Es un viernes por la mañana y voy por el segundo café en el curro. Me aburro soberanamente y no puedo parar de pensar en sexo. Vamos, que estoy cachondo y la cafeína no me ayuda a calmarme. Para acabar de arreglarlo, una de mis exnovias acaba de publicar una foto de postureo sexy en Instagram. Disimuladamente, me levanto de la mesa y me doy un paseíto hasta el cuarto de baño donde puedo tener esos minutitos de desconexión que me dan la vida. Aquí es donde comienza el juego: voy a escribir a alguna ex para que me suba la autoestima.Lo admito esta mal, muy mal, pero no puedo parar de hacerlo. Aunque tengo pareja fija desde hace años, sigo manteniendo esa red de contactos con los que sacio a mi ‘cerdo interior’ de vez en cuando. En esencia, son las tres o cuatro chicas que me siguen poniendo y que sé que se quedaron pilladas por mí. Sí, soy lo que vosotras conocéis como un jodido cabronazo. Y uno de los buenos, de los que ponemos cara de inocente y llamamos ‘cuqui’ a la pareja cuando cinco minutos antes estaba chateando con la ex por el WhatsApp. Quizás sea una manera inconsciente de justificarme, pero si funciona a mí me sirve. Puedo vivir con esta dualidad, no lo niego.
Pero, wait a minute: ¿hasta qué punto se puede decir que soy un cabronazo? En realidad, y si lo pensamos fríamente, lo único que hago es lo que en Argentina llaman ‘tener la vela encendida’. Es decir, me cubro las espaldas porque nunca se sabe y no me gusta sentirme dependiente, de nadie. Mis mensajes pueden ser un poquito picantes pero, en la inmensa mayoría de las ocasiones, me basta con un “qué tal bombón” y que me respondan echándome algún piropo. Esos cuando les digo que “estoy yendo al gimnasio” y me responden “pero si ya tienes un cuerpazo” o, algunas son más pícaras, salen con un “quien lo pillase otra vez”.
Ese es el tipo de subidón al que me refiero y que, pido disculpas a quien le parezca reprobable, me hace sentir que aun ‘tengo un buen polvo’. Creo que, de vez en cuando, dejar que otras personas te suban la autoestima no solamente es bueno para ti, sino para tu relación. Está claro que no es la manera ideal de hacerlo, pero cuando mi autoestima está por la nubes molo más, así de claro. Y ese flow que me dura todo el finde repercute en mi pareja porque ella, y solo ella, es la que realmente lo disfruta. Eso lo tengo MUY claro, que conste.
Me dirás que me equivoco con mi planteamiento —y te daré la razón— pero el hecho de que ella se dé cuenta de que su chico todavía en el mercado hace que no caigamos en la rutina y, sobre todo, que nos pongamos las pilas para sobreponernos a esos baches que pasa toda relación cada cierto tiempo. Es por eso que, aunque no debería admitirlo, sigo jugando mi juego. Porque funciona. Quizás ella también lo haga y la verdad es que me importa muy poco mientras también acabe por beneficiarme.
Al final, lo único que quiero decirte después de todo este rollo es que, lo que realmente me inquieta, es lo que me diga el corazón. Mi único límite es saber que ese juego no va a nublar mi mente ni mis sentimientos. Que jamás se va a convertir en una adicción o algo que utilizaría para hacer daño. El día que después de chatear con otra no me apetezca escribir corriendo a mi novia sabré que algo falla pero por el momento soy feliz y amo a mi pareja aunque también te digo una cosa: más amo mi libertad.