Hablamos demasiado. Nos perdemos en un vocabulario extenso, a veces elaborado, a veces convincente, pero la mayoría de veces vacío. Damos demasiada importancia a las palabras, palabras que se desvanecen, vocablos con los que engañamos nuestros sentimientos, sintiéndonos aliviados por unas simples frases que muchas veces no significan más que una mera sucesión de palabras.
No es que no quiera que me digan "te quiero", no es que no quiera escuchar eso hacia mí. Pero resulta tan fácil mostrar cómo uno se siente, que las palabras me saben a poco. De hecho, si nos dedicásemos más a demostrar y menos a hablar, convertiríamos el amor en una realidad y ya no haría falta decir que nos amamos, porque ya lo sabríamos.
Imagina por un momento que nos llevamos esas palabras, que por un momento no podemos hablar. Imagina que tenemos que empezar de cero, que no tienes nada que decir, y piensa por un momento que tienes que demostrarme tu interés, tus sentimientos. No es tan difícil, cualquier cosa sirve para hacerlo: una mirada, un gesto, una simple sonrisa. El mundo no se creó a partir de palabras, se creó demostrando que se podían hacer las cosas, conquistando parte a parte, trozo a trozo. Y de la misma manera se conquistan los corazones, paso a paso, día a día.
No me digas que me quieres, no hace falta, solo enséñamelo, enséñame lo que sientes y haz que con tu sola presencia las palabras sean un complemento, un adorno a todo lo que tienes para enseñarme. No tienes que convencerme de nada, no tienes que comprarme nada, lo único que tienes que hacer es robarme el corazón.
“Algo más que palabras, algo más que hablar es lo que necesitamos para hacerlo realidad; entonces no necesitaré que me digas que me quieres, porque yo ya lo sabré”.