Black Rock City —la “ciudad” efímera construida por los participantes durante el festival Burning Man— es uno de los lugares más extremos del mundo. Está en un desierto sobre un antiguo lago, a 2.000 metros de altura. La temperatura es de más de 50 grados por el día y de noche cae bajo cero. El polvo que levantan las tormentas de arena te entra por los ojos y los pulmones. No hay nadie en 150 kilómetros a la redonda, tampoco electricidad ni agua. Hay que ser atrevido para querer ir en pleno verano. Pero vale la pena. Al menos es lo que dicen los más de 50.000 burners asistentes al festival que año tras año pueblan el desierto Black Rock de Nevada, en Estados Unidos.
Cada año unas 70.000 personas lo disfrutan. Van semidesnudos. Los más pudientes van vestidos o disfrazados de forma estrafalaria. Buscan el anonimato. Están rodeados de esculturas luminosas e interactivas, de Art Cars —vehículos desde carros de golf a autobuses con formas de dragones, veleros o retretes luminosos—, de discotecas gigantes al aire libre y de miles de tiendas de campaña.
Se trata del evento anual Burning Man, celebrado la primera semana de septiembre y que concluye el Día del Trabajo. Un festival de espíritu hippie y seguidor de la contracultura de los años 60 descrito por sus propios organizadores como “un experimento en comunidad, de autoexpresión y autosuficiencia radical”.

Una experiencia única
Una vez llegas ahí nada es como te imaginas. No tiene nada que ver con otro festival. El Burning Man es supervivencia. Una agrupación multicultural con una espiritualidad en común durante una semana en medio del desierto. Una catarsis de creación colectiva efímera. Los artistas crean para que luego sus obras sean quemadas. Cuando vuelvas ya no serás el mismo: te abre como persona y te convierte en una muy lejana a la de la ciudad occidental.
Siguiendo los 10 principios de Burning Man
Para entrar no hay condiciones. Cualquiera puede asistir. El único inconveniente es el precio de la entrada: 400 dólares. Una vez dentro, no volverás a escuchar la palabra dinero. Irás por las calles de la ciudad y te encontrarás con mucha gente que te regalará desde comida o bebida hasta fotografías instantáneas. La filosofía es clara: a pesar de que tengas que ser autosuficiente por el aislamiento, tendrás que ayudar a los demás a que no les falte de nada. La desmercantilización es tan clara que la cultura del festival está libre de los patrocinios comerciales, transacciones o publicidad. Nadie más que el individuo o grupo colaborador podrá determinar el contenido de su regalo.
Es una cooperación creativa y de colaboración por el bien común. Por eso mismo, los organizadores de los eventos deben asumir la responsabilidad por el bienestar público y tratar de comunicar responsabilidades cívicas a los participantes. También respecto al medio ambiente. Una de las directrices del festival es no dejar rastro físico de las actividades realizadas en el desierto. Una vez abandonado el recinto, nadie tiene que saber que la ciudad existió. Solo así, a través de la participación colectiva, puede haber un cambio en lo individual o en la sociedad. A esto, le has de sumar el valor más importante de la cultura Burning Man: la inmediatez. No dejes para mañana lo que puedes hacer hoy.

El viaje
Has de llevar lo necesario para ser autosuficiente. Te has de llevar agua, comida, luces para que no te atropellen por la noche, un vehículo para moverte, como una bici, tiendas de campaña donde dormir y gafas protectoras contra la arena. Es una auténtica aventura. Ahí el pueblo más cercano está a 2 horas. Los teléfonos y los ordenadores no tienen ninguna utilidad porque no hay cobertura telefónica o Internet. Durante una semana vas a estar desconectado del mundo. La primera prueba de supervivencia son las 8 horas de caravana en coche desde Reno al desierto; la segunda las 8 horas siguientes para recibir tu ticket. Una vez pasado este tiempo, ponte a montar la tienda a las 5 de la mañana. Pero no te preocupes, a partir de aquí, todo sabrá mejor.
El día a día
Te levantas. Ves salir el sol en el desierto, un verdadero espectáculo. Desayunas y te lavas como puedes con el agua que te has llevado. Coges tu mochila Camelbak, indispensable para no deshidratarte, las gafas, tu bici o carroza y sales a pasear. No tendrás suficiente tiempo para hacer todo lo que te espera. Nada más salir encontrarás las múltiples actividades que ofrece cada campamento como regalo, desde participar en talleres de pintura corporales, concurso de talentos, partidas de bolos, comer perritos calientes gratis o sesiones de yoga o sadomasoquismo, hasta visitar las esculturas gigantes y luminosas oficiales del festival. Nunca sabes lo que harás. Te lo irás encontrando. Hay que hacer las cosas en el momento, vivir la inmediatez. No existe el concepto de organizarse la vida.
Otro aspecto interesante es el ritual de que todo el mundo lleve un vaso vacío encima. Vayas por donde vayas, encontrarás personas que te ofrezcan alcohol gratis. El resultado: los participantes pueden acabar borrachos al mediodía o incluso no salir del estado ebrio durante los 7 días. Una vez llega la noche es el momento de dejar el arte y las actividades a un lado y adentrarse en las discotecas gigantes alrededor del Hombre Ardiente. La fiesta está asegurada a lo largo de muchas horas. Las luces LED, todo tipo de drogas y las salas de baile son las protagonistas nocturnas. Todo está permitido. Incluso las orgías públicas.

