Pertenecí, como todos alguna vez, a ese grupo tan odioso de personas que desaparecen cuando encuentran pareja. Todo pasa muy rápido y ni siquiera sabes cómo has llegado a convertirte en alguien así. Un buen día estás tomando cañas con tus amigos y al día siguiente conoces al que crees que será el amor de tu vida y ¡puf!, desapareces. Lo que creas con esa nueva persona invade por completo todo lo que tengas que hacer ahora, mañana y déjame consultar la agenda porque creo que el año que viene lo tendré complicado para quedar.
Pero hablemos de esto en serio. La cosa empieza de forma sutil, no es que te esfumes de repente. Sino que empiezas por rechazar el café de después del trabajo, un tiempo después, comienzas a reservarte la noche de los sábados para dormir con él/ella, un finde sí, un finde no, que no se diga, y terminas por no ir a los cumpleaños ni a los viajes de cada Semana Santa. Y un día, de pronto, ya no sabes absolutamente nada de tus amigos ni ellos de ti por muy incondicionales que hayan sido. Has perdido la conexión que teníais sí, ha sido culpa tuya, ya te darás cuenta, y eso es difícil de recuperar.

Ya no se sienten unidos a ti. Te han dado un toque decenas de veces. "Eh, que no se te ve el pelo. ¿Cuando echamos un café?", te dicen. Pero el quinto café/birra/gintonic/mándanosunafotoaunquesea ya ni te lo ofrecen. Y es normal. Porque has entrado en una relación que no te está aportando, sino restando. Alguien que te quiere como eres hará por que pases tiempo con tus amigos e incluso querrá compartir eso contigo. En mi caso, ese amor que me alejó de ellos enterraba una profunda dependencia emocional. Sí, nos habíamos enamorado y todo estaba siendo muy intenso. Sentíamos que queríamos pasar cada segundo juntos, y eso implicaba rechazar otras cosas que, creímos, iban a seguir ahí al día siguiente o la semana siguiente.
Ninguno de los dos le pedía al otro que le dedicara todo su tiempo, no había chantaje ni maltrato. Simplemente lo escogíamos, hasta que esa magia del principio se convirtió en rutina y la rutina en obligación. Sentíamos que abandonábamos al otro al hacer planes por separado y, aunque fuera algo importante, el 90% de las veces terminábamos por anularlos a última hora. El otro 10% me recuerdo mirando el reloj del móvil cada 15 minutos para ver cuánto tiempo quedaba para volver a irme a su lado. Realmente no estaba disfrutando de ese rato que pasaba con mis amigos o con mi familia porque seguía teniendo la cabeza donde quiera que estuviera mi pareja en ese momento. Así que mis amigos decidieron que yo ya no era la de siempre, esa que montaba planes y se quedaba despierta de risas hasta las tantas. Tenían razón.
Dirás que se veía venir, pero lo nuestro explotó y me sentí más sola que nunca. La relación dependiente que teníamos terminó por separarnos pero, cuando creía que el mundo se me había caído encima y estaba aplastando mi corazón, aparecieron mis amigos. Al día siguiente, la que era y sigue siendo mi mejor amiga cogió ropa para una semana y se instaló en mi casa. Simplemente estaba ahí, cogiéndome la mano cuando dormía durante toda la tarde porque había pasado la mañana llorando, escuchándome cuando hablaba una y otra vez de cómo y por qué se había roto mi relación y alegrándose cuando quise volver a salir por ahí y recuperar mi vida. Y aunque sé que no volveré a dejar que mi relación invada toda mi vida, no me arrepiento de haber pasado por ello. Porque solo viviéndolo es cómo uno aprende que un amor que hace que dejes de lado a tus otros 'amores' ni es sano ni puede funcionar.