
Los hijos de Homer y Homer representan el antagonismo entre una sociedad reivindicativa y revolucionaria y otra más sosegada, más defensora del statu quo. “Bart es rebelde, se alza en contra de las normas y las reglas sociales, mientras que Lisa busca el Estado magistral, la corrección, y piensa que todo lo que hace es lo mejor para todos y que así deben permanecer las cosas”. Así explica el reparto de papeles Juan Pablo Martín Correa en su libro Homer.
¿No suena esto idéntico a la pelea entre Podemos y el PSOE? Los unos, empeñados en una regeneración política que construya una nueva base social, sin importar que para ello haya que derribar modelos tradicionales aparentemente indestructibles. Los otros, defensores de una política progresista más sosegada, menos revolucionaria, hecha desde los despachos y firmada por políticos con corbata y coche oficial. Y el reflejo en los Simpsons no es ningún invento, nada de hablar por hablar. A lo largo de las 27 temporadas de la serie podemos encontrar muchos argumentos para avalar esta teoría.
Empecemos por Bart. Sabemos que es un revolucionario, un personaje que procura desestabilizar el orden instaurado y que no teme enfrentarse a nada ni a nadie. Ni siquiera a un padre de la patria. Bueno, no tanto, más bien al 'padre' de su pueblo, Jebediah Springfield. Más de alguno recordará el capítulo Jebediah Springfield temporada 1, en el que Bart decapita la estatua del adorado fundador de la ciudad. O el episodio Jebediah Springfield temporada 4, cuando Bart lidera una revuelta que termina por 'derrocar' a los vigilantes y encargados del campamento, que resulta ser un centro de explotación infantil en el que se obliga a los chavales a coser carteras de imitación y a dormir en barracones.
Bart no se arruga. Pelea contra lo que considera injusto y es un líder nato. Maneja la oratoria, sabe movilizar a las masas y utiliza todos los medios de lucha que tiene a su alcance. Es revolucionario hasta de manera inconsciente, cuando mete en la lavadora su gorra roja de la suerte junto a las camisas blancas de su padre, con el consiguiente estropicio textil. En ese capítulo Papá loco de atar, temporada 3, Homer termina por ser mandado al psiquiátrico sólo por vestir una camisa rosa cuando la norma exige un uniforme blanco, algo que es tomado como una osadía y una burla al sistema por el señor Burns, el cacique del pueblo.

Juan Pablo Martín Correa insiste: “a Bart le va muy bien todo lo que atente contra el orden social”, justamente lo contrario que le ocurre a su hermana Lisa, que “representa el modelo perfecto del Estado norteamericano, sus principios, valores, idiosincrasia, lo justo, el ideal”. Por eso su peinado recuerda a la corona de la Estatua de la Libertad. Lisa también aboga porque cambien las cosas, es progresista, ecologista, sensible e inteligente. Pero, o bien se resigna, o cede conscientemente para que todo siga igual.
¿Ejemplo de lo primero? En La familia va a Washington temporada 3. Lisa gana un concurso de relatos y es invitada, junto al resto de los Simpsons, a un viaje a la capital. Allí se encuentra con 'las cloacas del Estado': corrupción, sobornos, falta de ética… En primer lugar, acude a las estatuas de los fundadores de EEUU para pedir consejo es decir, primero recurre al Estado puro, sin proponerse hacer nada que lo altere o lo modifique y, en segundo lugar, decide arrojar la toalla y plegarse a lo que entiende como un sistema tan corrompido que sólo se puede criticar, pero que en ningún caso se puede cambiar.

Ella lo intenta, pero no de un modo tan radical ni idealista como Bart. Y tampoco es que quiera arrancar de raíz todo lo que es negativo para la sociedad. Como adorar a un líder que no es tal cosa. En Lisa, la iconoclasta temporada 7, la joven idealista descubre que Jebediah Springfield es en realidad un pirata que intentó atentar contra George Washington. Vamos, nadie merecedor de ser adorado como a un héroe. Y, ¿qué hace? Callarse. Decide permitir que su pueblo viva en una mentira, en una creencia irreal, porque juzga que la sociedad no está preparada para conocer la verdad, que es preferible que todo siga como está.
Lisa quiere cambiar, pero poquito. Y aún así, se lleva reprimendas. Como cuando su profesor de música la expulsa de clase por interpretar el himno de Estados Unidos a ritmo de jazz con su saxo La depresión de Lisa, temporada 1. En cambio, su hermano Bart combate con fuerza todo lo que considera injusto, sin importarle hasta dónde llegar. Dos maneras de entender el progreso. Dos maneras de hacer política. Como las del PSOE y las de Podemos. A ver si va a resultar que, en lugar de reuniones en sus despachos, los políticos deberían quedar para hacer maratones de capítulos de los Simpsons…