El sitio libre en el portal siempre aparece cuando vuelves de aparcar a tres manzanas. Es una ciencia exacta, aunque como con todo, tiene sus excepciones. Por ejemplo, si vas de copiloto y tu cuñado es el que conduce, el sitio libre estará ahí. “Mira, en la puerta”, te comenta con ese tono triunfal que tanto te saca de quicio y hace que te den ganas de empotrarle la cabeza contra el airbag y probar si salta. Pero no es su culpa, es la ciencia exacta, que tiene sus lagunas.
Probablemente, ese fenómeno del sitio inoportuno esté vinculado con nuestro destino. Yo, particularmente, no creo mucho en el destino, ni él en mí, por lo que así nos va. Pero hay que creer en algo: tener fe en una fuerza superior que nos domina; un ser omnipresente capaz de haber creado el mundo -con sus taras, eso sí-; una fuerza divina que en vez de dedicarse a terminar con el hambre, esté destinada a facilitarte un aparcamiento cuando ya no lo necesitas.
Personalmente, opino que hay pequeñas fuerzas que se dedican a complicarnos la vida. Y no me refiero a nuestros jefes, pareja o al que cobra la zona azul. Hablo de los destiners, pequeños personajes que nunca vemos pero están ahí. Son como una mezcla de Dios y el enano de Juego de tronos. Tienen bigote, siempre, y no tienen sexo, como los ángeles. Suelen llevar camisa y se atan solo el botón de arriba. No llevan más ropa. A ver, nunca he visto ninguno, pero me gusta imaginármelos así. Me relaja.
Los destiners están ahí para cosas vitales de nuestro día a día. Son los que dan la vuelta en el aire a la tostada para que caiga por el lado de la mantequilla. Los que esconden los rollos de papel en los wc de casas ajenas y después ríen fuerte mientras te ven sin pantalones, abriendo desesperadamente todos los armarios. Esconden tus llaves para colocarlas donde tu madre pueda encontrarlas. Son emisarios del Karma. Si no tienen sexo es por karma, al final todos estamos conectados.
Si no existieran esos pequeños seres, todo sería demasiado aburrido. Los muebles no se moverían para que nos golpeásemos descalzos con ellos. La cuchara no se colocaría boca arriba justo debajo del grifo, para que nos mojásemos la cara al fregar. La pizca de sal sería eso, una pizca al no desenroscarse la tapa del salero. El día a día sería pura monotonía. No mandaríamos por Whatsapp una foto sexual “por error” a otra persona. Vivir sería un juego de niños.
Es mucho mejor pasarte la vida en modo experto. Pero sin pasarse.
Los destiners también mueven las columnas del garaje cuando pasas con tu coche nuevo. Hacen que llueva cuando limpias los cristales y te incitan a mandar whatsapps cuando estás borracho. A veces lo estás tanto que son ellos los que los envían y a la mañana siguiente alucinas al verlos. “Creo que tengo que dejar de beber”, piensas mientras lloras fuerte en tu habitación. Pero todos sabemos que eso nunca va a suceder.
Mi consejo es que si se tuerce algo hay que echar la culpa a los destiners, debemos aprender a convivir con ellos. Sé que muchas veces da rabia, pero siempre puedes imaginártelos desnudos, con el botón del cuello atado. A mí me relaja...
Crédito de la imagen: Favim