Crédito de la imagen: Paolo Raeli
Cuando nos conocimos, los dos supimos que lo nuestro sería diferente. Desde el principio congeniamos, tal vez por nuestra forma de ser, por el buen rollo o vete a saber por qué. Todo apuntaba hacia una relación eterna, pero las amistades tienen más etapas que el Tour de Francia y la nuestra se ha quedado un tanto colgada en el enésimo puerto de montaña. Por eso escribo esto, para intentar redimirme entre unos recuerdos imborrables que ojalá pudiéramos extender.
En aquella época todo era más fácil si encajabas con alguien; nuestra mayor preocupación era no cabrear a un chungo del ‘insti’ y tan sólo pensábamos en salir de fiesta, hacer perdidas para no mandar muchos SMS o intentar escabullirnos con el resto cada tarde. Sobraban excusas para vernos, porque nuestra amistad era tan fuerte y sólida que parecía que no iba a terminar nunca. Nos entendíamos con solo una mirada y nunca prometimos que seríamos amigos para siempre, pero no hacía falta, ambos lo sabíamos.
Llevo tiempo pensando en ello, porque el ser un ‘neofílico social’ con ganas de conocer gente nueva me ha marcado, pero sin duda creo que he hecho algo mal. Nunca encuentro la manera de arreglarlo y las llamadas y mensajes cada vez son menos frecuentes y más fríos. Siento la necesidad de explorar unos caminos en los que ya no entras pero no puedo evitar echar de menos cómo nos reíamos de cualquier tontería y nos duraba horas.
En más de diez años las discusiones han sido mínimas e incluso hemos sobrevivido a alguna disputa amorosa, pero no tengo nada que echarte en cara. Pero hemos perdido esa magia, la chispa de querer hacer todo juntos y soñar con encontrar un piso en alguna ciudad de la otra punta del mundo, vivir aventuras y seguir construyendo una vida en común. "Parecéis novios", nos habían dicho cien veces. Y eso hacía que nos sintiésemos todavía más unidos, más indispensables.

A veces siento que su amistad ya no me aporta nada, que somos dos personas tan diferentes que es imposible rescatar esa magia del pasado. Pero entonces pienso en los momentos malos, en esos días de bajón con el trabajo, una crisis amorosa, visitas al hospital o problemas familiares, lo que sea. Y tú siempre estás ahí para recordarme que no tener proyectos en común no tiene por qué distanciarnos. Nos hemos dejado llevar por las ocupaciones, porque hemos crecido, pero ese niño interior hay que conservarlo y, pobrecito, necesita amigos que le hagan brillar.
Es curioso, pero así es el ser humano. Cuando tenemos dudas sobre alguna amistad o creemos que ya nada volverá a ser como antes, lo mejor es recordar esos momentos, echar la vista atrás y darnos cuenta de quién nos apoya cuando le necesitamos. Por eso creo en la amistad como si fuese una relación amorosa, porque cuesta mantenerla y todo no funciona por inercia y aunque haya sido un flechazo, hay que trabajar en ella con pasión.
Volver a ser tan colegas debería entrar en esa lista de propósitos para 2017. Porque intentarlo solo nos traerá cosas buenas, seguro. No hace falta vivir del para pasado seguir creciendo como amigos y nuestro futuro necesita un salto al vacío para consolidarnos, un salto que puede empezar con un sencillo paso como llamarle por teléfono. No tengas dudas, quiero recuperarte.