Los famosos no tienen intimidad, la prensa los acosa y se les juzga hasta por respirar. Pero lo han elegido ellos indirectamente, y con o sin mérito recogen los frutos de su propio éxito. Sus hijos, en cambio, no han firmado para ser parte del show y, aunque pensemos que tener una madre o un padre famoso solo te abre puertas, pocas veces nos planteamos los inconvenientes de crecer con una etiqueta en la frente. Cuando nací mi madre ya era famosa y, en ocasiones, para mí eso ha sido más un talón de Aquiles que un privilegio.
Si te encanta ser el centro de atención o tu hobby es la escalada social, no tendrás queja alguna. Partamos de la base de que a todos nos gusta que se nos valore y se nos reconozca como personas, por algo se le da tanto bombo a la autorrealización en psicología. Pero el placer de que te felicite un profesor, o que un amigo te diga cuánto le has cambiado la vida, le dan mil patadas a que alguien se interese por ti por la fama de un familiar en la cual tú ni pinchas ni cortas.
Tu apellido te precede
Hay varios momentos que me han marcado. En la primaria tenía un compañero de clase que para hacerme rabiar se encargaba de gritar a los cuatro vientos quién era mi madre, diciéndoselo a cualquier persona nueva que se nos cruzaba. Aunque no me insultase, llevar siempre un apellido conocido colgando al cuello me hacía sentirme expuesto, en el punto de mira. Por suerte, empecé a forjarme cierto 'melapelismo' respecto al tema desde pequeño.
Cuando dejé esa escuela para entrar al instituto, me hizo ilusión inaugurar esa página de mi vida social de forma anónima. Era una oportunidad para experimentar una vida sin ser 'hijo de'. Pero, en lugar de eso, lo que pasó no tiene nombre. El primer día de clase, mi tutora aprovechó que me había ido al baño para soltar delante de toda la clase quién era mi madre, con el pretexto de aconsejarles "que fueran educados y no me molestasen con preguntas". Fue sin duda una negligencia absurda, porque consiguió justo lo contrario. Y cuando volví a sentarme en el pupitre, las miradas eran distintas.
En el mundo profesional tampoco son todo arco iris, porque por inercia medio mundo pensará que estás enchufado, y eso puede generar tensión o recelo. En mi caso no he accedido a mi curro gracias a mi madre, pero cuando se sabe que trabajo en un sector relacionado, las miradas de condescendencia son inevitables. Incluso cuando sí se ha accedido a una entrevista de trabajo por contactos que levante la mano quién no lo haría si pudiera y aunque te ganes el puesto a diario, hay cierta presión añadida para demostrar que tú vales más que un enchufe.
¿Amigo o trofeo social?
Hay momentos que duelen en el individualismo. La última vez fue en la otra punta del planeta, de viaje, cuando se me acercó alguien de mi instituto a quién yo no conocía y me soltó un "bueno, me acuerdo de ti por quién es tu madre". Bravo. Me he encontrado con todo tipo de personajes, incluso desconocidos que me han venido a hablar en una discoteca diciendo "¿qué tal está tu madre?", "me han dicho que eres el hijo de", o directamente me han señalado con el dedo y en mi cara le han dicho a una tercera persona quién soy. Si no te conozco de nada, entiende que en ese momento se me ponga cara de puente, escalón o pasillo hacia un famoso, porque es lo que me estás haciendo sentir. Lo triste es que mucha gente no es necesariamente interesada o trepa, pero el recelo es natural porque no es fácil distinguirlo.
Tampoco vamos a fliparnos, la gente tiene otras cosas que hacer y no soy el centro del universo. Pero, en según qué contextos, causar una primera impresión 'desde cero' es difícil: ven primero tu apellido y después, ya si eso, tu persona. Tu sensación es de desventaja cuando, por ejemplo, en una fiesta al conocer a alguien te dicen "ah, sí, ya me han dicho quién eres". En general, sabes que se te juzgará dos veces y tienes la certeza de que se habla de ti a tus espaldas. Y, si no tienes ansias de personaje Gossip Girl, no es muy agradable. Algo se me remueve por dentro cuando a un conocido le sale decir "te presento a tal, es el hijo de tal" sin venir a cuento. ¿Esto que es, el Señor de los Anillos? Que Aragorn sea hijo de Arathorn me puede parecer relevante en la Tierra Media, pero a tu colega de la uni qué más le da quién sean mis padres salvo que quiera pedir mi mano y ofrecer con ello una dote.
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Como se asume que es un "chollo" tener familia famosa, mucha gente se toma la libertad de hablar, opinar y hacer preguntas que no tienen nada que ver contigo, y, además, pretender ser graciosos con ello. No es un drama, pero tampoco es divertido. Por eso, si puedo, a veces me invento que mi apellido no es el mismo que el de la famosa, que soy de otra familia, solamente para que me dejen tranquilo. No tengo nada que esconder y, por suerte, admiro y respeto a mi madre, pero tener la misma conversación un millón de veces no me aporta nada.
Más allá del qué dirán, con el que he aprendido a convivir, lo que a veces me ha frustrado es mi autolimitación. Mides tus palabras sobre tu familia no solo para no airear intimidades, sino sobre todo para no parecer pedante. "Ah, pues para ser hijo de, no es muy creído, es súper natural...!" Coño, ¿por qué me iba a sentir especial? Mi madre caga y duerme como la tuya, y tenemos las mismas movidas que el resto. Todo esto no me pasa cotidianamente, a veces incluso se me olvida que mi madre es famosa hasta que alguien me lo recuerda.
Mi caso es moderado, pero si yo tengo reparos, no me puedo imaginar lo que es ser la hija de Obama, Belén Esteban o Bárcenas duele un poco a la vista enumerar juntas a estas personas, pero ya me entendéis. Lo que sí imagino es que sería mucho peor si mi relación con mi madre no fuese tan buena. ¿Y si fuese conocida por algo que no me representa en absoluto, o tuviese ideales que no puedo ni ver? Con sus oportunidades, sus mierdas y sus retos, ser hij@ de alguien conocido no deja de ser una experiencia de la que estoy agradecida. Sean quien sean tus padres, lo más importante para ser feliz es ser consciente de tu propio valor.