Quererse a uno mismo está bien. De hecho, es parte vital de la vida y el primer paso para poder querer a los demás. Querernos a nosotros mismos es lo que nos permite saber cuándo debemos poner nuestros intereses por encima de cualquier otra cosa, algo muy útil si no queremos acabar siendo poco más que una imitación de lo que estamos destinados a ser. Pero todo tiene un límite.
Hay gente que se quiere tanto que ha hecho del orgullo la fuerza motriz de su vida, y se toman cualquier invasión del que consideran 'su terreno' como un insulto, un desafío. Hablamos de esas personas que notan un cosquilleo en la ingle cuando se miran al espejo, que creen tener conocimiento de la verdad más absoluta en todos los ámbitos y que no aceptan que otras personas puedan hacer las cosas igual de bien que ellos.
En un principio puede parecer que esa seguridad les hace ser fuertes, pero a la larga es gente que está jodida. Porque sí, el orgullo es útil si lo sabes entender, pero puede acabar contigo si te encierras tanto en tus convicciones que olvidas que tu visión del mundo es solo una de entre cerca de siete mil millones. Creerte el mejor en algo no te hacer ser el mejor, del mismo modo que tener fe ciega en tus pensamientos no hace que estés en lo correcto.
Tener demasiado orgullo no implica tener la autoestima necesaria como para superar cualquier problema, sino ser incapaz de reconocer cuándo vas por el camino equivocado, y por tanto es el orgullo lo que te impide tomar una decisión para arreglar esa situación que te está haciendo daño. El exceso de orgullo es precisamente todo lo contrario de lo que hablábamos al principio, es quererse tanto que intentas darte cosas que no tienes al alcance y llegar a sitios a los que no puedes llegar. Y esto no es más que una manera lenta de autodestruirse, porque por más bueno que creas ser, siempre habrá algo que se te escape y alguien que sea mejor que tú.
Entrar en este círculo vicioso en el que tú eres lo primero, lo segundo y lo tercero es muy fácil, pero salir es tremendamente complicado, precisamente porque una vez has creado esa burbuja no puedes ver nada más. Por ello, antes de empezar a caer en la trampa fatal del orgullo desmesurado, mírate a ti mismo y recuerda que por más que te quieras, solo eres una persona más.