Relato inspirado en las declaraciones del protagonista real de la historia.
Me llamo Miguel y recibí una paliza por simplemente existir. Me rompieron la nariz y dos costillas por besar a mi novio. Por amar a un hombre en vez de a una mujer me levanté esa mañana en el hospital, sin recordar nada de lo ocurrido, pero a la vez sabiendo todo lo que pasaba. Me había convertido en la víctima número 83 de agresión homófoba en Madrid este año, y otras más han venido después de mí.
“¡Maricón de mierda!” fue lo que escuché, y al girarme, me tumbaron en el suelo de una patada en el pecho. ¿Qué había hecho yo? Besar a mi pareja al despedirnos. Una vez en el suelo siguieron golpeándome, sin dejar de gritarme piropos. “Chupapollas” o “sidoso” fue lo más original que me dedicaron. Eran dos y juraría que no tenían mucho más de 20 años, pero sentí como si un ejército a caballo pasara sobre mí.

Dicen que la mente intenta borrar los momentos traumáticos, y debe ser verdad porque no recuerdo ni la calle en la que ocurrió. Lo que no podré olvidar jamás es el dolor al despertarme. Y no me refiero al de mi cuerpo, si no a la mirada triste y perdida de mi madre. Ella sí que no entendía nada. Yo tenía que vivir solo con este miedo y nunca le conté el peligro que existe al intentar ser feliz.
Se escuchan tantas historias sobre este tema. Que si al amigo de no sé quién le han dado una paliza, que si en las noticias han dicho no sé qué. El miedo ya se lleva tatuado en cada momento de pareja. Pero a partir de ahora mi vida no va a ser igual. Durante años sufrí el pánico a ser rechazado por mi familia y mis amigos, e incluso por mí mismo, y ahora es el turno del terror a ser apaleado por las calles.

Y después de todo tienes que soportar preguntas como la que recordé al volver a casa: “¿por qué seguís celebrando el orgullo? ¿qué más queréis?”. Queremos que esa pregunta tenga sentido. Queremos que algún día no sea necesario celebrarlo, porque exista igualdad real. Un mundo en el que no sientas los ojos clavados en la nuca juzgándote por pasear de la mano de tu pareja. Un mundo en el que no se tenga que dar ninguna explicación de a quién quieres, a quién besas o a quién te follas.
Luego vienen las típicas frases: “si yo lo acepto, tengo muchos amigos gays” o “yo te entiendo”. No. No entiendes nada. No sabes lo que es luchar por ser ‘aceptado’, o lo que es sentirse un monstruo en un mundo de ‘normales’ cada vez que tienes que aclararles tu vida, como si ocultases una parte oscura de ti.
Pero, ¿nos escondemos? ¿nos amamos en secreto? Jamás. Ahora más que nunca debemos levantar la cabeza y unirnos orgullosos por la igualdad. El miedo existe, sí, pero lo único que podemos hacer es enfrentarnos a él. No vamos a escondernos. No voy a esconderme. Ni siquiera después de reventarme la nariz, porque si me vuelven a partir la cara, que lo vuelvan a hacer, pero siempre seré fiel a quien soy.