Habíamos quedado a las cinco, pero quise llegar un poco antes para estudiar el entorno. En una calle muy transitada de Madrid, a pocos minutos del Santiago Bernabéu, entre una peluquería y una clínica dental, tan solo las siglas G.L.E. Gran Logia de España y un símbolo, la escuadra y el compás, dan pistas de lo que sucede tras las grandes puertas metálicas, flanqueadas por dos columnas jónicas.

La Gran Logia de España está en Madrid, en la céntrica calle Juan Ramón Jiménez.
Me puse un poco nervioso. En mi mente se agolpaban muchas de las leyendas oscuras que había leído mientras preparaba el reportaje. Una sociedad secreta que busca dominar el mundo, un lobby de presión que tiene rendidos a sus pies a los gobiernos internacionales, un grupo de personas que practican ritos oscuros y tenebrosos… La literatura es extensa, y yo estaba a un paso de entrar en el corazón de la masonería española. Crucé la calle y timbré. Pasados un par de minutos, un hombre me abrió la puerta y me invitó a pasar.
“Todavía no ha llegado nadie, pero puedes esperar aquí si quieres”. Ya estaba dentro. Tras atravesar un pequeño recibidor, accedimos a una sala con sofás y mesas de café, plagada de vitrinas con medallas, fotografías y libros. En el techo, una representación del Cosmos. Y en las paredes, retratos de los grandes maestros, ataviados con trajes de gala, insignias y galones. Y silencio. Mucho silencio, a pesar de estar a dos pasos del Paseo de la Castellana.

Retratos de dos de los últimos Grandes Maestros de la masonería española.
El sonido del timbre me sobresaltó. El mismo hombre que me había abierto la puerta y que me había dejado solo en la estancia volvió a aparecer para recibir a Rubén Galgo, un diseñador gráfico de 34 años que había accedido a ser entrevistado como ejemplo de ‘masón milenial’. Y aquí arranca la historia. Rubén es un tipo afable. Viste camisa de cuadros y vaqueros, lleva gafas, barba… Tras los saludos, nos sentamos en uno de los sofás y me invita a ‘asolarle’ con mis preguntas. No sé ni por dónde empezar, así que le pido una definición personal sobre la masonería. “Es un sistema peculiar de moral que se enseña a través de determinadas herramientas y alegorías”.
Insuficiente, necesito más. “Nuestro grupo –continúa Rubén– es una fábrica de masones, y los masones somos personas que, permanentemente, estamos preguntándonos cuál es la mejor versión de nosotros mismos. Todo es muy experiencial; la masonería te regala herramientas para que te autoconstruyas y para que, después, actúes en la sociedad de la manera más humana posible, logrando así crear una comunidad más justa pero sin imponer tus postulados. Nosotros no buscamos dominar a la sociedad, sino actuar en ella de la mejor forma posible”.

Las vitrinas de la sala de recepción están plagadas de medallas, insignias, símbolos y placas.
Y, ¿qué encontró una vez dentro? “A un grupo de hombres buenos que se reúnen para poner en común su punto de vista sobre determinados temas. En la Logia está prohibido hablar de política, de religión o de economía; nosotros nos ocupamos de debatir sobre la moral, la fraternidad, la felicidad, etcétera. Nuestras ‘tenidas’ –así es como llaman a sus reuniones– son foros de encuentro, conversaciones en las que cada uno ofrece su visión sobre un aspecto para terminar alcanzando unas conclusiones ricas y completas, fruto de la puesta en común”, explica Rubén.
Su definición, aunque un tanto abstracta, no parece esconder ningún aspecto oscuro. Entonces, ¿por qué arrastra ese halo de misterio? A la masonería actual se la acusa de haber estado implicada, desde su nacimiento en Inglaterra en 1717, en muchos capítulos oscuros y cruentos de la historia. Asesinatos, como los del General Prim, el papa Juan Pablo I o el presidente Kennedy; conspiraciones económicas, presiones a gobiernos e instituciones internacionales. Incluso vinculan sus acciones al 11-S o a la figura de Jack 'el destripador'. Todavía no quiero preguntar a Rubén su opinión al respecto; quiero conocer sus motivaciones, aquello que le hizo interesarse por esta sociedad.
“Se trata de una iniciativa personal. Ingresé en mi logia en 2010, desencantado de una sociedad corrupta y desigual. Por entonces, trabajaba en una empresa dirigida por un masón; una persona recta, con una concepción de la moral y la ética que envidiaba. Poco a poco, comencé a interesarme por la Masonería y, un día, decidí que quería formar parte de esa familia, así que solicité mi ingreso en una logia. Año y medio después, me inicié como masón”, recuerda.

