Tomé Ayahuasca De Mala Manera Y Te Cuento Cómo No Tienes Que Hacerlo

Bogotá, unos años atrás. Corres a la cita con ese amigo de un amigo que, por ser local, te hará de guía. Como estarás aquí solo dos días, ¿qué mejor que un auténtico paisa para enseñarte las cosas? Que si tomar un algo aquí, que si visitar el no sé q

Bogotá, unos años atrás. Corres a la cita con ese amigo de un amigo que, por ser local, te hará de guía. Como estarás aquí solo dos días, ¿qué mejor que un auténtico paisa para enseñarte las cosas? Que si tomar un algo aquí, que si visitar el no sé qué y enseguida saca el tema. El de la Ayahuasca, bebida amazónica milenaria que, supuestamente, te conduce a un profundo viaje espiritual. Él conoce un chamán que, por módico precio, organiza zaraos de estos. Tú no sabes nada, pero como de costumbre -y con este tipo de cosas- pues dices que sí.

Dos horas dentro del coche de un amigo de ese amigo, durante el que te ponen al día sobre la droga esta. En destino, casa de campo y terreno abierto de límites desconocidos. Dentro, una amplia sala de madera con sillas de plástico pegadas a la pared y sobre las que, según llegan, se van sentando distintas personas. Al fondo, una especie de altar con objetos de todo tipo. El cráneo de algún mamífero con cuernos, plumas, imágenes de personas supuestamente importantes, botellas, velas, inciensos. Un jaleo de incomprensible mistura iconográfica de religiones varias.

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Con las aproximadamente treinta personas sentaditas en sus sitios, aparece el chamán seguido de su corte de cuatro asistentes pisándole los pasos. Predeciblemente, viste poncho, plumas en cabeza y exagera una sonrisa extraña en su arrugada cara. Llegados al altar, genuflexiones con sus rezos, encienden fuego y cogen instrumentos. Ahora piensas que si la cosa va de música, pues te podría encantar, pero enseguida empiezan con cánticos religiosos de sospechosa calidad lírica y musical. Una especie de repertorio de villancicos, pero en peor.

En un momento dado, el líder decide que es la hora de tomar la cosa que en sus manos alza dentro de un cuenco a modo de ofrenda hacia el cielo. De un golpe lo bebe y sus asistentes empiezan a acercar a las personas, una a una, a probar también de eso. Los nervios te carcomen y las dudas te abordan, pero ya es tarde. No conoces a nadie, no sabes dónde estás y hasta que esto no termine, no hay escapatoria. Un codazo del colega indica tu turno, te levantas y sigues al fiel asistente del chaman. El viejo te acerca el cuenco de líquido oscuro, pronuncia algo indescifrable y, haciendo de tripas corazón, te lo bebes todo. No, no sabe bien.

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Lo que sigue ahora es difuso. Te sientas frente al fuego, pero te dan muy mal rollo las llamas a lo loco y decides salir. Fuera, personas que -como tú- deambulan sin rumbo ni equilibrio. Escuchas las arcadas de algunos sucumbiendo al efecto purgante del bebedizo. Misteriosamente, no es tu caso, pero -como ellos- sí que te sientes metido en una inmensa botella y con una borrachera de astronómicas dimensiones. Todo, hasta el mismo suelo, está en movimiento.

Apoyado en el amigable tronco de un árbol ves, entre brumas, cómo los asistentes sacan en volandas a un pobre que llora y tiembla. Más tarde, a otra y en semejantes condiciones. Te preocupas, pero en este estado ¿qué podrías hacer? Parece que los dirigen hacia la puerta del lavabo que -sin parar- se abre y cierra todo el rato. Debe ser por ese otro efecto laxante del purgante que, afortunadamente, tampoco produce en ti.

Decides entrar a tirarte en alguna de esas esterillas que han puesto en el suelo. Con dificultad, alcanzas un hueco al lado del amigo. Te tumbas, cierras los ojos y esperas a lo que pudiera venir. Con los cánticos de fondo, observas las famosas pintas de colores que todo el que ha tomado ayahuasca confirma experimentar. Una suerte de puntos policromáticos que, como fuegos artificiales, se te presentan frente a tus ojos cerrados.

Al abrirlos, ya es de día. Las voces y las arcadas se han ido apagando y notas a la gente en esos típicos movimientos del desperezarse tras un largo sueño. Ya hemos pasado las seis horas del efecto agudo, pero prepárate para estar rarito durante, al menos, unos tres días más.

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Tras un tormentoso vuelo a casa y aún algo colgado, empiezas a informarte de todo esto. ¿Ayahuasca como ayuda en el camino de la realización personal? ¿Maestros chamanes, o gurús, que actúan como guías en tu camino espiritual? ¿Terapias exóticas con las que darle sentido a la vida? Si uno decide explorar este camino, habría que ir con muchísimo cuidado. Evidentemente, estas tradiciones ancestrales tienen interés supremo y, en este sentido, todo lo que ayude a salirnos de un insano patrón de pensamiento, es bienvenido.

Pero, al contrario de lo narrado, sería mucho mejor vivir la experiencia invirtiendo un tiempo prudencial de preparación intelectual. Tratando de conocer muy bien, y en su contexto, de qué se trata la cosa. Convivir también con las personas que luego facilitarán tu experiencia y, si durante esta toma de contacto, algo no nos cuadrara, ni probarlo.

Y tengamos en cuenta que, como siempre, si la solución a las circunstancias de la vida la seguimos buscando fuera de nosotros mismos, en el camino que nos marquen otros, en el consumo de sustancias externas con las que tener experiencias místicas o mediante terapias de nombres impronunciables, estaríamos -una vez más- escurriendo el bulto. Porque, sea como sea, la naturaleza de nuestros traumas estaría siempre dentro de nosotros mismos, en ese mismo lugar donde también se encuentra la clave con la que poder superarlos.

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