Soy calvo. Dos palabras que me ha costado mucho decir en voz alta. Muchísimo. Ahí detrás se esconden años de traumas, de aceptación y de negación, de mensajes tóxicos y de falta de autoestima. Y no, no es ningún secreto que soy calvo, no es algo que se pueda ocultar demasiado lo sé porque lo he intentado de muchas formas, pero aun así me repetí durante muchos años: “no eres calvo”, me insinuaba, a pesar de que las evidencias decían lo contrario.
Me repetí “no serás calvo” cuando desde la adolescencia mi familia bromeaba con que, si mi padre era calvo, yo también lo sería. Me lo seguí repitiendo cuando veía en mi almohada mucho pelo, más de los que me gustaría reconocer que era normal. Incluso me lo seguí repitiendo cuando ya no podía llevar flequillo. “No eres calvo, son entradas”, me decía mientras me exploraba el pelo en el espejo.
Ser calvo no es fácil. Parece una exageración, pero no lo es. Durante mi infancia y adolescencia, entre los 90 y los 2000, no vi ningún hombre calvo por la tele. ¿Sex-symbols calvos? Ni uno. Algún tipo malote, como Bruce Willis, Vin Diesel o Dwayne Johnson the Rock, pero poco más. Igual en los telediarios: si eres calvo, como mucho anunciabas el tiempo o los deportes. Olvídate de leer las noticias. Constantemente había un estándar, el hombre con pelo, y el hombre calvo quedaba fuera del canon de belleza. Asociaba la escasez de pelo con fealdad.
Y por eso me costó tanto aceptar que me estaba quedando calvo. Además, como la calvicie es algo que aparece lentamente, hasta que no tienes unas pruebas irrefutables te empecinas en negarla. Como tú te ves la progresión alopécica a diario no te la notas. “Sí, he perdido un poco de pelo”, te dices ante el espejo. Te lo repeinas y listo, sales a la calle. Pero claro, los otros sí que ven que eres calvo. Y tú sigues en la ignorancia.
Pero llega un momento en que la calvicie que los demás ven tan clara tú también la ves. Y sientes vergüenza, te tapas como puedes o te empiezas a mirar tratamientos ninguno funciona, y hay algunos tan agresivos que hasta te dejan impotente mientras los haces. España es el segundo país con más calvos del mundo: más del 40% de los hombres ha perdido su pelo. Yo fui a buscar ayuda médica para remediarlo: “tienes demasiada testosterona”, me dijo la doctora cuando le pregunté. Me recomendó unas pastillas, que quizá harían que no se me levantase. Le dije que gracias, pero que no. Pensé que mejor calvo que impotente en mi veintena.
Me acabé gastando cientos de euros en productos y tratamientos. Ha habido épocas de mi vida que me he puesto aceites y champúes cada día, me iba a dormir con el pelo bañado en mil potingues, levantándome con los cojines manchados. Hasta puse filtros en la ducha por si el problema era el cloro del agua de Barcelona. Y no, no se paraliza la caída de pelo, aunque mentalmente crees que la has frenado un poco me he gastado tanto dinero que quiero pensar que gracias a todos estos métodos me he quedado calvo a los 25 y no a los 20. Creo que el ejemplo más claro de lo desesperados que estamos para encontrar solución es John Travolta y todos sus esfuerzos económicos y emocionales para vencer la partida a la alopecia.
A pesar de la desesperación reinante, como explica la cadena británica BBC, “el proceso de caída de pelo sigue siendo un proceso que aún no entendemos completamente”. La complejidad de encontrar un tratamiento se explica porque a pesar de que el pelo en sí es sencillo “está compuesto básicamente de células muertas rellenas de una proteína”, los folículos que crean el cabello son increíblemente complejos y “técnicamente son un órgano, al igual que tu corazón o tus riñones, por lo que no pueden regenerarse”, añade el artículo. Pero ninguna solución funciona, y todavía estamos lejos de una cura, por lo que es difícil mantenerse optimista. Sin embargo, gracias a los estudios con células madre “capaces de convertirse en cualquier tipo de célula del cuerpo”, las investigaciones están avanzando, aunque todavía faltan décadas para poder prometer nada exitoso.
Al final, reconoces que es irreversible, que no es ni una fase ni una caída de pelo provisional "y ya crecerá", como te repetías en la adolescencia. Ahora es en serio, y te sientes feo, crees que no ligarás, que tus citas de Tinder serán un fracaso en cuanto te vean llegar ahí con esos cuatro pelos acosados por la alopecia. Cada vez que alguien te habla y levanta un poco la vista sientes que te está mirando fijamente a la calvicie. Te haces fotos cortadas, que no se te vea la cabeza, llevas muchas gorras y sombreros y decides apuntarte al gimnasio para tener el look de calvo malote cachas a lo Vin Diesel, sí.
En general tú le das mucha importancia, pero en el fondo el resto no. Pero claro, siempre hay algún detonante que te deja hecho mierda. A mí, un match de Tinder me dijo si no prefería "usar peluca, que seguro que me queda bien". Dejé de hablarle porque pensé que, aunque me viera guapo a pesar de estar calvo, en el fondo sabía que me preferiría con pelo, y me daba miedo sentirme tan vulnerable y tan feo. Te sueltan también los comentarios de "¿y por qué no vas a Turquía?". En principio, inocentes, pero que esconden algo más: ser calvo es un problema que debe ser corregido, y duele muchísimo, porque te impide aceptar con naturalidad y autoestima tu calvicie.
La falta de autoestima es extrema. Ha habido épocas en las que no me he hecho ningún selfi. Amigos a los que he llamado para que borrasen una foto mía porque me veía terriblemente calvo. Hasta he llegado a cancelar citas por miedo a que me rechazasen. Ahora, por suerte, ya no lo hago, porque lo tengo más asumido y ya me he dado cuenta que no es ningún drama y que a la gente le da un poco igual si llevas tu calvicie con naturalidad y no haces esperpentos capilares como cortinillas. Pero claro, he apostado por el humor. Siempre hago chistes de calvos para enseñar a la gente que 'lo llevo bien', que pueden reírse conmigo de este problema físico que padezco. Porque, por muy aceptada que tengas la calvicie, todavía no está normalizada y sabes que hagas lo que hagas siempre serás 'el calvo'.