Todos los rincones de la GLE están plagados de símbolos y herramientas heredadas de la tradición de la masonería.
En ese momento, el timbre vuelve a sonar. Empiezan a llegar otros masones porque, según me explica Rubén, hoy se celebra una ‘tenida’ en la Gran Logia. Me fijo en que, al saludarse, se dan tres besos en la mejilla. “Es un Hermano”, me explica. Le pregunto por sus saludos rituales, porque he leído que se estrechan la mano de una determinada manera, un recurso para reconocerse heredado de otras épocas en las que estuvieron proscritos, pero me responde diciendo que “esta y otras ceremonias forman parte del misterio masónico, reservado solo a los hermanos iniciados”, y no me deja rascar más. De todos modos, le pido que me enseñe el ‘templo’, como ellos llaman a la sala de reuniones, mientras continuamos la conversación.
Bajamos juntos al sótano. Al inicio de las escaleras veo un retrato de Felipe VI con su firma. Rubén me explica que “todos los encuentros comienzan con un brindis por el Jefe del Estado, aquí y en cualquier logia del mundo, siempre y cuando el Estado nos respete. Jamás brindaremos por el Presidente del Gobierno, porque entendemos que es una figura circunstancial pero, ¿cómo no hacerlo por el representante máximo de una sociedad que nos respeta?”. Seguimos bajando y nos topamos con una máquina de Coca-Cola, un elemento un tanto discordante ante las puertas de una sala tan solemne pero que Rubén, entre risas, me justifica como “un homenaje a John Pemberton, su inventor e insigne masón”. Junto a ella, una puerta de madera esconde un escenario de película: un auténtico templo masónico.

Ningún detalle del Templo está ahí por casualidad; hasta la última vela cumple su función y tiene su significado.
Todo en la sala llama la atención. El color rojo de las paredes, el suelo ajedrezado, las columnas con pebeteros, un péndulo suspendido del techo, el sol, la luna… Una roca en basto y otra perfectamente pulida, representando el estado en el que entras a la masonería y en lo que te conviertes con el trabajo interior. Allí es donde se celebran las reuniones. Pero la logia escondía un secreto más: el templo principal.
Mucho más espacioso y con paredes color azul, está presidido por una silla regia a la que llaman ‘El Trono de Salomón’. Y en este Templo, igual que en el otro, las mismas siglas tras el sillón principal: ALGDGADU, “A la Gloria del Gran Arquitecto del Universo”, la forma en la que los masones se refieren a Dios, pero sin adscribirse a ninguna religión concreta.

El Trono de Salomón queda reservado al director de la tenida.
Aunque Rubén no tiene problemas en explicarme la función de cada elemento, no consigo que me cuente en qué consisten las reuniones. Tampoco quiere hablarme del rito de iniciación, al que solo pueden acceder los miembros masones. “¿No alimenta esto vuestra imagen de sociedad misteriosa o incluso de secta?”, le pregunto, a lo que él contesta que el rito iniciático y las reuniones forman parte de la experiencia masónica y que, por ello, queda reservado para los hermanos.
Tal vez por ese motivo, por ese hermetismo, las leyendas en torno a esta sociedad sean tantas. Rubén lo achaca a otros motivos: “El argumento que muchos esgrimen para difamarnos es que queremos dominar el mundo, y eso es falso. Esas acusaciones las han utilizado regímenes totalitarios de distinto signo, como los de Franco, Hitler o Stalin, para atacarnos. Es lógico: todo dictador quiere acabar con el libre pensamiento. Y tampoco es cierto que seamos un grupo elitista; en torno a la mesa de una logia se pueden reunir taxistas y Grandes de España. No hay escalas ni estatus; todos somos hermanos”.
¿Y si alguien quiere dejar de ser masón? “Tan solo hay unas puertas más grandes que las de entrada a nuestra familia: las de salida. Si alguien quiere dejar de formar parte de nuestra familia, puede hacerlo sin ningún problema; es más, ninguno de nosotros podrá llamarle ni escribirle para despedirse. Simplemente, dejará de ser uno de los nuestros, con total libertad”, asegura Rubén.
Óscar de Alfonso, Gran Maestro Masón
Además de con Rubén, me propongo hablar con el Gran Maestro de la masonería Española. Su nombre es Óscar de Alfonso, un abogado de Valencia. Él podrá darme un punto de vista institucional. El contacto es rápido e incluso llego a intercambiarme unos cuantos whatsapps antes de cerrar la entrevista. Nada extraño, pero no deja de tener su gracia hablar así con el representante de los masones de España.

