Hicimos match en pleno confinamiento. Nos escribíamos casi cada día con mucho humor y fue subiendo el tono hasta lo picante. Nos conocimos personalmente dos meses después, en plena desescalada, y el bar cerró tan pronto que enseguida estábamos en la cama. No fue muy bien en lo sexual, pero llevábamos tanto tiempo hablando que casi parecíamos amigos. Y así fue como este rollo que parecía un desastre se acabó convirtiendo en un ‘affaire’ trampolín que nos sirvió a los dos para mejorar nuestras vidas.
Ella era actriz, escritora de teatro y profesora, una chica divertidísima y muy, muy inquieta. La conversación con ella nunca tenía fin, siempre tenía cosas interesantes que explicar y las risas volaban y volaban. Llegó el día de la cita y la magia se acabó en cuanto llegamos a la cama. No sé si era la factura mental de la pandemia o una falta de química de aquellas que uno no sabe explicar, pero la cosa no cuajó por ninguna parte.
De todos modos, le escribí algún mensaje pensando que merecíamos darnos una segunda oportunidad con alguien tan guay pero ella no me dio mucha bola. Después, conocí a otra chica que me destrozó el corazón al irse con otro chico que estaba conociendo a la par que a mí. Y me quedé bloqueado, anclado a la sensación de que en algún momento volvería a por mí, preparándome para un momento que, por supuesto, nunca llegó.
Y en medio de la rayada y de otras citas-desastre, me acordé de ella y le escribí. Resulta que yo me acababa de mudar a su barrio y el hecho de que fuéramos vecinxs facilitó la quedada. El primer día, nos dedicamos a explicar nuestras penas: yo estaba aún tocadísimo esperando a aquella otra chica y a ella le acababa de pedir un tiempo el chico del que estaba perdidamente enamorada, porque él no tenía claro lo de tener una relación. Nos despedimos como amigxs, con un abrazo con mascarilla, sin más.
Seguimos hablando por teléfono y al cabo de unos días le escribí: “¿quieres venir a ver una película a casa y dormimos juntxs sin más?”. Y no dudó. Estábamos semiconfinadxs, los bares cerrados, necesitábamos crear una burbuja por una noche. Bebiendo, charlando, la química surgió y pasamos una noche maravillosa de —esta vez buen— sexo, vino, charla y cariño. Por la mañana parecíamos novixs cantando canciones. Sentí que mi autoestima se recuperaba bastante después de meses pensando que no era capaz de pasar una noche divertida y agradable con alguien, que siempre iba a estar pensando en la otra chica.
Al cabo de unos días, el chico del que ella estaba pendiente reaccionó y le dijo que lo había pensado bien y que quería estar con ella, en parte motivado por el hecho de que ella hubiera estado conmigo se lo contó. Ella me explicó la novedad y yo me alegré por ella. Unas semanas después, fui yo quien conocí a alguien. Me enamoré como nunca en los últimos 10 años, hoy es mi pareja y probablemente el amor de mi vida. Sigo hablando con la otra chica, que se ha ido a vivir con el novio y están a tope. Y nos alegramos de cómo fue todo, lo recordamos como una noche que nos sirvió para tomar energía.
Dicen que es mejor que nunca seas la pareja o el rollo de transición de alguien. Pero la cosa cambia si lxs dos lo sois, a lxs dos os va bien y más bien os convertís en relaciones de trampolín para la vida del otro.