A lo mejor el tiempo no todo lo cura, pero aplacar, aplaca. Con el tiempo, cosas que parecían importantísimas se van difuminando hasta parecer una cagarruta de hormiga. Cosas como las siguientes:
1. Lo que otras personas piensan de ti. Sabes que los tuyos van a pensar bien de ti y que lo que crean los otros no lo puedes controlar. Ni te interesa. Si alguien te considera gilipollas, es su problema.
2. Los complejos. La adolescencia suele servir para construirnos un catálogo de todo lo que no nos gusta de nosotros mismos y en una lista de ojalás. Pero al final empiezas a dejar de gastar tiempo en querer ser de otra forma para emplearlo en quererte.
3. La cantidad de amigos. El tiempo va borrando personas de tu vida. Es un selector natural maravilloso: al final, solo quedan los que de verdad estuvieron siempre ahí. Acabas dándote cuenta de que es preferible tener menos amigos y dedicarles un tiempo de calidad a pasar el día chateando con mil contactos de Facebook.
4. La operación bikini. Esto tiene relación con lo anterior. Conforme tú dejas de andar mirando y catalogando a la gente, te vas dando cuenta de que los demás tampoco lo hacen contigo. Tu cuerpo deja de ser tu enemigo o tu escaparate y lo único que quieres es tostarte, que es mucho más divertido que meter tripa.
5. El dinero. Cuando dejas de estudiar, es tu primera obsesión adulta. Pero llega un momento en que te calmas. Si el dinero te sobra, dejas de sentirte mejor que los demás porque te sabes con suerte. Si te falta, sabes que acabas sobreviviendo, como siempre. Así que dejas de tener las cuentas en la cabeza de la mañana a la noche.
6. Los cambios. Al principio dan mucho miedo, pero cuando cumples años te das cuenta de que sin ellos no estaríamos vivos o, peor, no merecería la pena estarlo. Los cambios son necesarios e inevitables, así que, ¿para qué agobiarse con ellos?
7. Decir que no. Esta es una de las joyas de la corona. Cuando dejas de sentirte culpable por decir no, ganas una libertad sin límites.
8. Parecerte a tus padres. Un día te ves haciendo o diciendo algo que solía decirte tu padre o tu madre y que te daba muchísima rabia y, después del susto inicial, te hace gracia. Porque con la edad te das cuenta de que, en muchas cosas, tus padres no lo han hecho tan mal.
9. Pegar cuatro gritos cuando hace falta. Pero cuando tus amigos o tu pareja te han demostrado que están y estarán ahí pase lo que pase, deja de parecerte tan grave tener que gritar. Se dejan las cosas claras, luego te reconcilias y ya.
10. Salir de farra. No es cuestión de volverse un viejuno, pero lo de salir cada vez apetece menos. Por lo general, sales en ocasiones señaladas y lo das todo, pero acaba dando pereza salir cada semana.
11. Parecer interesante. Cuando estás forjando tu identidad, quieres distinguirte pareciendo ‘especial’. Y ser especial suele pasar por ser un alma torturada y tonterías así. Pero suele ser mejor ser feliz que ser interesante.
12. No ser el/la mejor. Es fácil basar tu autoestima en lo que se te da bien. Pero si es así, cuando alguien te supera, es un drama. Con el tiempo, la envidia se convierte en admiración, que es mucho más sana.
13. Que las cosas no salgan como habías planeado. A veces, la vida te lleva por sitios que no pretendías y, al final, resultan ser a los que de verdad querías ir.
14. Los fracasos. Esto acaba dándote igual por pura costumbre. No siempre puedes acertar. Te acabas acostumbrando y los fracasos dejan de ser un drama decimonónico.
15. Decepcionar a los demás. No todo el mundo va a estar contento con cómo eres ni con lo que haces. Pero qué le vas a hacer. Solo tienes una vida.
16. Cagarla. Al final, cagarla es la mejor manera de aprender.
17. Ser quien esperabas ser. Lo mejor de la edad es que lo que querías llegar a ser, lo que eres y lo que crees que eres empiezan a fusionarse. Mejoras, te aceptas y te conoces. Y, así, puedes vivir de verdad.