Estás en la cama, en el suelo, en un coche o en tu rincón fetiche. Las gotas de sudor recorren toda tu espalda y empieza un cosquilleo. Rezas para que ese hormigueo que te sube por las piernas no se acabe nunca. El cuerpo se te tensa. Hace calor. Comienzas a vibrar. La mirada se te pierde y el tacto se agudiza. Y entonces ahí llega. Ese bendito orgasmo que te hace hasta perder la noción de quién eres.
Pero puede que inmediatamente haya venido una sensación de vacío. Una leve sensación, tan sutil que incluso te convences de que no existe. No puedes entender por qué de golpe te sientes tan triste cuando minutos antes podías comerte el mundo.

Esta sensación de deporesión después del orgasmo, que puede durar entre unos minutos hasta varios días, se llama disforia postcoital y no sólo le pasa regularmente al 10 % de las mujeres, sino que el 46 % lo sufrirá alguna vez en su vida. Eso aseguró la Universidad de Tecnología de Queensland, en Australia, uno de los pocos centros que se ha atrevido a indagar sobre este asunto que, por desgracia para muchas, a menudo sigue considerándose cosa de locos. Y las conclusiones que publicó en el disforia postcoital seguro que te han hecho dudar hasta a ti. Sí, sí, has leído bien: casi la mitad de las mujeres pasará por ello. Y por lo que se sabe, los hombres tampoco se libran, aunque es a nosotras a quien más nos ocurre.
¿Que por qué entonces es la primera vez que escuchas hablar del tema? Porque se sufre en silencio, como la mayoría de transtornos sexuales. La vergüenza, la desorientación o el desconocimiento hacen que apenas se hable de ello y que, como con tantas otras cosas que nos hieren, corramos un tupido velo. Fingimos que todo está bien si nuestra pareja es un ligue de una noche y nos esforzamos por forzar una sonrisa que ahogue las lágrimas que se amontonan en los ojos. Otras veces, simplemente no queremos estropear ese momento que tanto habíamos soñado y que en nuestra mente parecía perfecto.

Y puede que así sea. Los investigadores todavía no han dado con la explicación exacta de por qué ocurre y harán falta muchos más estudios científicos para entender qué hay detrás de esa profunda tristeza. Por ahora se cree que la causa es un desorden hormonal. Tras la estampida de placer del orgasmo, el cuerpo segrega prolactina, una hormona que contrarresta la acción de la dopamina, responsable de la excitación sexual.
La depresión llega cuando se produce un desequilibrio entre estas dos substancias. Dicho de otra forma, podemos llegar a sentirnos desgraciados después del clímax porque el miedo o la ansiedad que el cerebro había bloqueado durante el sexo, recuperan sus niveles normales. Al menos así lo explicó el psiquiatra estadounidense Richard Friedman, que tampoco dio una solución viable para anular la melancolía.
También hay otras causas, como los miedos personales, el hecho de sufrir algún trastorno o haber pasado por un trauma sexual. La autoexigencia en la cama, el estrés o la decepción por ver truncada una fantasía también pueden llevar a la depresión post-sexual. Por eso, algunos especialistas han subrayado la importancia de cuidar del 'tercer tiempo': ese momento después del placer máximo que muchos ni saben que existe y que puede ir desde darse una buena ducha a enchufarse un bocadillo de nocilla o quedarse haciendo arrumacos. Eso ya, al gusto de cada uno.
Pero sobre todo pidamos ayuda. Que no nos dé apuro ir a un sexólogo porque nuestro 'problema' tiene solución y el primer paso es tan sencillo como dibujar sin miedo un enorme SOS y gritar fuerte, porque no estamos solos.