Un psicólogo te explica por qué no puedes dejar de ver pelis de miedo aunque lo pases fatal

Hay algo que te pone, algo que hace que no puedas dejar de verlas. Ahí estás, con el corazón a mil por hora, pegando botes en el asiento e incluso soltando, sin querer, algún gritito esporádico.

Lo vas a pasar fatal. Por delante, varios días durmiendo con la persiana medio subida, sufriendo infartos cada vez que escuchas el mínimo ruido, sin atreverte a salir al baño por la noche y con horribles pesadillas. Pero hay algo que te pone, algo que hace que no puedas dejar de verlas. Ahí estás, con el corazón a mil por hora, pegando botes en el asiento e incluso soltando, sin querer, algún gritito esporádico. Las películas de miedo ejercen sobre aquel que se atreve a verlas un torbellino de sensaciones, de subes y bajas. Y muchos no pueden dejar de verlas, aunque sepan a ciencia cierta que van a pasar un rato potencialmente horrible.

Pero, si se trata de pasarlo mal, ¿por qué no pillarse un dedo con una puerta? Claro, la sensación no es la misma, pero eso también genera malestar. Entonces, ¿hay algún motivo por el que no podamos resistirnos a zambullirnos en una historia de terror? La respuesta es sí y la explicación está en la psicología.

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“Con estas películas, buscamos experimentar un cúmulo de sensaciones positivas y negativas al mismo tiempo”, explica Andrés Quinteros, psicólogo del Centro Psicológico de Madrid CEPSIM. Afirma que el miedo provoca una mayor irrigación sanguínea, un aumento de la adrenalina y una ligera taquicardia que, con una correcta combinación, trae consigo también cierta sensación de bienestar. La clave, una vez más, está en la percepción que hace nuestro cerebro de lo que es real y lo que no: “cuando vemos una película de terror, tenemos la garantía de que todo lo que se nos presenta no es real, que responde a una ficción preparada, y solo así podemos estar listos para tener y disfrutar con todas las sensaciones que se generan en nosotros".

En este sentido, el psicólogo apunta que "ante una película, nuestro cuerpo no activa los mecanismos básicos de protección asociados al miedo o a la rabia, como la reacción de huir o de defendernos" y que, en consecuencia, "no se entra en pánico porque somos capaces de disociar”. De hecho, ocurre lo mismo en otras prácticas como, por ejemplo, el paracaidismo. “Los amantes de la adrenalina buscan mecanismos para segregarla sometiéndose a determinadas actividades, pero siempre sabiendo en el fondo que no están en peligro. Sí, te tiras del helicóptero, pero sabes que el paracaídas te salvará de una muerte segura”, asegura.

Realidad contra ficción, seguridad contra temeridad. Porque solo se buscan sensaciones ‘controladas’. “Obviamente, a un amante del cine gore jamás le gustará presenciar un descuartizamiento real, ni a un enamorado del cine psicológico le gustará compartir su mesa con un psicópata”, constata Quinteros.

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En esos casos, en los que trascienden la pantalla, el lóbulo central del cerebro se desconecta y nos impide pensar, empujándonos a actuar rápidamente para salvar la vida. Correríamos delante de un león, nos esconderíamos de un asesino o vomitaríamos ante una escena de canibalismo. Y es también ese el motivo por el que algunas personas no son capaces de tolerar las sensaciones que se derivan de una historia de miedo: “Son muchos los que se meten tanto en la historia que pierden la visión y la perspectiva, angustiándose de forma desmedida por no poder establecer esa disociación”, argumenta Quinteros, que comprende perfectamente a aquellos que sienten pavor, incluso, con los trailers de algunas películas.

Pero, ¿es ese el único motivo? ¿Es la incapacidad de disociar el único factor que provoca que algunos odien el cine de terror? Así es, pero este viene determinado por algún trauma oculto. “Si la película refleja alguna situación que activa un miedo relacionado con un problema psicológico, el cuerpo la rechazará”, confirma el experto, que añade que "no es tanto por lo que suceda en la historia, sino porque se activan determinadas sensaciones relacionadas con nuestro problema, que derivan en tristeza y malestar”. Es también el motivo por el que algunos no aguantan el cine cruento pero sí disfrutan con los thrillers psicológicos, por ejemplo.

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Y, ¿existe un umbral del miedo? En alguna ocasión, las informaciones recogen estampidas en los cines, mareos y desmayos. Quinteros considera que se trata, más bien, de un umbral del asco: “Los espectadores no toleran tanta sangre, tanto descuartizamiento, tanta violación y, por eso, terminan abandonando la sala llegando incluso a vomitar”. Porque la sensación es diferente a la del miedo; el asco desencadena otros procesos en nosotros alejados del placer, revolviendo el estómago y haciéndonos sentir incómodos si se atraviesan determinados extremos.

En definitiva, nadie tiene que hacer nada obligado. Al que le guste pasar miedo, que pase miedo, y al que no, que siga disfrutando de películas más blancas. Que no pasa nada. Que para eso hay variedad. Y tampoco pasa nada por ser un poco ‘cobarde’.