El Templo
Además del Hombre Ardiente, se construye otro monumento igual de importante: el Templo. Durante el festival los asistentes escriben en una nota lo que piensan o quieren. Normalmente se acuerdan de las personas que ya no están o piden futuros deseos. Es un templo donde cada uno tiene su propia religión. Se quema el último día, el domingo, con la idea de que al convertirse en ceniza haya algún tipo de conexión o renovación espiritual. A diferencia de la quema del Hombre Ardiente, no es concebida como una fiesta. Todo el mundo está en silencio y llorando alrededor de él. La gente se abraza sin conocerse y se eliminan las convenciones sociales. Es uno de los momentos que recuerdan los participantes como más introspectivos y especiales. De los que verdaderamente hacen que cambies como persona.
Tormentas de arena
En una semana puedes sufrir 3 o 4 tormentas de arena. Si una llega a ser lo bastante fuerte, no podrás ver absolutamente nada. Por mucho que te cubras acabarás comiendo y tragando mucha arena. Al principio, la tormenta te parecerá trepidante, como si estuvieras inmerso en la película de La Momia, pero cuando lleves una hora empezarás a estar cansado y desorientado. A un metro de ti solo verás arena y más arena.

La primera película rodada en Burning Man
Ibai Abad, director español de cine forjado en la Escola Superior de Cinema i Audiovisuals de Catalunya ESCAC, va a ser el primero en filmar una película de ficción durante el festival. Lo suyo le ha costado. Incluso ha tenido que viajar a las oficinas de San Francisco para convencer a sus organizadores. Toda una hazaña. De hecho, ahora debe estar rodando, luchando contra viento y marea, para conseguir que su sueño se haga realidad: que The Girl From The Song se estrene mundialmente en el próximo Burning Man.
“Quería hacer una película sobre el mito de Orfeo y Eurídice, donde Orfeo viaja al Infierno para recuperar a la chica a la que ama. Lo tuve claro, Burning Man es lo más parecido que he visto al Infierno. Un desierto con una figura enorme quemándose en medio de la llanura rodeada de gente en su estado más salvaje. The Girl From The Song será nuestro regalo para el Burning Man de 2016”, explica Abad.
La amenaza: los millonarios de Sillicon Valley
Lo alternativo está de moda. El Burning Man se ha convertido desde hace 5 o 6 años en una especie de oasis de la fiesta y de la libertad absoluta. Eso es algo muy goloso para algunos de los millonarios de más renombre de la industria de la tecnología de Silicon Valley. A los fundadores de Google, Larry Page y Sergey Brin; al presidente ejecutivo de Amazon, Jeff Bezos; o al dueño de Tesla Motors, Elon Musk, se les ha añadido el fundador de Facebook Mark Zuckerberg, empleados de compañías como Twitter o Uber o ejecutivos de fondos de inversión. Un conjunto de individuos que están alterando el espíritu original de Burning Man. Llegan en helicópteros privados y, en lugar de tiendas de campaña, usan ostentosas carpas que cuentan con cómodas camas, duchas, aire acondicionado, baños portátiles y un cocinero para que les haga la comida cada día. El festival para ellos se ha convertido en una competición de quién es el que puede gastar más dinero.
Ante las quejas de los más puritanos del evento, ellos se defienden con la ley en la mano. En los principios de Burning Man hay uno que dice: inclusión radical. Es decir, toda persona está admitida. Así que, por el momento,no tiene pinta de que nada vaya a cambiar.