Parece el título de un libro. Podría serlo. El tema da de sí. Han sido muchas y muy variadas las opiniones y críticas que se han vertido indiscriminadamente en la red tras la polémica comparativa entre dos instantáneas en las que Blanca Suárez era acusada de ser photoshopeada. Blanca Suárez era acusada de ser photoshopeada, pero el daño ya está hecho en una gran parte de la sociedad. Es como una herida producida en las entrañas de la socialización que cada día se abre más.
¿En qué lugar decidió Blanca Suárez querer zanjar la polémica? En Instagram. ¿Cómo? Con una nueva foto de pose estilizada, luz tenue para sombrear la silueta y, muy probablemente, de 100 fotos realizadas, escogida la menos mala. No parece la mejor manera de excusarse tras lo sucedido, ¿verdad? Pues esto es lo que hacemos todos en nuestro día a día. Nos excusamos de nosotros mismos. “No subas esta foto, que no salgo bien”, que diría cualquiera que se precie.

Chicos y chicas sueñan con alcanzar ciertos prototipos de cuerpos solo con la idea de lucirlo públicamente en redes y llegar a monetizar esa imagen. Se trata del "me lo he currao", que afirma Blanca Suárez, y que mantiene a una gran masa de gente en la línea del 'no sé si me cuido por llevar una vida sana o por buscar una aprobación social que engrase mi ego'. El problema radica en los retoques, las poses antinaturales, los ángulos o la iluminación. Pareciera que hablo de fotografías profesionales. Todos quieren jugar o aspirar a ser modelos, instagramers o influencers, pero se siente y se palpa demasiado buscado, fingido, irreal. La marca blanca de una marca que no se sabe muy bien lo que vende.
Y al final llegan las marcas de verdad. Las de toda la vida. Deciden publicitarse sin contemplaciones con esas personas que no vendían nada en Instagram, pero que por lo visto tienen algo que vender. Y les pagan. Les pagan después de haber ofrecido su versión más desvirtuada, tanto de su cuerpo como de su vida. Un estilo de vida manipulado que, en su conjunto, elabora un guión que parece que cuenta una historia interesante pero que, por dentro, está vacío de contenido. La marca manda. Cuando alguien monetiza su imagen, se expone a exigencias de los que pagan. Si los que pagan te retocan con Photoshop, por muy evidente que pueda parecer, o tragas o no cobras.
La instagramer australiana Essena O’Neill se rebeló hace unos meses con las redes sociales y las marcas porque no soportaba más sostener su propia mentira. Sus fotos estaban milimétricamente estudiadas y seleccionadas, contaban falsas realidades e incitaban a un gran sector joven a perseguir sueños no escritos sobre papel mojado. La joven de 18 años llegó a reconocer que anunciaba ropa que ella misma no se pondría para salir a la calle. Porque todos hemos visto a algún famosete en las redes, YouTube y similares anunciar productos de forma encubierta o descarada. Es la monetización de su persona. Un objetivo que una gran parte de la sociedad joven se fija cada día más, generando frustración en una intención por alimentar un ego que nunca se sacia y que padece de una fragilidad vítrea.

En la imagen se aprecia una foto de la cuenta de Essena O'Neill, con una descripción modificada por ella misma uno de los muchos cambios que decidió realizar en diferentes estados de su Instagram. En esta reza: "no hay nada de zen en aparentar ser zen". Pues eso. Estilos de vida prefabricados. Y postureo del bueno. Eso da para otro artículo.