Todos tenemos la adolescencia grabada en el cerebro. Los institutos son templos de la experimentación, del ir madurando y, muy a menudo, de traumas y conflictos personales. Las personas ‘guays’, las que decidían cómo había que comportarse y vestirse, tenían poder sobre los demás y, sobre todo, sobre sus amigos. Se reían de todo aquel que fuera distinto o mostrara debilidad, se peleaban con quien hiciera falta llegando a crear verdaderas guerras civiles que dividían a las clase e, incluso, a todo el instituto. Y las más poderosas de todos ellos eran, sin duda, las ‘abejas reina’.
Guapas, inteligentes, con carácter y, a veces, con muy poca piedad ni empatía. Lo que ellas decían iba a misa, si era un colegio católico, y a las peleas de después de clase si no lo era. Pero más que los puños, su arma eran las palabras. Ese aura de seguridad que parecían tener de manera innata y que el resto de chicas queríamos copiar, pero no lo conseguíamos. Ellas parecían tenerlo todo mucho más fácil que las demás y conseguían, con sus razonamientos retorcidos, que creyeras que era una buena idea odiar a una persona un día y protegerla al siguiente. Porque, ya sabes, tú también has oído alguna vez eso de "tía me cae mal, no le hables o me enfadaré". Adolescentes que, con visión adulta, ya no parecen tan poderosas aunque entonces fueran verdaderas reinas o, como diríamos hoy, influencers. ¿Seguirán siendo así? Para obtener respuestas, fui a buscarlas y obtener sus testimonios.
Laia, 32 años. Lleida

Yo no iba sola, era la cabecilla de un grupo del chicas que dominaba dentro de la clase. Teníamos poder sobre las otras chicas y, como solíamos juntarnos con los chicos guays, también sobre ellos. Supongo que pasar tiempo con los chicos nos daba prestigio ante las demás y por eso querían ser como nosotras. Nuestros novios siempre eran los más guapos o íbamos a por los chicos más mayores de otros cursos instituto y los repetidores. Y lo conseguíamos.
Los piques los tenía con otras chicas con poder, tanto dentro de mi grupo como con chicas de otros institutos que eran como nosotras. Íbamos a un colegio privado y ellas a uno público, su forma de ser y de vestir era más 'choni' que la nuestra y, si ya nos tenían manía por eso y por ser populares, a veces sus amigos nos prestaban más atención que a ellas o preferían estar con nosotras. Recuerdo que después del instituto nos reuníamos en un local social lleno de maquinas recreativas y billares donde estaba toda la gente guay de todos los institutos. Y claro, se creaba el conflicto muy fácil: si nosotros íbamos a por unos chicos que eran mayores y ellas también la cosa podía terminar en pelea. Más de una vez nos tuvimos que ir, aunque pocas veces llegábamos a las manos.
Pero nuestra influencia iba más allá de eso, se basaba en el carácter. Yo siempre he tenido una personalidad muy fuerte y es cierto que durante mi adolescencia me creía con poder para contestar mal a quien fuera. Lo hice muchísimas veces, incluso con profesores. Mi opinión siempre ha tenido que estar un poco a flote y me he hecho escuchar. Pero no usábamos todo eso para meternos con nadie ni marginar, simplemente había un aura de liderazgo que, incluso, nos servía para proteger a los débiles cuando había una situación injusta. Claro, yo no me iba a juntar con ningún 'friki' por mi reputación, por aquel entonces los consideraba inferiores, pero los protegía en vez de reírme de ellos porque sabía que a mí nadie iba a decirme nada.
Por cosas de la vida tuve que estudiar Administración y Finanzas, aunque siempre quise hacer Educación Social. Sigo siendo líder y mi opinión tiene que ser escuchada porque soy muy cabezona y no me gusta que me intenten hacer cambiar de opinión. Yo respeto la tuya, pero yo sé que tengo razón ante todo y punto. Conservo ese pronto de contestar muy mal a veces, pero ahora he aprendido a pedir perdón.
María, 30 años. Valencia
Yo era un cáncer. La típica niña con mala hostia y retorcida que manipulaba a sus amigas. La típica que decía "no le habléis todas a esa, porque mirad lo que ha hecho". Era curioso porque era una chavala muy pequeñaja físicamente y además de diciembre, así que todas eran más mayores que yo y más grandotas, pero no podían conmigo. Todo era 'a muerte', tanto el odiar como el defender y todas tenían que hacer lo que a mí me pareciera. Las manipulaba y no me importaba hacerlo porque creía que mis razones eran importantes.
El colegio estaba en un pueblo de Valencia y otra chica y yo éramos las únicas que vivíamos en urbanizaciones alejadas. Nos llamaban 'las de las urbanizaciones'. Éramos súper pijas, pero eso no jugó en mi contra. Yo era de las de "a las cinco te esperas en la puerta", me daba igual pegarme. Lo que me hizo líder fue enfrentarme a los chicos, era con quien más me peleaba y por eso ellas me respetaban. Mi novio siempre era el repetidor, el líder de los chicos así que tenía un doble poder que usaba para lo bueno y lo malo. Recuerdo que a menudo me daba por defender a la pobrecita de la clase, la rara, con quien todos se metían y la convertía en mi protegida.
