Fui con falda y bolso por la calle para darme cuenta de mis privilegios

La seguridad en las calles es un privilegio que les es negado a las personas que desafían la heteronormatividad

Hay días que es difícil salir de casa. O bien porque estás triste y no te apetece, o porque te sientes feo y no quieres que nadie te vea, o simplemente porque estás vago y te da pereza. Sin embargo, para mí, el día que más me ha costado salir de casa fue cuando probé de ponerme una falda y un bolso y hacer vida normal. Había quedado para cenar con mi amigo Carlos que suele vestir con prendas 'femeninas' o como mínimo, así las venden y lo que creí que sería una experiencia curiosa se convirtió en una de las tardes en que más aprendí sobre los estereotipos de género.

Masculinidad tóxica

El look por el que aposté fue una falda, un bolsito, unas chanclas y una camisa. Cuando tocaba salir de casa, me asusté. Por mi mente pasó la vergüenza. Sabía que me mirarían, y me preocupaba lo que pensarían. ¿Creerían que soy un travestido? ¿Me mirarían mal? Ese fue el primero de los aprendizajes, la transfobia latente: todavía, pese a conocer personas transgénero, no quería que se me asociara con la identidad trans. Como si fuera algo malo.

Le pregunté a mi amigo sobre ese punto, qué relación hay entre vestir ropa del 'género opuesto' y ser trans. Explicó que para él ninguna. Se siente cisgénero y simplemente lo hace porque le gusta cómo quedan las prendas, la silueta que le hacen y su diseño. Cree, además, que la ropa diseñada para las mujeres es más versátil y que le da más recursos para ahondar en su personalidad a través del vestuario, le permite jugar más con combinaciones, formas y colores. La cisgénero que se hizo el escritor Miguel Espigado, cuando se preguntó “¿por qué la ropa de hombre no está pensada para divertir?”.

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Las faldas, tacones o bolsos no son ropa de mujer. “La ropa no tiene género”, asegura Carlos. Y, aún así, aunque no es raro ver mujeres por la calle con alguna prenda masculina e incluso se llega a considerar sexy que una chica lleve una camiseta ancha de su novio, por ejemplo, hombres como Carlos deben dar explicaciones y justificar su género constantemente por hacer exactamente lo mismo. La periodista y teórica feminista Montserrat Boix explica que esto se debe a que en el mundo actual, de raíz patriarcal, “el poder y el control de la sociedad sigue siendo masculino” y, entonces, que un hombre vista con falda o bolso supone adoptar una estética asignada a personas oprimidas, algo visto como una especie de retroceso estamental.

Para Barbijaputa este efecto se debe a la masculinidad tóxica, que ve al hombre afeminado como alguien que pierde la valiosa ‘hombría’. “Un chico no puede levantarse y colocarse un vestido de su chica y hacer como si nada. […] Poder puede, pero su ‘masculinidad’ se verá comprometida y ya siempre estará bajo sospecha. Bajo la sospecha de no ser un hombre totalmente, sino de ser una especie de ente a medio camino entre unos y otras: gay, bisexual, etc. La homofobia está íntimamente unida al machismo. Por eso, los hombres, en muchas ocasiones, tienen miedo a perder puntos del carné de macho”.

Demasiadas miradas

El primer paso en falda en la calle hace que me sienta como la Pantoja, con los “cañones a mi persona”. Pasamos frente a un bar y nos gritan “¡qué guapas vais!”. Automáticamente, toda la terraza se gira. Asegura Carlos que estos actos no son aislados, y que cada vez que le suceden se siente en el punto de mira, como si creasen un espectáculo de algo que para él es totalmente cotidiano. “El problema no es que se fijen mucho más en mí, sino que se fijan mucho peor en mí”, sentencia.

Aún así, también hay mucha discriminación silenciosa. Aunque no todo el mundo nos diga nada, las miradas son constantes y la incomodidad va en aumento. Sabiendo que me van a mirar, todavía me obsesiono más, entrando en un círculo vicioso. Carlos me explica que las miradas siempre estarán ahí, aunque muchas personas intentan evitarlo. “Hay gente más liberal o ‘progre’ que no te mira directamente para no ser prejuiciosa, pero sabes que lo va a hacer por la espalda. Ellos también acaban contribuyendo a la no-normalización”. Asegura que lo ideal sería que no le mirasen, pero como ya tiene asumido que no está normalizado que un hombre vista falda, tan solo pide que si le echan una mirada sea con naturalidad, “como si vieras a alguien con un color de pelo atrevido”.

Plumofobia dentro del colectivo LGTBI

Pero el mayor rechazo por vestir falda y tacones lo ha encontrado en el seno de la comunidad LGTBI. Muchas personas le han bloqueado cuando han visto su Instagram o sus fotos con alguna prenda que intuya feminidad. Recientemente, antes de bloquearle, le dijo un ligue que “me gustan los 'chicos chicos',” como si él, por no vestir como marca la heteronormatividad, se convirtiera automáticamente en una identidad transgénero.

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Esto se debe al profundo machismo que todavía estructura las relaciones de los hombres homosexuales. Como explicábamos en otro artículo, en las relaciones de varones gay “la virilidad se toma como un refuerzo para el estatus y la feminidad como una característica propia de la fragilidad, la debilidad y la inferioridad”. Por este motivo, a personas como Carlos se les cuestiona su género, como si ser un hombre, un 'chico chico', fuera un premio que le debe ser negado al no cumplir las características prototípicas de la masculinidad.

Discriminaciones diarias

Tras llegar a casa y quitarme la falda y dejar el bolso, me sentí profundamente aliviado. No pude evitar pensar en que las miradas, los cuchicheos o los gritos eran la realidad diaria de muchas personas, un rechazo sutil pero constante que marcaba cada día de sus vidas. Cuando Carlos empezó a vestir faldas y otras prendas ‘femeninas’, sintió liberación, seguida de vergüenza. Por los prejuicios heteronormativos le miraban como si fuera un apestado, “soy una anomalía, una excepción tan grande que no pueden evitar mirarme”. No puede encontrar normalidad mientras se encuentra a sí mismo.

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Aunque, afortunadamente, no ha sufrido ningún ataque físico, sí que ha sufrido algunos episodios de discriminación, como una vez que le prohibieron entrar a un probador porque la tienda era “para mujeres” y a los probadores, por lo tanto, “solo entraban mujeres”. También asegura que no iría a todos sitios vestido con falda: “a un baño público no iría. Si teniendo pluma y vistiendo pantalones ya hay situaciones incómodas, ir con falda sería un riesgo más”.

La experiencia de vestir falda fue un auténtico aprendizaje. Una actividad que recomiendo encarecidamente a todos los hombres cisgénero porque te hará darte cuenta del privilegio que supone sentir que las calles son seguras. Vistiendo falda no tuve en ningún momento la certeza de que no me iban a insultar o pegar. Además, el rechazo y la discriminación aparecía cada pocos segundos a través de miradas prejuiciosas y palabras cuchicheadas. Nunca en mi vida había sido tan consciente de que las calles no son de todos y que todavía queda mucho para convertirlas en espacios inclusivos y seguros.