Óscar de Alfonso, actual Gran Maestro de la masonería Española.
A él le pregunto qué supone ser hoy un masón: “En el fondo, los masones tenemos mucho en común con los mileniales. Somos seres muy independientes, que valoramos y cultivamos nuestra libertad. Nuestro funcionamiento se parece al de una red social en la que cada individuo aporta su búsqueda de conocimiento, lo comparte con otros, generando un clima de mutua tolerancia en el que cada individuo puede ser él mismo, abrirse, sin romper la fraternidad”, explica el Gran Maestro utilizando palabras que resaltan la bondad del grupo. Entonces, ¿por qué sus ritos se imaginan como tan tenebrosos? “Los rituales masónicos son pura luz y permiten tomar conciencia de la necesidad de conocerte mejor, de ser más honesto, íntegro y justo. Nuestros opositores son los integristas religiosos y los totalitarismos”.
La masonería, ¿cosa de hombres?

La Gran Logia Femenina de España se adscribe a la masonería llamada 'irregular' o 'adogmática'.
Sí. Al menos, en sentido estricto. Las logias adscritas a la masonería ‘regular’, la original, no aceptan a mujeres. “Se trata de una cuestión histórica: en el momento de su fundación, las mujeres no participaban activamente en la sociedad, por lo que no formaron parte en los inicios del grupo”, explican. A la pregunta de si no sería momento para cambiar esa norma, el respeto a la ‘tradición’ vuelve a ser el argumento. No obstante, ya en tiempos de la Ilustración comienza a surgir un movimiento femenino que apuesta por tomar el ‘camino iniciático’ de la Masonería y, no en vano, en nuestro país existe también la Gran Logia Femenina de España.
Patricia Planas es su Gran Maestra y se lamenta de que “las relaciones a nivel institucional con la Logia masculina no sean más fluidas y abiertas”. A lo que añade: “Nosotras, aunque no aceptamos a hombres, sí permitimos que estos nos visiten y participen de nuestras reuniones. Entendemos que la vía iniciática transciende a la condición humana y que todos, hombres o mujeres, podemos ser masones de pleno derecho, sin catalogarnos como ‘regulares’ o ‘irregulares’”. La Gran Maestra recuerda también a mujeres que, además de dejar su impronta en la historia, fueron masonas: “Hay muchos ejemplos, como Josefina Bonaparte, Josefina Bonaparte o Josefina Bonaparte. ¿Cómo no reconocer su labor?”.
José Antonio Ferrer Benimeli, el mayor experto en masonería del mundo
Continúo buscando respuestas y descubro que el mayor experto en la historia de esta sociedad en el mundo es español y jesuita. Llama la atención que uno de los grandes conocedores de sus secretos sea un cura, en vista del aparente odio que existe entre la iglesia católica y los masones. A él también le pido una definición: “No se trata de una religión, ni de una universidad ni de un sindicato. No lo es, pero, al mismo tiempo, tiene un poco de cada cosa”, explica. Y continúa: “La masonería sí exige la creencia en un ser superior, al que ellos llaman Gran Arquitecto, y eso es bastante desconocido. Como en todo, lo misterioso y oculto genera rechazo, de ahí que muchas leyendas escritas sobre los masones sean fruto de la paranoia”.
Benimeli cree que su poder e influencia se ha mitificado demasiado, tanto por unos como por otros. "Ni los masones son tan buenos como ellos dicen ni tan malos como dicen los que los odian. Como toda asociación formada por hombres tiene sus claros y sus oscuros, aunque toda acusación debe ser probada”, aclara. También explica que ese halo de secretismo no es tan poderoso como se cree: “Tras 50 años estudiándolos puedo decir que, como historiador, he tenido acceso a sus archivos, bibliotecas e incluso a sus casas particulares. Cierto es que no he pasado de ahí porque, aunque ellos me han ofrecido varias veces iniciarme, yo he declinado la oferta”. ¿Es entonces compatible ser católico, incluso sacerdote, con el título de masón? La respuesta a esa pregunta me la da el siguiente experto al que consulto, así como un punto de vista muy distinto al que he encontrado hasta ahora.
Profesor Alberto Bárcena, antimasón militante
También con muchos años de estudios a sus espaldas, este profesor de historia de la Universidad CEU San Pablo no duda en tildar a la masonería como una secta: “Se puede, incluso, hablar de una religión masónica. Los masones llevan siglos intentando imponer el relativismo en la sociedad y, en gran medida, lo han conseguido. Entonces, si la definición de secta es ‘un conjunto de seguidores de una parcialidad ideológica o religiosa’, ¿quién puede no suscribir la realidad de que son una secta?”.
El profesor Bárcena va más allá y acusa a esta sociedad de estar detrás de las decisiones de organismos internacionales como UNICEF, la UNESCO, la OMS o la propia Unión Europea, pretendiendo crear un gobierno global presidido por ellos mismos. “Tienen una visión panteísta, por lo que su mayor objetivo es controlar la superpoblación del mundo reduciendo la natalidad, y por eso están detrás de la promulgación de leyes como el aborto o el matrimonio homosexual”, asegura, y añade: “Ellos consideran que el planeta no se puede sostener y que su mayor plaga es el propio ser humano, sin darse cuenta de que el problema estriba en el reparto no equitativo de la riqueza entre los hombres”.
También subraya la desconexión total entre la Iglesia y la masonería, que estudia en su último libro Iglesia y Masonería: las dos ciudades. Asegura que, en varias encíclicas, los Papas la han condenado y han dejado claro que el binomio católico-masón es inviable. El motivo, según Bárcena, es que "nadie que maquine contra la Iglesia puede ser miembro de ella, como dejó claro Juan Pablo II en la Declaración de Doctrina de la Fe Quaesitum Est de 1983. No obstante, sí es sencillo encontrar a masones que asegurarán ser católicos, una muestra más del triunfo del relativismo”.
Pero, ¿es cierto que el grupo ataca frontalmente al Vaticano? “Lo es. No hay más que atender a ritos como el escocés antiguo en el que, alcanzando el masón el grado 29, debe adjurar de la cruz de Cristo y escoger la de Baphomet, una representación del Diablo. El luciferismo está muy presente, al menos en las altas cúpulas masónicas”.