Ya de más mayores, hacia los 16, dejó de haber jerarquías. Los 'malotes' éramos como un clan de gente con poder. Fui a la ciudad a vivir y mi grupo eran los de mi barrio, así que el resto del mundo no importaba. Éramos la hostia, súper garrulos, llevábamos las gafas Arnette, los ganchos y camisetas de El Mago. Fui a un instituto enorme en el que se hacía de todo menos estudiar, tenía muchísimas zonas verdes en las que pasábamos todo el día tumbados fumando porros. Durante esa época todos ignorábamos a los 'tonticos' o frikis.
Creo que nunca he dejado de ser así. Si me enfado con alguien y considero que me ha hecho daño le sigo diciendo a mis amigas que si le hablan me enfadaré. Aun así, ha sido totalmente compatible que desarrollara mi lado humano con mi carácter. He estudiado Trabajo Social y trabajo en una asociación de personas con problemas de salud mental. He limado y no voy a pegarme con nadie, pero sigo teniendo mala hostia, siendo rabiosa y defendiendo mi lugar.
Lorena, 33 años. Valencia

Yo era popular, pero nadie me tenía miedo ni se sentía intimidado por mí. Tengo un carácter extremadamente extrovertido y nunca he sabido estar solo con un grupo de gente. Me ha movido la inquietud de conocer personas, no normas ni estereotipos. No me gustaba encasillarme. Supongo que va conmigo, pero el hecho de mudarme varias veces de casa y de colegio me hizo todavía más abierta. A los 16, me cambié a un barrio nuevo e instituto nuevo. Al llegar empecé a ligar bastante, sobre todo por ser la nueva y por ser simpática. Éramos adolescentes y todo eran hormonas, ya no era una niña. Eso despertó muchas envidias y tuve que lidiar bastantes batallas con las chicas 'guays' que ya había allí. Costó hasta que dejé de pelearme, pero nunca dejé de ir con quien quería. Me sentía resguardada en el hecho de que sabía adaptarme a quien fuera, así que nadie mandó nunca sobre mí, no sufría la influencia de las abejas reina. Simplemente, me iba con otra gente.
Gracias a eso tenía poder de influencia sobre los demás. Me llevaba con todo el mundo y me pedían consejo sobre sus movidas. Me enteraba de todo. Pero al salir del instituto, a partir de las cinco, me atraía mucho el rollo de las chungas. Muchísimas veces ni siquiera había que esperar, porque lo guay era petarse las clases. Su mundo era fascinante, como repitieron tantas veces eran las mayores y, a esa edad, tener unos años más te da sensación de seguridad, de que sabes más que los demás. Imponían bastante jugando esa baza, pero, en realidad, eran unas gilipollas más. Tenían su propio sitio apartado de la gente, a solas contra 'el paredón', un muro que era su territorio y solo ellas podían estar allí, con sus Arnette y sus pantalones acampanados fumando porros.
Ahora me dedico al mundo de la comunicación por pura vocación. Tengo la habilidad de transmitir a los demás y por eso estudié publicidad. Puedo adaptarme a lo que sea gracias a haber conocido a tanta gente distinta que me ha aportado cosas. Gestiono la comunicación de algunas empresas y, como persona, creo que no he cambiado en absoluto.
Ana, 26 años. Barcelona
Era popular porque conseguí tener conexiones con todo el mundo aunque yo tuviera mi propio grupo de amigos 'guays'. No me importaba que fueran más o menos populares. Se me hacía sencillo que mi opinión se respetara por encima de la de los demás, sobre todo cuando había que hacer cosas en grupo. Recuerdo que nos dio por hacer bailes y cuando había que decidir un paso u otro o quién iba a bailar o quién no, lo que yo decía tenía mucho más valor que si lo decía otra persona.
Durante aquellos años vivía una situación conflictiva con mi familia y necesitaba salir de casa y sentirme bien fuera, hacer como un papel. Llegaba al colegio y trataba de tener una máscara agradable y sonriente, de que la gente quisiera estar conmigo y me tuviera en cuenta. Quería evitar estar todo el tiempo en conflicto. Y, aunque no quieras, lo que te callas en casa acaba saliendo en el colegio, así que a la mínima que me irritaran yo saltaba. En aquella época tenía bastante mala hostia y aunque solía ser maja, puede ser que algunas personas me respetaran para no tener conflictos conmigo.
Me condicionó muchísimo ser 'la hermana de'. Me llamaban por el apellido. Mi hermano mayor ya se había ganado su propio terreno antes que yo y todo el mundo sabía quién era él, incluso los profesores: el inteligente del grupo de los cazurros, de los conflictivos. Él era como el alma pensante detrás de peleas y otras movidas, pero nunca tomaba parte en ninguna, solo estaba ahí, observando y riendo las gracias mientras otros jugaban las papeletas de pegarse y andar metiéndose con los más débiles. Yo me hacía respetar, pero nunca pensé que fuera 'guay' reírse de nadie. Aun así, sí fui testigo muchísimas veces de cuando lo eran mis amigas. Incluso los chicos, que eran los que hacían más bullying en aquella época en la que no se entendía lo que era eso, respetaban mi opinión. Me labré una reputación entre las chicas, me hice amiga de los chicos y usaba eso para equilibrar un poco las cosas.
A día de hoy puedo llevar a cualquier grupo. Estudié turismo, me saqué un máster en coaching, viví una temporada en Londres y no dejo de trabajar. He aprendido a calmar mi rabia muchísimo y a no llevarme los problemas personales al trabajo.