Cuánto daño hacen los anuncios. Todos los años igual: “¿Cómo no vas a comprar un décimo?”, te taladra tu madre. Durante años, un señor calvo invitaba a imaginar cómo sería tu vida si, de repente, te cayeran del cielo unos cuantos cientos de miles de euros y, aunque ahora el calvo ya esté jubilado, el efecto de los mensajes transmitidos por amables camareros, maniquíes en 3D y ancianas ilusas sigue calando en el cerebro conforme se acerca la Navidad. Pero, más allá de jugar con nuestra ilusión, la lotería desencadena en nosotros una serie de procesos neuronales que nos empujan a seguir gastando y gastando dinero en pedazos de papel que, tras unas semanas en la cartera, terminan, la mayoría de las veces, en la papelera. El psicólogo Ryan Anderson se ha ocupado de establecer las seis causas principales por las que todos los años terminamos cayendo, por mucho que te resistas.
Nos ponen las aproximaciones
Porque el hecho de quedarnos muy cerca del premio hace que pensemos que la suerte nos está rondando. Aunque no tenga ningún fundamento científico, el hecho de acertar dos o tres números nos invita a seguir jugando, con la esperanza de ser más certeros en el siguiente golpe. Es algo similar a lo que les ocurre a los deportistas: llegar el segundo a la meta desencadena en el cerebro una retroalimentación útil para seguir practicando y para mejorar sus marcas. Y eso tiene sentido. Pero la lotería es otra cosa; probabilidades y estadísticas, nada que esté en nuestra mano.

Los números son demasiado grandes
Y nuestros cerebros no están preparados para entenderlos. Sí, somos capaces de saber que uno de cada tres es una proporción más alta que uno de cada diez, pero cuando hablamos de números con más dígitos, la percepción de probabilidades se diluye. No somos capaces de diferenciar en toda su magnitud la diferencia entre uno entre 50 millones y uno entre 200, y terminamos reduciéndolo a ‘un montón’. Por eso seguimos jugando. Porque, aunque las opciones de que tu número sea el premiado son MUY reducidas, no racionalizamos hasta qué punto lo son.
Heurística de la disponibilidad
Término un tanto complejo pero de sencilla explicación: juzgamos la probabilidad de que algo suceda basándonos en la cantidad de ejemplos que hemos visto de que así ha sido. En otras palabras, todos los años nos bombardean con noticias en los informativos en las que se nos muestra la radiante felicidad de los ganadores de la lotería. Con matasuegras, gorritos y botellas de champán, los afortunados nos cuentan que van a ‘tapar agujeros’ y dar la vuelta al mundo, así que deducimos que no es demasiado complicado que podamos convertirnos en uno de ellos. El psicólogo completa su explicación con otro ejemplo: ¿cuántas veces se nos informa de que un bañista ha sido atacado por un tiburón? Con mucha menos asiduidad, sin duda. Así, ¿es más probable que nos toque la lotería a ser mordidos por un bicho descomunal? No. Pero nuestro cerebro nos hace percibir que sí.
La falacia del jugador

La falacia de los costos hundidos
Algo así como: ‘si ya llevo gastada una pasta en estos años pasados, voy a seguir jugando porque me tiene que tocar’. Damos por olvidadas - que no como perdidas- grandes sumas de dinero, y eso nos empuja a continuar apostando. No lo tomamos como una suma, pensando en que en los últimos años hemos dilapidado una cantidad concreta, sino que seguimos invirtiendo dinero porque ‘no lo vamos a dejar ahora’. Algo similar a lo que ocurre con las películas malas, que se terminan únicamente ‘por ver qué pasa’, casi sin esperar ninguna contraprestación positiva.
El afán de entretenernos
Porque muchos no sólo ven un pasaporte a una vida más cómoda, sino que confieren a la lotería la capacidad de hacerles pasar un rato divertido. Se busca emoción, fantasía, ilusión… Contar con la oportunidad de imaginar cómo sería la vida con cinco o seis ceros en la cuenta del banco. Y eso no se puede medir con dinero.
Y, por todo esto, caemos una y otra vez. Porque tal vez hoy nos forremos, tal vez hoy sea nuestro día, tal vez hoy un niño de voz satánica cante el número que llevamos guardando unos días en la cartera. Y si no, ya habrá más oportunidades. Aunque ahora ya sepamos lo irracional que es nuestra conducta…