Todos conocemos la escena: una pareja de mediana edad, juntos pero separados, uno frente al otro. Ni se miran, ni se hablan, ni se tocan ni se besan. Están en un restaurante. Con suerte. Si no, sentados frente al televisor de casa. Llevan años juntos y no tienen nada que contarse. Ahora bien, ¿qué pasa cuando después de 137 mensajes y 20 audios al día os pasa lo mismo cuando sólo lleváis un año juntos?
Todo el mundo habla de los problemas que genera la hiperconectividad: aislamiento, falta de concentración, celos y un largo etcétera que nos sabemos casi de memoria. Lo hemos leído mil veces. De lo que nadie habla es de lo rápido que agotamos nuestras relaciones. No nos guardamos nada, no dejamos nada para el postre: no tenemos de qué hablar cuando nos vemos. Normal que acabemos aburridos el uno del otro.
Nos pasamos el día pegados al móvil. De tan rápido, todo es inmediato. No hay espacio entre que algo se nos ocurra y que se lo contemos a nuestra pareja. ¿Cómo no íbamos a estar exhaustos cuando llega el fin de semana? Casi parece que hemos corrido una maratón de palabras: pongamos –cifra inventada– más de 100 mensajes diarios, repartidos en dos o tres conversaciones. Audios. Nos hemos desahogado a gusto. Hemos dicho lo primero que se nos ha pasado por la cabeza. Ni siquiera a la otra persona le ha dado tiempo a procesar toda la información y cómo le hace sentir.

Pero quizá algo estamos haciendo mal. Quizá lo mejor no sea contestar inmediatamente. No hay que tenerle miedo al doble check azul. ¿Qué pasa si se está pensando una respuesta ingeniosa? ¿Qué pasa si nuestra pareja está valorando a fondo nuestra situación para ofrecernos el consejo más adecuado?
Luego te cuento
El problema, sin embargo tiene fácil solución: basta con decir “luego te cuento con calma. O si no ya mañana, en persona, mientras tomamos algo”. Vivimos demasiado volcados hacia afuera y no nos damos cuenta de que lo mejor que podemos ofrecer a nuestra pareja está en nuestro interior. De nada vale pasarnos el día hablando por el móvil –o escribiendo, mejor dicho– si luego no vamos a ser capaces de contar nada. O nada serio. ¿Por qué no pensar dos veces lo que vamos a decir?
¿Te acuerdas de lo que te dije ayer?
Efectivamente, la falta de concentración también afecta a nuestras relaciones de pareja. Pero no en el sentido que hemos oído siempre. Como nos pasamos el día hablando con él o con ella, no prestamos atención a lo que nos dice. “Cari, ¿te acuerdas de lo que te dije ayer?” Pánico: “¿¿¿De qué narices me tenía yo que acordar???”, piensas para tus adentros. “Sí, dime”, respondemos esperando a ver si cuela.
Pero es imposible acordarse. Es como buscar una aguja en un pajar. Como buscar un whatsapp en una conversación. ¿No sería más fácil haberlo hablado por teléfono, si era tan importante? O a lo mejor en la conversación que tuvisteis por la noche. Y que ambos le hubierais dado la importancia que merecía el asunto. O quizá era una gilipollez, pero tú ahora no puedes saberlo.
Llevo todo el día –o la semana– pensando en contarte que…
Eso es amor. Coño. No solo le ha pasado algo importante, algo que cree que puede interesarnos, sino que además se lo ha pensado bien. Y no sólo se lo ha pensado bien, sino que ha pensado en contárnoslo. Y además se ha preocupado por saber cuál sería el mejor momento.
De verdad que ocupas el centro de su vida. Felicidades. Vais a llegar a viejos y seguiréis teniendo unas conversaciones apasionantes.