Convertirme en donante de médula cambió mi vida (y salvó otra)

El efecto secundario de ser donante de médula es sentirte la persona más afortuna de este puñetero mundo

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Han pasado dos años ya desde que me sometí a una operación para donar médula. El procedimiento se llama 'harvest' y consiste en la extracción del tejido medular del hueso de la cadera. Es un poco aparatoso porque pasas una noche en el hospital, te ponen anestesia general y al día siguiente sientes una pequeña quemazón en la zona de las punciones y anemia durante unos días. En total, una semana entre la operación y la recuperación. Pero, ¿qué es ese tiempo en comparación con haber salvado la vida de un niño con leucemia?

Empecemos por el principio

Soy donante habitual de sangre. Un día cualquiera de verano, mientras esperaba en la sala del centro de transfusión, reparé en un folleto. “Dona médula”, leí. No tenía la más remota idea de qué era eso, la verdad. Me informé, valoré la situación y me hice donante. Tenía dos cosas claras: que no me asustaba y que no me llamarían en la vida, porque la posibilidad de que haya alguien compatible contigo es muy remota. Pero me equivoqué. Al cabo de nueve meses, la Fundación Josep Carreras me contactó para decirme que tenían a una persona que necesitaba de mí.

No lo creía. Me emocioné y no ha sido la primera vez en todo este proceso. Lloré al imaginar que harían esa misma llamada a la inversa y que cuando alguien contestase "¿Sí?", le dirían que había aparecido un donante compatible. Vuelvo a emocionarme al escribir esto. Revivo cada momento y me hace sentir muy feliz. Este es el efecto secundario de donar médula: sentirse la persona más afortunada de este puñetero mundo.

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Dar la salud que te sobra

Cuando sabes que hay una persona que te necesita, todo cambia. Había planeado un viaje a Hawái y puedo prometer que estaba dispuesta a renunciar a él, no me importaba nada más que ser de ayuda a alguien que luchaba por su vida. Resultó que el receptor de mi médula era un niño o una niña de 19 kilos. Es lo único que supe de “mi peque”, porque así lo empecé a llamar a partir de entonces. Me sentía en cierta manera responsable de ella o él; a fin de cuentas, teníamos un ADN parecido.

No he tenido hijos, pero donar médula debe ser similar. Solo quería cuidarme y que no me pasara nada… ¡Era como estar embarazada!"¿Puedo beberme una cerveza? ¿Y si me pica algún insecto raro?", le preguntaba a la persona que hablaba conmigo desde la Fundación y que se moría de risa. "Claro, mujer, haz vida normal. Lo único... ¡¡No te partas una pierna en Hawái, por favor!!", me respondía sabiendo que me iría al otro lado del mundo 17 días.

Había tiempo de sobra porque mi receptor, como cualquier paciente que va a ser trasplantado de médula, debe permanecer un largo periodo en el hospital. Lo aíslan y lo someten a medidas higiénicas tremendas, porque su sistema inmunológico tiene que estar en perfectas condiciones para evitar un rechazo. "Mi peque era un campeón, seguro, y estaba ya en ese hospital preparándose para el gran día", pensaba.

Siempre conectados

Ingresé una tarde de septiembre acompañada de mi hermana. Vivimos aquello con tal intensidad que nos hemos hecho un tatuaje juntas para no olvidarlo jamás. Y fue tan raro... Llevar un pijama sin estar enferma, que te den el menú del hospital y te pongan una vía para dar a otra persona la salud que te sobra. Las enfermeras se emocionaban. Los residentes de hematología me miraban alucinados. Después de mucho tiempo iban a hacer un 'harvest'.

La obtención de médula el famoso harvest se basa en punciones que se hacen desde la zona lumbar hasta llegar a los huesos de la cadera y se extrae una especie de líquido amarillento viscoso, el tejido medular, que luego es inyectado a la persona con leucemia. Mi peque tenía un tipo de leucemia rara que requería de una extracción por punción, aunque en la mayoría de los casos la donación es más sencilla y no hay quirófano. Eso lo hizo un poco más épico, vale. Pero os aseguro que pasaría de nuevo por esta experiencia cada día de mi vida.

"En la mayoría de los casos la donación es más sencilla y no hay quirófano"

Al volver a casa estaba algo cansada, pero tuve visita. Éramos tantos que parecía una fiesta. Joder, sí que lo era. Llegaron momentos mucho más bonitos aún, sobre todo cuando me contaron desde la Fundación que el trasplante había sido un éxito, que no había rechazo. Sin embargo,  pasaría algunos meses en el hospital recuperándose hasta que le dieran el alta. Afortunadamente, pasó la Navidad en casa y podéis imaginar cómo celebré aquellos Reyes.

Algo estamos haciendo bien

Pudimos intercambiarnos una carta y me hizo llegar un dibujo con muchos colores a través de la Fundación Josep Carreras, que hoy tengo junto a mi cama. A veces me preguntan: "¿No te gustaría conocerlo?". Ocurre que la ley en España no lo permite y es lo mejor. Sé que siempre estaremos conectados. La donación de médula es preciosa por eso mismo, porque es una de las pocas donaciones de órganos y tejidos que podemos hacer mientras vivimos.

Desde entonces, más de 30 amigos míos se han hecho donantes. Desde 2013, gracias al legado de Pablo Ráez y al esfuerzo de la Organización Nacional de Trasplantes y de la Fundación Josep Carreras, las donaciones de médula han crecido en España un 216%. Brutal. Algo estamos haciendo bien entre todos. Los que ya no están y los que seguimos aquí, disfrutando de la vida. Como mi peque, al que este año le han dado el alta definitiva. Ya no hay leucemia. Está curado. Se acabó.