Te despiertas sobresaltado porque llegas tarde al primer día de tu nuevo empleo. Te levantas y sales pitando de casa, pero al entrar en el autobús te das cuenta de que estás desnudo. Ahogas un grito, pero no te sale la voz. Suena la alarma y das un bote. ¿Quién no se ha despertado de golpe, en medio de la madrugada, sudando y desorientado, dando gracias a Dios o a quien sea porque todo fuera una pesadilla? Parecía tan real… Pues bien, la próxima vez que te pase agradece también a tu cerebro, porque te acaba de dar una lección de superación.
Estos sueños angustiosos suelen producirse durante la fase REM, es decir, cuando estamos profundamente dormidos y nos quedan ya pocas horas de sueño. Según la Asociación Internacional para el Estudio de los Sueños aSd, las pesadillas afectan a entre el 5 y el 10 % de la población todos los meses. Además, la American Academy of Sleep Medicine Asociación Internacional para el Estudio de los Sueños asegura que los niños son mucho más propensos a sufrirlas. El 41% de menores de entre 6 y 10 años han tenido pesadillas los últimos 3 meses. Por todo esto, no es de extrañar que, desde hace siglos, todas las culturas se hayan preguntado acerca del significado de lo que soñábamos. Algunas llegan a ser tan reales que nos perturban el resto del día.
Los científicos están cada vez más convencidos de que soñar con monstruos durante la infancia o con estar encerrados siendo adultos tiene realmente una función crucial para nuestras vidas. Las pesadillas sirven para purgar los miedos y como prueba para lidiar con situaciones a las que nos tendremos que enfrentar despiertos. Según la aSd, los sueños actúan como una especie de entrenamiento para que el cuerpo aprenda a ofrecer una respuesta emocional ante situaciones que tarde o temprano aparecerán en nuestras vidas.
En otras palabras, nos enseñan a enfrentar aquello que más tememos. Y a menos que seas un superhéroe o completamente apático, siempre habrá algo que te atormente y por lo que corrererás el riesgo de tener pesadillas.
Es importante saber que, aunque sigamos de verdad sabiendo qué quieren decirnos exactamente los sueños, en casos reincidentes la ciencia los considera un síntoma de posibles enfermedades neurológicas o psiquiátricas como la depresión, el estrés postraumático o la esquizofrénia.
Antes de Freud, cada civilización relacionaba los sueños a sus propias deidades considerándolos mensajes divinos o una conexión con sus ancestros. Las antiguas civilizaciones chinas fueron más allá y tomaban decisiones militares y políticas en base a ellos por considerarlos proféticos. Sin embargo, la llegada del bueno de Sigmund revolucionó la interpretación de lo que vemos mientras dormimos. Freud aseguraba que se trata de deseos reprimidos o frustrados.
Su compañero Carl Gustav Jung se acercó más a la teoría que tienen actualmente los entendidos. Jung sugirió que los sueños, tanto los buenos como los malos, tienen una función educativa, ya que sirven para compensar, durante la noche, las partes de la psique que no están suficientemente desarrolladas. Y algo parecido señalan las nuevas líneas de investigación: que se enfrentan a todo aquello que nuestra parte consciente no tiene el valor de atacar.