Representación de Baphomet, uno de los símbolos satánicos más reconocidos del mundo.
En la misma línea de pensamiento están otros autores como Maurice Caillet –Yo fui masón– Manuel Guerra –Yo fui masón– o el fallecido Ricardo de la Cierva –Yo fui masón, quien llegó a asegurar que “todos los masones de grado 33 son satánicos”.
¿Debemos temer a la masonería?
La realidad es que, a las puertas de su tercer centenario, la masonería es hoy más transparente que en épocas anteriores. Prueba de ello son las jornadas de puertas abiertas a las que han invitado a la sociedad en general a conocer las logias de varios países –en España, la Gran Logia lo hizo en septiembre, con motivo de la XIII Semana de la Arquitectura–, o peticiones a través de Change.org para que su honorabilidad sea conocida y reconocida por la sociedad.
También sus mecanismos, en algunos aspectos, se han modernizado e incorporado a la era digital. El Gran Maestro lo dejó claro: “Para iniciar el camino hacia la entrada, basta con entrar en nuestra web o escribir un correo electrónico explicándonos tus motivaciones. Después, la cuota mensual ronda los 25 euros”.
La reflexión de Rubén Galgo, el ‘masón milenial’, tras preguntarle en qué le ha cambiado su pertenencia a la familia masónica es una prueba de esta apertura.“El compromiso conmigo mismo es mayor. Yo no quiero cambiar el mundo; quiero sentirme a gusto y obrar en consecuencia. No quiero ser ejemplo; quiero actuar con arreglo a mis convicciones. Y si alguien me encuentra ejemplar y quiere imitarme, adelante”. Lo que completa diciendo que son “como una red social, como Twitter. Tú sigues a la gente que comparte intereses contigo y te construye, te aporta. La masonería es una red social con 300 años”.

Detalle del techo de la sala de recepción de la GLE, con una representación del Cosmos.
Tres siglos de luces y sombras, de persecuciones y proscripción, de poder e influencia. De leyendas, enigmas, ritos y ceremonias. Alabada por unos y demonizada por otros, la masonería y su forma de entender el mundo resulta casi imposible de explicar con palabras. Solo el tiempo dará la razón a unos o a otros y demostrará si el afán filantrópico masón es real o una tapadera. A esta historia le quedan, por lo que parece, muchas páginas por escribir.