Aquel viernes todo salía a pedir de boca. Las cosas en el trabajo habían ido bien así que a las tres y media llegué a casa, comí algo rápido y empecé por fin a probarme todo lo que tenía en el armario. La cita no era hasta las nueve, pero los nervios no me dejaban hacer otra cosa.
Combiné la falda vaquera con todas las camisas posibles, pero cada cual me convencía menos. Los vestidos eran o demasiado arreglados o demasiados escotados. Un fraude. Aún no entiendo cómo es posible que con un armario a rebosar no encuentre nada adecuado para ir a una primera cita. Me entró un bajón horrible. Hasta que encontré el pantalón negro de tiro alto que me disimula la cartuchera. Con ese me sentí yo.

Me duché, me planché el pelo, me pinté un poco y cuando me miré en el espejo del portal al salir de casa me vine arriba. Me había puesto la chaqueta de cuero que llevaba cuando nos saludamos en la fiesta de cumpleaños en casa de Pablo. Seguro que se acordaría. El tonteo durante este mes había sido intenso. Me había dado fuerte con él, la verdad. Así que cuando lo vi en la puerta del italiano donde habíamos quedado el corazón me dio un vuelco.
Estaba guapísimo. Y sonreía más que nunca. Pedimos vino tinto y aceitunas y anchoas como entrantes. Hablamos de nuestro amigo común Pablo y la novia pseudoartista que se había echado. De sus vacaciones, de mi nueva jefa y de su vieja moto. Cuando el camarero trajo la cuatro quesos me llegó una alerta al móvil sobre la dimisión de Sánchez como secretario general del PSOE. Por supuesto lo comenté. Y casi se me cae la pizza al suelo. Él, la cita de todos mis sueños durante los últimos treinta días. Él, el chico con los ojos más risueños de toda la provincia. Él, quien dominaba hasta la excitación los emoticonos y puntos suspensivos. Él, no tenía ni puta idea de quién era Pedro Sánchez. Pero, es serio, ni idea.

―Yo es que paso de las noticias. Con mi vida ya tengo bastante.
―Ya… bueno… ―titubeé― yo también tengo bastante con mi vida, pero, no sé, es una cuestión de interés. Yo creo que es importante saber qué pasa en tu país, en el mundo.
― A mí me da igual, en serio. Me sobra con mi vida.
― Pero, ¿no sigues nada? ¿Nada de nada? Yo qué sé, las elecciones americanas, el Brexit, no sé….
― Qué va, tía, en serio, yo paso. ¿Qué va a cambiar porque yo abra un periódico?
En este punto la mozzarella ya se me había hecho bola en la garganta.
―Hombre, cambiar-cambiar, quizá nada. Al menos no inmediatamente. Pero es importante para entender tu país, Europa, las consecuencias de la crisis… No sé, es el mundo.
― Buf, quita, quita, el mundo. Mira, cada uno tiene su mundo y sus problemas. A mí me da igual si los ingleses se van o se quedan o quién presida Estados Unidos. Que se apañen.
― Pues no lo entiendo, la verdad. Esas cosas importan. Tienen consecuencias para la vida de la gente. En fin, no sé. Es mi opinión.
― Sí, es tu opinión y yo tengo otra. Ya está.
― Sí, ya está, supongo. Pero, yo qué sé, siendo jóvenes seremos quienes más tiempo vivamos en esta sociedad y creo que es importante al menos saber qué pasa. Tu vida se verá afectada por ello.
― Joer… te estás poniendo pesadita, ¿no?
― No, no es eso. Pero, en fin, no sé. Bueno, déjalo. Da igual.
Pero no, claro que no da igual. Porque a mí me gusta hablar de nuestros amigos, de mis viajes, de sus movidas. Claro que me gusta. Pero no solo de eso. Porque a mí me importa el mundo. Porque si todo se va la mierda quiero intentar entender por qué. Porque de un modo que me cuesta explicar la vida de otros seremos humanos me importa. Y necesito que a él le importe. O que, al menos, no le sea totalmente indiferente. Porque si me encuentro a alguien que no sabe lo que ocurre en el mundo, no me importa empezar de cero y explicarle, hacerle partícipe, construir una base. Siempre y cuando ese alguien tenga interés en conocer qué ocurre.
― ¿Pedimos postre?
― No, mejor no. La cuenta y nos vamos. Se me hace tarde.
Crédito de la imagen: Nan Goldin