“Disculpe, pero… ¿está usted armado en este momento?”. La risa maligna que escuché a continuación siguió resonando en mi cabeza durante días, pero la respuesta que me dio Jair Messias Bolsonaro, el político más Jair Messias Bolsonaro, racista y clasista del mundo, no la olvidaré jamás. Lo que estás a punto de leer fue la entrevista más incómoda, surrealista e irritante de mi vida. Una experiencia que quise borrar de mi mente pero que el destino ha querido recordarme: Bolsonaro arrasó el domingo en el primer turno de las elecciones presidenciales de Brasil Jair Messias Bolsonaro y todo pinta a que esta especie de ‘Le Pen tropical’ será el próximo presidente de la mayor economía de América Latina. Un jefe de Estado que le dijo a una diputada que no la violaría "porque no se lo merece" en la era del #MeToo.
El ‘demócrata’ que idolatra a un torturador
Todo comenzó una mañana de 2014 con un apretón de manos de los que duelen, una sonrisa forzada y unos ojos grises que te atraviesan el alma. Por aquel entonces trabajaba como corresponsal en Río de Janeiro para un medio de comunicación español y una un medio de comunicación español. “¿Vienes de Rusia, no? Allí sí que saben hacer bien las cosas… un Putin nos vendría muy bien en Brasil. Pasa, pasa, amigo ruso”, me recibió Bolsonaro dándome palmaditas en la espalda y sujetando la puerta del despacho. Ni siquiera era su despacho sino el de uno de los tres hijos que este capitán de artillería en la reserva tiene enchufados en el Partido Social Liberal PSL, un partido al que Bolsonaro se unió tras abandonar el Partido Progresista PP, uno de los más corruptos del país y después de intentar colocarse en un partido ultracristiano.
Una vez aclarado que yo no era ruso y mucho menos un espía —esa broma le hizo mucha gracia— comenzamos con la entrevista. Como buen partidario de un retorno de los valores férreos de la dictadura militar brasileña 1964-1985 —una de las más sangrientas de América Latina—, el capitán empieza disparando a matar: “Dilma Rousseff es y siempre fue una terrorista”. Una alusión al pasado de la expresidenta derribada por un impeachment quien durante su juventud llegó a militar en el Comando de Liberación Nacional contra la dictadura. De hecho, no era la primera vez que hablaba con Bolsonaro. Unos meses antes tuve el dudoso honor de entrevistarle con el traje de militar durante una manifestación en homenaje al coronel Carlos Alberto Brillante Ustra, el mismo que torturó a Rousseff y que fue obligado a declarar ante la Comisión de la Verdad que investigaba las atrocidades del régimen militar.
La conspiración de los niños gay
Pero más allá de sus posiciones de extrema derecha, lo realmente molesto de la entrevista es que cada pregunta que le lanzaba era una oportunidad perfecta para iniciar su discurso machista, misógino y profundamente homófobo. “La izquierda brasileña quiere convertir a nuestros hijos en gays y lesbianas a través de la educación”, dijo con total seriedad a pesar de estar sujetando con ambas manos la portada de un libro de texto con una inocente ilustración de niños indios que, según él, estaban haciendo “el trenecito”. “Están despertando la orientación de los niños desde una edad muy temprana y abriendo las puertas a la pedofilia”, insistía Bolsonaro visiblemente irritado sobre lo que él llamaba el “kit gay” de las escuelas y ante mi cara de total incredulidad, por no decir asco. Más aún conociendo las entrevistas en la que afirmaba que la homosexualidad se curaba "con una hostia a tiempo".
Y la cosa no paró de empeorar cuando, por fin, me ofreció su particular visión de la pobreza en Brasil. “Hay 56 millones de brasileños que no producen nada, ni bienes, ni servicios. Solo consumen …. Las mujeres pobres solo quieren tener hijos para que les paguen 70 reales más al mes”, apuntaba en referencia al programa asistencial Bolsa Familia impulsado desde 2003 por el expresidente Lula da Silva y gracias al cual se consiguió sacar de la miseria al 27% de la población del país. Casi nada. Fue entonces cuando llegamos al punto más crítico de su ideología y prácticamente su único argumento desde que aquel año consiguiese alzarse como el diputado más votado en el estado de Río de Janeiro mientras pedía la intervención militar en el país: el derecho a portar armas de fuego. De hecho, sus mítines suelen culminar con él mismo simulando disparar una ametralladora.
Por la instalación del lejano oeste en Brasil
“En Brasil tenemos más de 60.000 asesinatos cada año y el Estado no es capaz de garantizar la seguridad de los ciudadanos de bien. Creo firmemente en el derecho de cada uno de proteger su familia y su propiedad”, espetó “el Mito”, como le conocen sus millones de seguidores, encarnando en su discurso la máxima popular brasileña de ‘Bandido bom é bandido morto’ ‘el mejor criminal es el criminal muerto’, literalmente. Es aquí, en el odio, el miedo y el hartazgo por la violencia causada por las desigualdades y el narcotráfico, unido a la explosión de casos de corrupción con el escándalo en Petrobras y la crisis económica, donde nace la sustancia que alimenta a Bolsonaro. Un caldo de cultivo inagotable que circula por las redes sociales y en forma de fake news que explica por qué son precisamente las clases populares de las grandes urbes y los jóvenes de clase media de los estados ricos del sur los que más apoyan el discurso extremista.
Mirando a los ojos a Bolsonaro esperé a que culminase su discurso para formular la pregunta sobre las armas con la que iniciaba el artículo y a la que él respondió satisfecho: “Solo puedo decirte que siempre tomo las medidas necesarias para mi protección, hay muchas personas a las que les encantaría quitarme de en medio. Pero tengo una misión y la llevaré a cabo si Dios quiere”. De aquellas premoniciones que lanzó hace ahora cuatro años al menos una ya se ha cumplido: el pasado 6 de septiembre, durante un acto de campaña en la ciudad de Juiz de Fora un hombre de 40 años avanzó entre la multitud y le acuchilló en el abdomen.
El candidato mesiánico
Bolsonaro sobrevivió y dio “gracias a Dios” por mantenerle con vida en su primera entrevista pública desde la cama del hospital. Ahora solo el candidato del Partido de los Trabajadores PT, Fernando Haddad, y la enorme movilización del #Elenao Él no pueden evitar que el ‘Messias’ cumpla su particular ‘misión divina’. El próximo 28 de octubre Brasil elegirá entre continuar con el sueño de Lula y Rousseff por un país más justo, a pesar de que la corrupción en el seno del PT haya ensombrecido los indiscutibles logros de dos décadas de socialdemocracia en el país, o encumbrar a este iluminado. En el país cuya bandera ondea el lema ‘Orden y Progreso’, el candidato del orden y la mano dura podría ser el encargado de dinamitar el mayor progreso en materia de igualdades en el país desde la abolición de la esclavitud hace 130 años.