Pasamos un día en una plaza de toros con las animalistas agredidas hace un año

Hace ya 11 años que Aïda Gascón recibió el email que trastocaría su cerebro y cambiaría su vida para siempre. Fue una tarde de su segundo año en la carrera de Bellas Artes. Un toro moría entre estoques y banderillas, vomitaba sangre y podía verse el

Hace ya 11 años que Aïda Gascón recibió el email que trastocaría su cerebro y cambiaría su vida para siempre. Fue una tarde de su segundo año en la carrera de Bellas Artes. Un toro moría entre estoques y banderillas, vomitaba sangre y podía verse el terror en sus ojos. Hoy Aïda dedica todo su tiempo libre a luchar contra el maltrato animal y es directora de la asociación AnimaNaturalis. Hace un año, ella y otra activista fueron agredidas en una plaza de toros, cuyos agresores acaban de ser condenados por la justicia.

Quedamos con Aïda y dos compañeras más en Alcanar, en Tarragona. Su propósito es acabar con la tauromaquia así que, desde hace cinco años, recorren las comarcas del sur de Cataluña asegurándose de que los toros que se utilizan en las fiestas patronales reciban un trato lo más digno posible. Por supuesto que no son bienvenidas. La gente se gira a su paso en las plazas de toros, saben quienes son y por qué están allí.

Nos reunimos a la entrada de la feria, acaban de volver de comer en el pueblo de al lado porque en este no se fían. "En la plaza de toros no pueden hacernos nada porque está la policía, pero cuando no hay eventos preferimos irnos a otro sitio por si acaso", cuenta Aïda. El ambiente es tenso, allí todo el mundo se conoce y saben quién es de un pueblo vecino y quién forastero.

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Las chicas llaman la atención: llevan mochilas con el logo de la asociación y ya han acudido a los festejos taurinos varios años seguidos para asegurarse de que se cumpla la ley sobre 'correbous' que la Generalitat de Catalunya aprobó en 2010 y que regula el tiempo que cada animal debe pasar en la plaza, la no participación de menores de 14 años, que haya un veterinario para controlar el estado de los animales antes y después de los actos y que un experto certifique las medidas de seguridad del recinto. "Nosotras simplemente venimos, nos sentamos y controlamos que no haya maltrato. Grabamos todos los actos por si hace falta denunciar, pero no nos metemos con nadie", dice Aïda. 

Sin embargo, Alcanar lleva dos años seguidos en el punto de mira. Fue el 30 de abril de 2016 cuando Gascón y su compañera Yasmina Moreno recibieron una paliza en Mas de Barberans Tarragona, les insultaron y les rompieron las cámaras al sacarlas para documentar los 'correbous' de la localidad.

La semana pasada —un año después de los hechos— los tres agresores llegaron a un acuerdo para evitar el juicio, y aceptaron pagar una multa de 8.010 euros por los delitos de coacción, lesiones leves y daños, con el agravante de discriminación ideológica, una 'condena' que supone una victoria moral para los animalistas. Tanto después del incidente violento como después de la 'condena' a sus agresores, Alcanar ha sido el siguiente destino de su ruta de 'correbous' y, por tanto, el pueblo se vuelve el centro de atención de todos los medios. "Aquí la cosa siempre está tranquila, seguramente porque siempre ha coincidido con un hecho significativo reciente. Saben que hay policía y periodistas", asegura Ana, otra de las activistas.

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Aunque vayan a pasar en esa plaza más de 12 horas hoy, defender a los animales no es un trabajo para ellas, sino una vocación a la que dedican casi todo su tiempo libre. Aïda trabaja como administrativa en su empresa familiar de instalación de aires acondicionados, Yasmina es repostera y Ana, hasta hace poco, transportista. Pero la lucha contra el maltrato animal es un compromiso que no pesa. "Es como un sentido del deber, ves que si no lo haces tú no lo hará otro y sientes por dentro que es tu papel. Cada paso que conseguimos avanzar es nuestra recompensa, y para eso hay que estar ahí", dice Aïda cuando le preguntamos por su motivación para pasar todo un martes en un pueblo a más de 200 kilómetros de su ciudad, Barcelona, siendo espectadora de aquello que más odia. "Siento que no puedo estar en este mundo solo para gastar y dedicarme a mis aficiones egoistamente", remarca.

Nos ceden un sitio para sentarnos entre los aficionados y la banda de música. Aïda me dice que, por la mañana, han podido grabar los 'bous al carrer' desde un balcón aislado, sin gente al rededor. Después de la atención mediática que se generó alrededor de la agresión del año pasado, se consiguió que tanto prensa como animalistas pudieran tener lugares protegidos para hacer sus respectivos trabajos y que la policía local y los Mossos fueran para vigilar. "Es por simple prevención, como cuando vamos a echar un ojo a la salida de las discotecas", nos dicen los agentes. Sin embargo, es cierto que hay otros dos agentes vestidos de paisano sentados al lado de ellas constantemente. 

Subimos por una estructura de andamios de hierro junto a unas carretillas de madera. En general, la plaza parece poco estable, pero desde el Ayuntamiento nos aseguran que un arquitecto ha revisado las instalaciones durante su montaje, que jamás han tenido un accidente y que los niños no participan en las corridas, solo son espectadores. A pesar de esto, las activistas no opinan lo mismo: "Salta a la vista que las condiciones de seguridad no son suficientes, la vaquilla puede meter el cuerno por uno de los barrotes y darle a cualquiera o quedarse encallada y pasar minutos intentando escapar", sentencia Aïda. "Además, no hay nadie que controle qué edad tienen esos chicos. Nosotros no podemos ir pidiendo el DNI a todo el mundo, no somos la policía".

