayamos cagado. "Somos responsables de nuestras acciones y merece respeto", escribe Hawley. Merecemos ser tratados de igual a igual, no como alguien que ya no importa. La decepción, añade Hawley, "puede asestar un golpe fatal" a las relaciones. Así que mucho ojo.