Carta Abierta A Las Mujeres A Las Que Amé Y No Me Correspondieron

He escrito novelas de terror que llevan tu nombre, no porque te odie, sino porque lo que más me acojona ese ese momento en el que me dices que no.

Nunca he creído en las mariposas. Si en realidad fuera eso lo que siento, creo que devorarían cada centímetro de mi cuerpo cada vez que pasas tu mano por mi espalda. Estoy seguro de que es algo mucho peor. Será algún tipo de parásito que me come y que se queda. Que pasea por mi mente creando una incisión, algo que trastorna mi equilibrio y que me hace postrarme de rodillas cada vez que te vas y no te vas conmigo, cada vez que me duele el estómago, cada vez que tengo un orgasmo, a solas, y no contigo.

Nunca he creído en las fantasías. Tendemos a idealizar las cosas que vivimos, las sonrisas, las personas. Creamos una realidad utópica en la que visualizamos una película cuyo guion nunca será escrito, cuya cinta se esfuma tan rápido como un papel de fumar, que se quema y nada más. Mientras, los fotogramas de esa película bombardean nuestra mente como una flota entera de kamikazes, pues son imágenes que crean una brecha, pero no dejan supervivientes. Pero contigo tuve que hacer una excepción.

Pues he escrito novelas de terror que llevan tu nombre. Y no porque pensara que fueras un monstruo por no corresponderme, sino porque lo que más me acojona es ese momento en el que me dices que no, que no eres para mí. Ese momento en el que, muy a mi pesar, sé que vas a acabar desapareciendo de mi vida, pues ese buen rollo que teníamos se ha ido a la mierda en cuestión de segundos. Pero en realidad es mejor así, las balas hay que recibirlas de cara, pues al menos puedes calcular cuándo y cómo caer al suelo, eso o pararla con los dientes. Creo que esa es la mejor opción, así al menos después de tenerla un rato en la boca puedo digerirla y disolver en ácido todos esos sentimientos que un día creé en vano.

Quizá en vano no, pero fue algo efímero, como un cigarro que no sacia. Como el humo de ese cigarrillo pasaste por mi vida. Entrando por mi boca, llenando mi pecho de un alivio pasajero, para luego salir de la misma forma en la que entraste, desvaneciéndote en el aire, pero dejándome con un mono que no se cura con desintoxicación, pues no se cura con nada.