Tu disfraz del negro de Whatsapp no es cuñado, es racista

Nunca he ido de geisha y mis amigas no se disfrazaban de asiáticas porque hubiera sido raro que fueran vestidas de mí

En vidas pasadas fui bruja. Y Blancanieves. Y una inocente Minnie Mouse. Y mientras a mis compañeres la tradición de finales de febrero les parecía la leche, a mí me daba una pereza tremenda. Porque siempre fui más de mirar desde la barra de bar. Incluso en primaria. 

Recuerdo también el pequeño paseo por el patio. Y cómo enterrábamos y quemábamos la sardina. Las sesiones de fotos entonces no eran con móviles, sino con cámaras deshechables, de esas que esperabas semanas para revelar el carrete y te daba igual salir bien o mal. Lo importante era que al fin tenías la "instantánea", que decíamos. En esos veintipico de febrero era muy habitual ver disfraces repetidos: varios de pirata, de policía, de chino o de indígena norteamericano aka "indio"

 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 
 

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Una vez me disfracé de chulapa. Mi mejor amiga de la infancia, también. Conservo una foto en la que las dos ponemos caras largas ante el objetivo, una prueba más de que elegí a una buena compañera de resistencia. Si otras quedaban en el parque, nosotras echábamos la tarde con ‘Mortal Kombat’. Otra vez ella vino con el rostro cubierto de polvos de talco, con los labios pintados de rojo en la parte central y con un kimono. He olvidado el color del vestido pero sí conservo la sensación de que la gente se fijaba en nosotras. Siendo menor de edad no le di importancia. Tampoco me extrañó: era muy habitual llamar la atención.

El disfraz de geisha también salía de vez en cuando en mi adolescencia. Mis amigas y yo bromeábamos sobre lo fácil que sería que imitara esa figura histórica femenina tan popular. Aunque yo misma contribuí a esta guasa en el pasado, a día de hoy jamás lo haría. Para acaparar miradas curiosas no necesito un disfraz. Los rasgos los luzco a diario. Lo elija o no. Y cuando se han dirigido a mí como “la china” me ha resultado bastante desagradable. 

Tampoco he fingido nunca ser negra. Ni gitana. Ni trabajadora doméstica. Quizás porque empatizo con que no es gracioso que caricaturicen a estas personas, que las reduzcan a su físico y que simplifiquen sus vidas. Y más cuando son comunidades cuyos derechos aún se cuestionan porque perviven prejuicios negativos sobre ellas. 

El Carnaval es racista. Y para explicarlo voy a emplear un paralelismo polémico. ¿Quién no ha visto a tíos vestidos de mujer? Nunca imitan a directivas. Ni a periodistas. No. Se disfrazan de putas. Una palabra usada como insulto que se refiere muchas veces a mujeres expuestes al riesgo de ser maltratadas y vejadas. El problema no es que te disfraces, es que con ello contribuyes a reforzar un estereotipo. Y mientras que a una prostituta real te niegas a reconocerla como a una igual, sí que eres capaz de fingir ser una durante un día con tus colegas

Volviendo a mi experiencia personal, mis amigas del instituto no se han disfrazado de asiáticas nunca estando conmigo. Aunque me consta que una de ellas sí lo ha hecho en otros círculos sociales porque he visto fotos. No creo que sea casualidad. Tener una relación personal conmigo sostenida en el tiempo les ha hecho ser conscientes, o al menos tener en cuenta, que sería irrespetuoso disfrazarse de ser yo. Y os digo que ojalá no tener que señalar a nadie. 

Lo expuso en su día Chenta Tsai, activista antirracista queer en su columna No con ese tono. Y lo ha hecho hace poco Desirée Bela, activista afrofeminista antirracista en No con ese tono. Que a febrero de 2020 una ilustración de Moderna de Pueblo con un texto de Lucía-Asué Mbomío provoque enfado demuestra que hay que repetirlo. Hay que repetir que es un privilegio que tengas la posibilidad de ser una identidad cultural sin haber ahondado en los problemas internos y externos que conlleva. Y, como dice Mbomío, no comparemos disfrazarte de fallera con teñirte la cara de negra. No es lo mismo porque las falleras no sufren discriminación. En resumen: para ti el disfraz es "solo" una broma. A otros su color de piel e identidad cultural les marca como un objetivo fácil de racismo