La doctrina del 'melapelismo' puede ayudarte a conseguir la felicidad eterna (o casi)

Hay que amar a la gente sensible y expresiva porque sin ellos el mundo sería una caca rancia y gris de las del parque. Pero a veces, personas maravillosas se pueden ofender por gilipolleces, y para ellos recomendamos la doctrina del melapelismo. Si e

Hay que amar a la gente sensible y expresiva porque sin ellos el mundo sería una caca rancia y gris de las del parque. Pero a veces, personas maravillosas se pueden ofender por gilipolleces, y para ellos recomendamos la doctrina del melapelismo. Si eres de los que se lo toma todo a pecho y crees que la vida te lanza espadas aunque el resto en realidad esté ocupada viviendo la suya, sigue leyendo. Y si no, también.

En el transcurso de tu día, puede que te ofendan o te ofusquen cosas que no deberían o que no te aportan. Puede que vayas acumulando estas puyitas que te suelta la vida y te las quedes dentro creando tensión, porque tu capa protectora fallida solo absorbe y no transpira: pero tú no te llamas Ausonia. Y en el otro extremo, tampoco es sano ir rebotando cual impermeable todo lo negativo que te pasa con malos rollos o a grito pelao. Mejor abrazar el término medio del melapelismo. ¿Que qué?

Melapelismo es poder decir “me la pela” interiormente o en voz alta según la situación lo requiera. Es hacer que los comentarios mezquinos, los ataques improductivos y las opiniones absurdas no fundamentadas, se deslicen con sutileza por tu brillante capa protectora. Es la técnica ancestral del Dios Melaresbala. También es entender que las pequeñas movidas o imprevistos cotidianos y, sobre todo, los "problemas del primer mundo" son parte de estar vivo, qué aburrimiento si todo fuese como la seda. Ocúpate sin preocuparte, y si no puedes cambiar algo, ponlo en la carpeta del Y A Mi Qué.

La rallada excesiva es improductiva, pero esto no significa que no defiendas tus valores o tu dignidad. Tampoco hay que ignorar sentimientos ajenos, por eso hay que usar bien el radar del melapelismo. Un buen melapelista sabe seleccionar el objeto de su indiferencia, filtra los inputs necesarios, como un amigo que te necesita o una situación injusta. Tu vida se compone de prioridades, decide bien por qué te quieres cabrear. Para ello, dedica energías a lo que te puede ayudar a crecer o ahí donde tú puedes aportar más para cambiar algo que no te gusta.

Preguntas básicas cuando te pase algo que pretende aplastar tu buen humor:

1. ¿Impide esto realmente que yo continúe con mi proyectos vitales más allá de irme al baño a sacarme un moco?

2. ¿Puedo cambiar lo que pretende joderme, o reaccionar me lleva a una discusión interminable, un mal rollo improductivo o una comida de olla sin salida?

3.  ¿Puedo estar perjudicando a una tercera persona con mi indiferencia?

Si la respuesta es NO a las tres preguntas, melapelismo al canto. Piensa ya en otra cosa y a tomar por el orto.

Al final el proceso se volverá automático, confío en que te volverás un gurú de este insigne arte cuyos orígenes beben de la filosofía del melasudismo. Y empezarás a congeniar con otros melapelistas, porque aunque no se reconocen a simple vista, forman parte de un club secreto aunque inclusivo y se sonríen entre ellos cuando el resto se estresa o se queja por vicio.

A no confundir con ser un pusilánime: Hay que llorar, gritar y pedir cosas cuando toca, se puede ser melapelista y catártico. Pero solo si te hace avanzar: que ese berrinche puntual te deje luego con ganas de sonreír y volver a un estado mental de calvo con túnica naranja. El resto de ocasiones chungas te sorprenderán juntando índice y pulgar y pensando triunfalmente: 'Me la pela.'