Las Bodas Son El Lugar Donde Se Paga El Precio De La Amistad

Una invitación de boda es el impuesto revolucionario de la amistad.

Un anillo representa un compromiso entre dos personas que se quieren, una invitación de boda es un compromiso, mayor si cabe, para los que les rodean. Y digo mayor porque ellos no lo han decidido así. Los pobres invitados no han tenido ni voz ni voto en el asunto. Que no digo que no se alegren por el enlace, pero en el fondo esa historia de amor no debería salpicarles tan de pleno.

Conoces a la mujer de tu vida, en un bar de carretera, ambos ibais pedo, no eran horas, seguramente te habrías enrollado con cualquiera, pero fue con ella. Y surge el amor. Del modo más idiota, casi sin quererlo os queréis. Casi sin plantearos por qué continuáis con lo vuestro. Poco a poco vais dejando vuestra vida social de lado, ahora sois una persona que paga doble en los cines, en los restaurantes, hoteles… pero una sola persona al fin y al cabo. Os habéis fusionado de un modo letal. La rutina hace el roce, y todos sabemos que el roce hace el cariño. A no ser que hablemos de columnas de parking o zapatos nuevos. Esos te joden directamente.

¡Cuántas noches mirando las estrellas desde la parte trasera de tu viejo coche! ¡Cuántas noches desempañando los cristales para volver rápido a casa! El amor es lo que tiene, que te pilla en medio de un parking y debe fluir. No hay prisas hasta que se hace tarde. Pero nadie dijo que amar fuerte fuese sencillo.

De pronto maduráis como pareja y pasáis de embestiros fuerte a llamaros cosas como cari, cuqui, neni, EN PÚBLICO. Justo en ese momento en el que pierdes la dignidad de un modo inconsciente es cuando tu vida deja de sonreírte para reírse fuerte en tu cara. Pero como la risa es contagiosa, vosotros seguís a otra cosa. El amor puede con todo. Además tenéis vuestra canción. ¿Qué más puede se puede pedir?

Cuando ya sentís que lo habéis hecho todo, y no queda nada más por demostrar. Se os ocurre la genial idea de casaros. Y ojito, que casarse no es solo firmar un papel. Es contraer un compromiso inmenso. Y un viaje a Cuba, eso también. Y regalos, y vuestra cuenta corriente a tope, porque la boda os la paga papá y el viaje tu suegro. En esta historia hay dos grandes perdedores. Por una parte, el suegro. Te llevas a su hija y encima debe pagaros el viaje. Y por otra, los invitados. Que tampoco lo son. Es decir, te invitan a comer, pero debes soltar una media de 150 euros por persona.

Con ese dinero comes en la hamburguesería de la esquina 30 veces. 30 magníficas veladas con la chica que te gusta, porque claro, tú aún estás en esa fase. Y de pronto te ves extorsionado emocionalmente por tu mejor colega. Debes acudir al evento, y tu noviamiga también. Finalmente ella te abandona, dice que no está preparada para dar ese paso juntos. Así que te encuentras sin pareja y buscando una corbata que pegue con tus zapatos. UN DRAMA, TUS MALDITOS ZAPATOS SON HORROROSOS.

Una invitación de boda es como el impuesto revolucionario de la amistad. Solo le falta estar escrito con recortes de revistas, de un modo anónimo. Pero un colega nunca haría eso anónimamente. Porque lo vuestro es algo más que una amistad, y porque debe darte el número de cuenta para que le hagas el ingreso.

Supongo que por eso las despedidas de soltero son como son. Una juerga donde se viste al futuro esposo del modo más ridículo posible. Con pollas en la cabeza, vestidos de vagina… y sobre todo en una ciudad donde no os conozcan, por si la cosa se os va de las manos. Lo mismo el novio termina inconsciente, en un tren de larga distancia y sin cartera. A LO MEJOR SUCEDE ESO.

Pero él tiene que soportarlo. Porque sois amigos blablablá y por haberos invitado. Es el precio de la amistad. ¿No?