Hablamos con el diseñador que se fue a vivir debajo de un puente y se hizo famoso

El diseñador Fernando Abellanas se ha hecho famoso por instalar su escritorio debajo de un puente. Una intervención para reflexionar sobre el urbanismo.

Hay gente a la que no le valen las reglas, lo preestablecido y lo convencionalmente aceptado. Personas con una mente que rompe moldes, que crea nuevos formatos y que, además, dedica su tiempo y su sudor a darle una hostia a nuestra sociedad para que se espabile con sus creaciones. A cinco metros del suelo, bajo un puente en un lugar perdido alrededor de Valencia, la oficina de Fernando Abellanas, un diseñador de 33 años, ha demostrado al mundo que es posible encontrar tu espacio en medio del caos, es decir, un lugar para ser tú aunque el mercado inmobiliario te lo ponga cada vez más difícil.

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“Quizás mi época de grafitero me enseñó a mirar los espacios urbanos de otra manera. La elección de ‘irse a vivir debajo de un puente’ no es casual, lo que para otros podría ser un lugar lúgubre o evitable para mí es una oportunidad perfecta de poner en práctica mis proyectos”, asegura por correo electrónico Fernando. En pocas palabras —su narrativa es tan minimalista como sus diseños— el responsable de Lebrel Furniture nos deja claro desde el principio que nada en su intervención fue cosa del azar y que todo en ella rebosa un fuerte simbolismo, aunque deja a nuestra imaginación la interpretación de esas claves.

“Juego mucho con la idea de que la instalación pueda tener tantas lecturas como gente observándola. Lo mismo ocurre con las ciudades, según la mirada de las personas los espacios adquieren un significado u otro. En este caso quería evocar ese sentimiento que todos los niños hemos tenido de tener nuestra pequeña casita, ese rincón del mundo en el que sentirnos protegidos. Quizás por todo ello está ubicada en un lugar al que nadie suele pararse a mirar”, explica el valenciano que añade: “lo único que hice fue llevar esta sensación de la infancia a otro nivel, con la ciudad como ese espacio en el que encontrar nuestro hueco”.

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Pero, más allá del romanticismo que se le pueda suponer, su intervención también tuvo su parte de sudor y lágrimas. Fernando trabajó soldando hierros y encajando tableros de pino durante dos semanas en su casa-taller de algún lugar de Valencia —su aura de misterio se extiende hasta a su propio taller—. Gracias a sus habilidades con el trabajo manual, este diseñador no es una de esas ratas de Mac y café del Starbucks que muchos os estáis imaginando sino un antiguo fontanero autodidacta, consiguió crear una estructura lo suficientemente fuerte y estable para soportar su peso y el de todo el mobiliario y que, además, podía ser transportada hasta su lugar secreto por una sola persona.

Otro asunto espinoso es que no pidió permiso a nadie y mucho menos a la policía o el ayuntamiento correspondiente. “El hecho de haber pedido autorización desvirtuaría toda la filosofía por detrás de la intervención, por no decir que muy probablemente me habrían dicho que no después de muchos meses y papeleo”, resume. Su razonamiento tiene una lógica aplastante: si se trata de algo provisional y que durará “lo que dure” para qué perder el tiempo y el encanto haciéndolo por la vía legal. De hecho, Fernando asume que a estas alturas su instalación podría haber sido “robada, ocupada o destruida… o todo a la vez, quién sabe”.

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Lo que sí es seguro es que en un país en el que el precio de los alquileres sube un 20,9% interanual, 3,4 millones de pisos continúan cerrados y en manos de los especuladores y que el 50% de sus constructoras quebraron desde 2008 y con ellos muchos de los arquitectos, aparejadores, etc., intervenciones como esta dan mucho que pensar. A más de un barcelonés o madrileño, donde se pagan más de 700 euros por pisos de 40 metros cuadrados, no le importaría recoger sus bártulos e instalarse en el estudio secreto de Fernando. Aún así, él solamente quiso pasar una noche en su refugio “por probar”.

El tema es que, sea Fernando un romántico del diseño o un genio o las dos, las 519.000 visualizaciones que su intervención ha tenido en Vimeo son la prueba de que sus ideas gustan a la peña, y mucho. Su “espacio de recogimiento en un entorno urbano”, el subtítulo que acompaña a su vídeo, ha dado bastante que hablar e incluso medios como en Vimeo o el en Vimeo se han hecho eco de su intervención que han catalogado bajo el término de “arquitectura parásita” y que, básicamente, define a la creación de estructuras flexibles o temporales que se alimentan de una principal, rígida y permanente.

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Un concepto que, al igual que la idea de ‘irse debajo de un puente’ de Fernando, deberían hacernos reflexionar sobre la necesidad de que cada uno de nosotros, sus habitantes, podamos encontrar ese espacio de intimidad aunque sea efímero dentro de la densidad estructural del espacio urbano. “Como es evidente, vivir debajo de un puente está muy lejos de cumplir con los requisitos mínimos de cualquier persona. Sin embargo, quería exponer el concepto, que la gente comenzase a ver la ciudad con otros ojos”, concluye el visionario. Ojalá su ejemplo haga recapacitar a más de un concejal de urbanismo o, mejor aún, ministro de Vivienda. Hasta entonces, ya sabemos que existe todo un mundo más allá de las cuatro paredes en las que nos han encajado a precio de oro.


Crédito de las imágenes  José Manuel Pedrajas.