El 'amor de tu vida' puede acabar siendo cualquiera. Te has pasado años creyendo que aparecerá de repente donde menos te lo esperes, que lo encontrarás por ahí en otro trabajo, en un viaje o que será el amigo de otro amigo. Pero lo que nunca habías pensado es que tal vez ya os conozcáis, que esa persona ya esté coladísima por ti en secreto o que esa amiga del colegio que siempre te cayó genial volverá a cruzarse en tu vida y no podrás dejarla ir. Estas son historias de personas que se reencontraron años después de haberse conocido y se enamoraron locamente. Historias de esas que te hacen creer en el destino o en el 'si lo nuestro tiene que ser, volveremos a encontrarnos'.
Miriam y Dani

La suya fue una de esas amistades infantiles en la que él le tira del pelo a ella porque le gusta. A ella también le gustaba él, era su amor platónico, y así pasaron juntos sus años de colegio, entre risas y llantos, de los tres a los 12 años. Ese amor-odio se acabó cuando al padre de Daniel le destinaron por trabajo a un pueblo lejos de la ciudad donde habían conocido a Miriam. No fue hasta los 27 años que, gracias Facebook, se volvieron a unir después de 15 años sin saber nada el uno del otro. El amor platónico aparecía en su timeline, ¿quién iba a cerrarle la puerta?
Después de una relación tóxica que duró nueve años, Miriam no quería saber nada de volver a enamorarse cuando Daniel le mandó un mensaje y le propuso tomar un café para ponerse al día. Empezaron a verse, como amigos, para ir al teatro y otras cien cosas que iban enamorando a Daniel, mientras Miriam seguía en su coraza, con miedo al dolor. Tuvieron que pasar muchos meses hasta que, con paciencia, ella decidió abrirse y dejarse querer. Él había estado ahí, sin cruzar ni un milímetro la ralla que ella había marcado en su relación. Dos años después él le pidió que pasaran toda su vida juntos, tal como la habían comenzado. Y eso hicieron.
Belén y Paco

Paco y Belén eran vecinos desde pequeños. Vivían puerta con puerta y él fue el primer amigo chico que tuvo ella, alumna de un colegio de monjas. Él siempre le pedía besos y ella siempre le decía que no. Pero su afán era tal que incluso, una vez en un cumpleaños suyo organizó una boda falsa en la que Paco era el novio, Belén la novia y les 'casaba' un amigo suyo, pero lo único que consiguió fue un beso en la mejilla. Pasaron mucho tiempo juntos hasta que, cuando tenían 10 años, los padres de Belén se separaron y se mudó con su madre a otro barrio. No se volvieron a ver hasta que se reencontraron en las calles de una Valencia en fallas cinco años después y fue allí cuando, por fin, él tuvo su primer beso.
Como la mayoría de los amores adolescentes, tan emocionantes e inocentes, la vida les llevó por caminos diferentes. Tras cinco años, lo suyo se había estancado. Belén se fue a Londres a mejorar su inglés y él se quedó, así que cortaron. Pero lo suyo no iba a quedar así. Pasó el tiempo y ambos tuvieron otras parejas, pero él se seguía acordándose de ella y quería volver a verla. Y como su historia va de cinco en cinco, fue a los 25 años cuando Paco volvió a contactar con Belén. La veía cuando ella venía a visitar a su padre los fines de semana, que seguía viviendo en la finca donde crecieron, y decidió dejarle una nota con su teléfono en el salpicadero de su coche. La curiosidad y la nostalgia invadieron a Belén, así que le llamó y volvieron a enamorarse. Ya llevan más de diez años juntos desde entonces, se han casado 'por segunda vez' y tienen dos hijos fruto de las casualidades y el empeño de Paco. Belén sigue guardando ese anillo de plástico que le dió Paco cuando, de pequeños y jugando, se prometieron amor eterno sin saber que, en realidad, aquello sí sería para siempre.
Isabelle y Jérôme

De madre catalana y padre suizo, Isabelle nació y creció en Ginebra y allí es donde conoció a los 19 años a Jérôme, que por aquel entonces era estudiante de medicina. Se enamoraron y estuvieron juntos varios años, pero a esas edades la vocación y las ganas de descubrir mundo van por delante y ella se marchó a vivir a Moscú después de terminar sus estudios de literatura rusa. Lo suyo continuó un poco a distancia, se querían, pero les faltaban años y experiencias vitales para poder valorar lo que tenían. Así que se acabaron separando definitivamente y estuvieron cinco años sin saber el uno del otro. Durante este tiempo, ella volvió a su país e incluso llegaron a trabajar a una parada de metro, pero a ellos el azar hizo que ni se cruzaran.
Parecía que sus vidas habían seguido cursos diferentes. Él con pareja durante varios años, ella trotando el mundo, estudiando y trabajando en diferentes países, hasta que un día a Isabelle le picaba la curiosidad y le escribió un mensaje. Pensaba que ya podrían ser amigos, que después de todos esos años el fuego se habría apagado y se podía construir una amistad. Pero desde el primer café que se tomaron juntos se dieron cuenta de que nada más lejos de la verdad, de que se querían como a los 19 años pero con la experiencia que les ha dado los otros 15 que vinieron después. Hace ya un año y medio del reencuentro y ya se están planteando sellarlo pasando a una siguiente etapa en la vida.
Celia y Héctor

Quién les iba a decir a ellos en aquel campamento del año 1999 que 18 años más tarde estarían casados y tendrían dos preciosos torbellinos como bebés. A Celia seguro que le habría dado un ataque, porque ese chico con pelo cenicero y un tinte de estos rubios que se ponen cuando se pierden apuestas, ni siquiera le cayó especialmente bien. Ella tenía 16 años y Héctor 17 y pasaron dos semanas de acampada que probablemente todo el mundo habría olvidado, de no ser porque años después era la anécdota más contada cuando se dieron el 'sí quiero' en una preciosa ceremonia una tarde de julio.
El camino entre esos dos momentos fue largo y les llevó lejos, concretamente a Dublín, donde Héctor se mudó a trabajar después de terminar la carrera de ingeniero informático. Él ya llevaba unos años allí cuando en 2007 llegó ella para aprender inglés y el azar, y una amiga en común, les volvieron a juntar para no separarles más. Desde entonces, las fotos de aquel campamento comenzaron a cobrar un sentido completamente diferente y, lo que en su día no era más que indiferencia adolescente, unos años más tarde hizo chispas y hoy ha dado como fruto una preciosa familia de ojos azules y grandes sonrisas.