Para que te hagas una idea de lo profundo del fenómeno, en 2023, el 65% de todas las compras de novelas en Canadá, Reino Unido y Estados Unidos procedían de mujeres. Y sí, en general, ellas leen más que ellos, pero es que el abismo se agiganta cuando se trata de la no ficción. Como explica la periodista Georgina Elliot en un artículo sobre el rechazo de la masculinidad clásica hacia este tipo de lectura, los hombres modernos creen que leer novelas es de perdedores y que lo único que de verdad merece la pena leer son ensayos, biografías y demás lecturas de no ficción que aportan info y conocimiento directo para aplicar en sus vidas.
¿Pero por qué? Hay varios factores, el más importante de los cuales tiene que ver con la productividad. Sí, la presión por el éxito social contamina a todas las personas de una manera u otra, pero los hombres parecen ser más vulnerables: los cánones de masculinidad contemporáneos están muy ligados al perfil megaproductivo lobo de Wall Street. Si algo no te aporta nada evidente en tu camino a la gloria no merece la pena. Ese es el discurso. Y para la mayoría de gente lo que aporta una novela es menos obvio que lo que aporta la no ficción a través de los datos. Lo primero es más etéreo y emocional. Lo segundo puede vomitarse en una date.
Muy conectado con esto está otro mensaje que bloquea el acceso de los hombres a las novelas, los relatos y cuentos: el que dice que leerlos significa vivir la vida a través de otra gente y que eso es de pringados. En plan estás leyendo una aventura porque no tienes el valor de experimentarla en primera persona. En plan yo soy un macho valiente y decidido y si quiero saber qué se siente en mitad de una selva o teniendo una aventura sexual, lo hago y punto. No hace falta citar todo lo que está mal en estos planteamientos. Son simplemente ridículos. El eco de una voz acomplejada que necesita demostrar para sentirse plena. El de la voz machosférica.
Por último, está el clarísimo tema de la división de roles. Para la masculinidad histórica, esa que sorprendentemente está enganchado otra vez a las generaciones de chavales jóvenes, los hombres pertenecen a la acción y las mujeres lo hacen a la emoción. Bajo este discurso, las novelas, obras que en muchas ocasiones apelan a los sentimientos, son cosas bien para las mujeres, pero mal para los tipos. Porque ellos no deberían profundizar en lo que sienten. No deberían trabajar la empatía ni la introspección. Ellos deben moverse. En este sentido, quizá una buena barrera contra el machismo sea la promoción de la lectura de ficción desde la adolescencia.