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Las chicas aseguran que, durante los últimos años, han sufrido acoso y ataques verbales y físicos por parte de la gente en algunas localidades de las comarcas de les Terres de l'Ebre simplemente por asistir a actos taurinos. Pero si su función se limita a grabar y no hablan con nadie, ¿por qué son recibidas con esa violencia? En Alcanar, aunque saben quienes son y se percatan de su llegada, siguen con la fiesta como si no pasara nada.

"Cada uno que grabe lo que quiera, nosotros estamos a nuestra fiesta y ellas a su labor", dice Víctor, un vecino del pueblo de 35 años. La plaza está llena de familias, niños y jóvenes que salen a correr delante de las vaquillas. Aïda, Ana y Yasmina representan la lucha contra sus costumbres y sus valores, y ellas son conscientes. "Comprendemos que todo por lo que trabajamos va en contra de los negocios y la cultura de toda esta gente. Me pongo en su lugar y lo puedo entender", dice Aïda.

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Por eso, la polémica parece inevitable e interminable. Ninguno de los dos bandos se permite perder aunque, como mínimo en Alcanar, se respeten mútuamente. "No nos molesta su presencia, nos molesta todo lo que llega después: están haciendo denuncias falsas, incluso con vídeos ralentizados para que parezca que el 'bou embolat' dura más de lo que dura, etc. Y a nosotros nos toca demostrar que todo lo que dicen ellas es mentira, no tenemos presunción de inocencia solo por ser taurinos", dice el Presidente de la Comissió de Bous de Alcanar, Juanjo Ulldemolins. Como organizadora de los festejos, la Comissión ha dado la bienvenida y ha facilitado a AnimaNaturalis las condiciones y espacios que han pedido.

Pero aunque estas activistas aseguran que las agresiones son una constante cuando uno se mete en este tipo de situaciones —como manifestaciones en contra de los circos con animales o los zoológicos—, también dejan claro que ninguna de esas veces ha bastado para que tiraran la toalla. "A mí me han llegado a escupir, pero eso no importa", dice Yasmina. Para ellas, lo peor no es la violencia ni su propio dolor. "Lo más duro es no comprender cómo la gente mira a los ojos a un animal sufriendo y no se da cuenta de ello, que no tengan esa empatía y que realmente crean que los animales no sienten nada. La desesperación nos llega más por no saber cómo hacérselo ver que porque nos peguen", reflexiona Aïda.

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Aunque festejos como el 'bou embolat' o el 'bou capllaçat' —en los que se incluye fuego o cuerdas atadas a los cuernos del animal— son más llamativos, Aïda asegura que es en los 'correbous' en los que el toro tiene más probabilidades de hacerse daño: "La gente no se atreve a meterse con animales tan grandes como los que se usan en los 'bous embolats' o 'capllaçats' como con los que se usan en las plazas. Es muy habitual ver patadas a las vaquillas, que les lancen objetos como latas, pelotas o cañas de madera. Les incitan a que salten a los obstáculos que hay en la plaza y a menudo se quedan encallados o se hacen sangre contra las tarimas".

Sin embargo, aunque el debate sobre el sufrimiento del animal sea eterno y existan estudios que afirmen que las reses sientan estrés por salir de su hábitat natural y someterse a un entorno desconocido y violento —como los de la Asociación de Veterinarios Abolicionistas de la Tauromaquia y el Maltrato Animal AVATMA— tanto los veterinarios que asisten a estos festejos como la gente del pueblo aseguran que los animales no sufren ningún daño. "No existe maltrato en ningún tipo de acto taurino que se da actualmente. Los animales no sufren agresiones, golpes de calor o agotamiento por estar mucho tiempo en la plaza. Nada de eso pasa aquí", afirma Clara Yustes, la veterinaria designada —tal como manda la ley de 2012— por la Generalitat para supervisar antes y después de cada festejo.

Aïda, Ana y Yasmina aseveran que ese razonamiento es simple desconocimiento voluntario. "A los taurinos se les educa para que crean que los animales no sufren hasta que sangran. De hecho, creen que las vaquillas se lo pasan bien. Pero simplemente no quieren saber más, se quedan con eso y porque no quieren hacer ningún esfuerzo que incomode a sus costumbres", dice Aïda.

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La fiesta termina sin incidentes, a pesar de que Aïda asegura que es cuando llegan y cuando se van cuando suele haber más encontronazos. Pero no se trata de pelearse con nadie porque, precisamente, su filosofía de vida está totalmente en contra de la violencia. Este insignificante martes es parte de un trabajo mucho mayor con un objetivo a largo plazo. "Estoy completamente convencida de que la tauromaquia habrá desaparecido antes de que muramos", sentencia Aïda. "Y como somos veganas, eso no será dentro de poco", remata Ana. Tal vez, la sentencia que condenó su agresión ha abierto una puerta, si no al fin de la tauromaquia, al respeto entre amantes y abolicionistas.

Crédito de la imagen: foto cedida por AnimaNaturalis