Pongamos que es una tarde cualquiera en una ciudad cualquiera, uno de esos jueves que alguien organiza una fiesta, hay cerveza gratis y todo el mundo sabe que el viernes la resaca será monumental. Conoces a alguien genial y os gustáis mucho. La conversación fluye y hay química. Tenéis muchas cosas en común y, aunque esa noche no pase nada o sí, habrá una segunda cita en los próximos días. Y una tercera, cuarta, quinta e incluso sexta. Y vivieron felices para siempre. Qué bien, ¿no? Pues no, no todo va a ser tan bonito.
Te fascina, crees que podría ser la persona definitiva, el enésimo amor de tu vida. Os veis y os escribís a todas horas, hay una mezcla de 'intensismo' y deseo sexual constante durante las tres primeras semanas. Un flechazo en toda regla. Sin embargo, de repente y sin explicación alguna, parece que el encanto se está evaporando y empiezas a agobiarte.

Lo que aquella noche era perfecto se acaba convirtiendo en un callejón sin salida. Ya no te apetece quedar, previsualizas los mensajes antes de contestar y tardas mucho, ya no te pone nada y cualquier excusa te parece buena para retrasar o cancelar una cita. Cuando os miráis ya no sientes que vas a morir de amor de un momento a otro, ahora piensas: “joder, creo que nunca me gustó de verdad. ¿Y ahora qué hago?”. El problema es que eso solo te está pasando a ti, al otro sí le gustas y quiere que lo intentéis. Desea con todas sus fuerzas una oportunidad y, obviamente, no va a entender tu repentino cambio de opinión.
Lo tuyo nunca fue la puntería. La otra persona cree que te ha acobardado lo rápido que ha ido todo, que te da miedo arriesgarte a seguir luchando, que "no eres valiente", y te lo echa en cara. Cuánto daño ha hecho Hollywood. De hecho, por un segundo todo eso podría tener sentido, igual es cuestión de forzarse y pelear para que termine funcionando. Pero no, para nada. Esto no es un culebrón ni tú estás traumatizado por tu pasado y ha llegado quien que va a 'salvarte'.

Por quedar unas cuantas veces con alguien no significa que pase a convertirse automáticamente en el amor de tu vida, y nadie puede culparte por ello. Pero sí tiene razón en que te falta valor, porque no dices la verdad desde el principio.
¿No prefieres la sinceridad? Pues aquí la tienes. Cuando una persona te gusta lo sabes, no hay dudas. ¿Vas a arriesgar por alguien que no te hace sentir nada? ¿Ser valiente significa alargar unas falsas ilusiones? Obviamente no. Entonces piénsalo, no es que te cierres porque te hayan hecho daño antes, ni te abruma tanto su amor que tienes miedo de no estar a la altura. Simplemente, no te gusta lo suficiente. Y no has engañado a nadie, no has mentido para conseguir sexo. Antes había algo y ahora no.
Se acabó, pasas y el único miedo posible es enfrentarse al ‘tenemos que hablar’ sin dejarte enredar de nuevo en ese espiral romántico. Porque tu ya no sientes eso. Vivís en la misma ciudad y os volveréis a cruzar, tarde o temprano. Por eso prefieres que recuerde que decidiste ser sincero y hacerle daño una vez, en vez de que estuviste jugando con sus sentimientos durante meses.